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PALOS DE CIEGO
Columna
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Contra el pensamiento

“¿De verdad la verdadera sabiduría consiste en no pensar nada?”

Javier Cercas
Gabi Beltrán

1. En una entrevista concedida al diario La Repubblica con ocasión del cincuenta aniversario de la editorial Adelphi, su director, Roberto Calasso, afirma que al principio de su trabajo los libros que más le interesaba publicar eran “libros únicos”. Cuando el entrevistador, Antonio Gnoli, le pregunta qué entiende por tal cosa, Calasso contesta: libros “escritos por quien, por una razón o por otra, ha atravesado una experiencia única, que se ha depositado en un libro”. Es un concepto vago, pero interesante, este de libros únicos: Calasso pone como ejemplo La otra parte, de Alfred Kubin, un libro surgido de un delirio que se prolongó varios meses; no obstante, cabe preguntarse si existe algún libro verdaderamente grande que a su modo no surja de una experiencia única, vivida con una intensidad delirante: quiero decir que es posible que El Quijote, digamos, haya surgido de una experiencia única del desencanto; y El proceso, de una experiencia única de la perplejidad; y En busca del tiempo perdido, de una experiencia única del tiempo; y así sucesivamente. Cyril Conolly observó que cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor consiste en crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia; cabe preguntarse si existe alguna obra maestra que no sea el resultado de una experiencia única, o simplemente de una experiencia común vivida con una intensidad inigualable, única.

¿De verdad la verdadera sabiduría consiste en no pensar nada?”

2. En Incógnito, el neurocientífico David Eagleman escribe: “La meta de un atleta profesional es no pensar”. La observación me parece exactísima: Rafa Nadal no piensa nada cuando resta un saque de más de doscientos kilómetros por hora, igual que no piensa nada Carles Puyol cuando vuela para rematar de cabeza un córner a gol. En ese momento, los dos tienen la mente en blanco: han automatizado de tal modo los movimientos para restar un saque o para rematar de cabeza a gol, están de tal manera compenetrados con ellos, que, en rigor, en el momento del resto o del cabezazo no tienen ni idea de lo que hacen. Es un momento arrebatado. Me pregunto si los escritores (y los artistas y los filósofos y los científicos) no funcionan en el fondo de una manera parecida. Es evidente que los escritores persiguen también una compenetración absoluta con lo que están escribiendo, y me pregunto si, en el límite, esa compenetración no les lleva o puede llevarles a una especie de automatización de la escritura. Me pregunto si puede alcanzarse ese punto, un punto en el que el escritor no piensa ya nada y en el que, en rigor, no tiene ni idea de lo que hace. Me lo pregunto porque sabemos que los seres humanos no somos más que bichos pensantes, criaturas que, como dice George Steiner, pueden dejar de respirar durante más tiempo del que pueden dejar de pensar, si es que en verdad pueden dejar de pensar. ¿Pueden dejar de pensar? ¿Podemos dejar de pensar? Hacerlo es alcanzar un éxtasis, una apnea, pero me pregunto si ese punto no es el único desde el que puede escribirse un libro único, y me pregunto también si ese punto extremo y efímero no es lo que antes se llamaba inspiración. Quizá, igual que el objetivo de la memoria es el olvido, el objetivo del pensamiento es no pensar.

3. “La felicidad es el olvido”, escribe Nietzsche. “Quien no sabe instalarse en el umbral del instante, olvidando todo lo pasado, no sabrá jamás en qué consiste la felicidad; peor aún: nunca hará nada que haga felices a los demás”.

4. Al día siguiente de leer la entrevista con Calasso en La Repubblica, leo en este periódico un artículo de Ignacio Vidal-Folch en el que éste recuerda a aquella centenaria campesina portuguesa que no hace mucho, cuando fue interrogada en la tele por el secreto de su longevidad, contestó: “Trabajar, trabajar, trabajar y no pensar nada”. ¿De verdad el objetivo del pensamiento es no pensar? ¿De verdad la verdadera sabiduría consiste en no pensar nada? ¿De verdad el pensamiento es el enemigo de la vida, como sentía Hamlet, o es simplemente que no pensar es la forma más exquisita del pensamiento, el privilegio dificilísimo, extático e inspirado de los que piensan mejor? Dios santo, qué complicado es todo.

elpaissemanal@elpais.es

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