Nosotros éramos gente normal
Una de las características que más me desesperan de mí misma es el excesivo apasionamiento y la vehemencia. Por eso, desde muy joven me esfuerzo (a menudo inútilmente) en dominarme; sobre todo intento denodadamente aplicar la razón a la hora de escribir: ser mesurada, contemplar todas las esquinas de la realidad, huir del griterío. Por eso me sorprende el nivel de exasperación que estoy mostrando últimamente. Hace un par de semanas, en la última página de EL PAÍS, llamé criminales a los parlamentarios contrarios a la iniciativa legislativa popular que pide la dación en pago en los desahucios. Y el caso es que sigo pensando lo mismo, la verdad, pero me preocupa la crispación del tono: si yo me siento así, aunque no estoy viviendo los rigores de la crisis en mis propias carnes y aunque llevo años procurando enfriarme, ¿cuán iracunda estará la primera línea de damnificados? El nivel de desesperación y de posible violencia es preocupante, pero es que el dolor social es excesivo.
Creo que, pese a lo mucho que hablamos todos de la crisis, la mitad de este país no llega ni a imaginar los abismos a los que está descendiendo la otra mitad. Por razones que no vienen al caso, en los últimos meses me he acercado un poco a ese despeñadero. A familias que lo han perdido todo. Parejas jóvenes con hijos, el marido a menudo obrero de la construcción, que están en paro desde hace tres o cuatro años. Que agotaron todos los subsidios; que fueron desahuciados de sus casas; que pueden llevar cuatro o cinco meses sin tener ni un solo euro de ingresos. Padres que algunos días apenas comen para que sus niños toquen a más.
O una madre de tres hijos, el mayor de nueve años, que, cuando les lava la ropa, no puede mandarlos a la escuela porque sólo tienen la que llevan puesta. Luces cortadas por falta de pago, ausencia de calefacción y agua caliente, dolorosos problemas dentales que no pueden ser atendidos. Y la agonía de levantarse todas las mañanas sin tener ni un euro para comprar el pan y atenazados por el terror de que te echen del piso alquilado porque llevas meses sin poder pagar. “Nosotros éramos gente normal”, me dijo estremecedoramente una de las mujeres. Exacto: ni drogadictos ni marginales ni vagos. Personas normales arrojadas a la salvaje anormalidad de la exclusión social.
Necesitamos ayudarnos. Mañana puedes ser tú quien esté en el infierno”
La situación, en fin, es trágica, terrible. Y si no estalla es porque aún contamos con el colchón amparador de la Sanidad Pública. Cuando la privatización destruya ese tesoro igualitario y los niños empiecen a enfermar, habrá degollinas. Creo que nuestros dirigentes no conocen la hondura de este abismo. Algunos, incluso, exhiben una ignorancia rayana en lo grotesco, como la alcaldesa de Aguilar de Campoo (PP), que en los pasados carnavales declaró al magazine Vamos a ver, que dirige Álvaro Elúa en Castilla y León TV: “Como están de moda los desahucios, me voy a disfrazar de vagabunda” (luego lo justificó diciendo que en los momentos malos había que tener sentido del humor, pero creo que eso sólo mostraba su desconocimiento). Pero la ceguera no es sólo cosa de los políticos; también me asombran esas personas que, si intentas movilizarte para ayudar, lo tildan despectivamente de caridad y dictaminan que no hay más vía que la reivindicación política: o sea, esperar a que el Padre Estado te solucione todo mientras tu vecino se muere de hambre. Yo creo que, por supuesto, tenemos que exigir y luchar contra los abusos, los corruptos y las leyes indignas. Pero, además, hay que asumir nuestra responsabilidad individual: tal vez por no asumirla estemos donde estamos.
Necesitamos ayudarnos los unos a los otros; en primer lugar, porque mañana puedes ser tú quien esté en el infierno; pero también porque sólo podremos superar esta crisis si empujamos todos. Y, dentro de las muchas maneras posibles de ayudar, déjame que te proponga una. Se trata de una plataforma solidaria llamada Teaming.net. Cualquier persona puede abrir fácilmente un grupo de ayuda para alguna causa, o bien apuntarse al grupo o grupos que prefiera del modo más sencillo. Cuando te haces teamer de un grupo, o sea, cuando te apuntas, te comprometes a pagar a esa causa un euro al mes. No puedes aportar más aunque desees hacerlo, y esa es la grandeza de esta idea: una solidaridad horizontal, nada paternalista. No hay comisiones (tu euro va íntegro a su fin), no hay riesgos (plena seguridad bancaria) y puedes desapuntarte cuando quieras. Yo he abierto varios grupos de ayuda urgente a familias necesitadas (las historias que he contado antes provienen de ellas); pero en Teaming.net hay cientos de otras causas para escoger: por ejemplo, la Asociación Sentimiento Solidario, que me parece formidable. No es más que un pequeño, ínfimo gesto; pero entre todos es mucho.
Twitter: @BrunaHusky
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