Los pobres de Alemania
El Gobierno de Rajoy sí tiene un plan bastante grosero: desarbolar el estado de Bienestar
Vino el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, y la Bolsa subió. Un par de frases le bastaron: la banca española está en un proceso de saneamiento muy positivo era la sustancia de su mensaje. Pero a continuación, después de arrojar sobre los seis millones de desempleados la caritativa coletilla del “sabemos que lo están pasando mal”, añadió que las reformas tendrán que continuar.
¿Qué reformas? Pues las que encajen con la idea de la austeridad, de los recortes. Las que inclinen de forma definitiva la responsabilidad del empleo a lomos de la sociedad y la despeguen de la acción del Estado. El mercado será el que cree trabajo cuando se den las condiciones adecuadas, es decir, cuando la mano de obra sea lo suficientemente barata como para que un trabajador español pueda competir con uno chino.
Es un punto de vista muy socorrido para mantener en la barra de un bar el de que quienes nos gobiernan no tienen un plan. Sí, lo tienen, y es compartido por sabios que no se alinean solo en la derecha. Lo que sucede es que ese plan es bastante grosero y no se puede poner en un programa electoral. Por supuesto, la primera pata es la de desarbolar hasta donde se pueda el Estado de bienestar, bajar la inversión en educación, bajar el coste de la sanidad pública, bajar el coste de las pensiones y de los subsidios por desempleo. Para ello era ineludible destrozar la capacidad de los sindicatos, apoyándose en la mala fama que estos se habían dado a sí mismos.
Otra cosa es que Rajoy tenga que reconocer que no ha cumplido su programa electoral, que haya incumplido sus promesas para poder “cumplir con su deber”.
Y vaya si lo está cumpliendo. Hay que reconocérselo. En pocos años, en este país no va a haber una sola rémora: ni televisiones públicas, ni compañías aéreas de bandera, ni centros de investigación en biología molecular, por dar algunos ejemplos.
En este sentido, el Gobierno de Rajoy es mucho más avanzado, por ejemplo, que el de Barack Obama, y un perfecto producto de lo que Angela Merkel desea que sean los países del sur de Europa. Desde el otro lado del Atlántico, Obama ha enviado un mensaje que combina la intención de rebajar el coste del Estado, de su burocracia, con un aumento de las políticas sociales, sanitarias y educativas, además de inversiones en infraestructuras que liguen el territorio en torno a proyectos rentables. Un mensaje que intenta cuantificar cómo esas políticas educativas y sociales son, además de justas, creadoras de riqueza. Aquí no. Aquí vamos a lo seguro guiados por la mano firme de Rajoy y su compañía: se trata de rebajar todo, sin tocar los impuestos de los pudientes. Merkel y Draghi aplauden esa política, aunque advierten de que hay que ir más lejos. ¿Hasta dónde?
La diferencia enorme, abismal, con la propuesta de Obama es que para el sur de Europa no se permite nada que suponga incentivos para el empleo si eso significa gasto público. Nuestra Constitución ya recoge que el déficit tiene los topes que Alemania deseaba.
Un socialdemócrata tan liviano como el exgobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez provocó un sonado escándalo hace pocos años al hacer público su diagnóstico sobre la economía española. Haciendo un exagerado resumen de sus propuestas, Ordóñez predicaba una bajada general de salarios en un 15%, una liberalización del mercado de alquileres de vivienda y un gran esfuerzo educativo y en investigación. Sonaba duro. En lo que estamos ahora es en una bajada salarial de mayores dimensiones (excepto para el presidente del Gobierno y los directivos de empresas) y nada más.
El líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, urge al presidente Rajoy a irse, a que lo deje, apoyándose en el inacabable asunto Bárcenas. Claro que debería hacerlo, por higiene democrática. Pero después, ¿qué? Después, más visitas de Draghi para animarnos a liquidar lo que quede del Estado, y alguna que otra sonrisa de Merkel, satisfecha con que los alemanes puedan comprarse a precios irrisorios las viviendas unifamiliares que tenemos en la costa.
El meollo del asunto es que no estamos en Europa, sino en Alemania, cuyo Gobierno ha decidido con firmeza y fuerza sobradas cuáles han de ser las zonas pobres y cuáles las ricas de este invento que no acaba de crecer.
Si el PSOE vuelve a gobernar, mejoraremos algo en lo social, pero que nadie espere, mientras nos gobierne Merkel, una política muy distinta. Somos los pobres de Alemania.
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