Fauna terrestre
Pasado el tiempo –37 años–, vemos a Margaret Thatcher y lord McAlpine, como insectos de un documental de National Geographic


Cuanto más nos choca una imagen de nosotros mismos, mejor nos entendemos. La que tienen ante la vista nos extraña no ya por el blanco y negro, que en este caso no es sinónimo de calité, sino porque revela nuestra verdadera condición zoológica. Estos dos seres, observados desde la perspectiva actual, tienen algo de insectos retratados por un fotógrafo de National Geographic. Quien dice insectos, dice reptiles, mamíferos o lamelibranquios, lo mismo da. Observen, por ejemplo, los pliegues de la chaqueta de ella, que evocan los del cuerpo de las iguanas, o el traje de él, que se parece al esqueleto externo de los escarabajos. Solo un experto en esta clase de bichos podría explicarnos la función del nudo de la corbata, quizá una estrategia de carácter defensivo o sexual. La cuestión es que tanto ella como él han caído en la animalidad de la que sin duda pretendían huir, como cada uno de nosotros.
–¡Qué sabia la naturaleza! –habría dicho un marciano estudioso de la fauna terráquea– al dotar a la hembra del bolso que porta en la extremidad superior izquierda, quizá una espermateca o una pequeña bodega, dada la afición de estos seres al güisqui.
En todo caso, qué bien adaptados al medio los dos individuos, qué hermosura de microcosmos. Los ves ahí, en medio de la calle, con la fachada de un edificio a su derecha y una farola de fundición a su izquierda, y su presencia te parece tan natural como la de una mosca sobre un pedazo de pastel. También te dan ganas de espantarlos de un manotazo. ¿Resulta o no resulta alucinante que ellos sean nosotros?
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