Y que no falte carbón
Es muy probable que la carta personal que envié a los Magos hace días jamás llegue a su poder
Es muy probable que la carta personal que envié a los Magos hace días jamás llegue a su poder: la mandé a Oriente, despistada de mí, en vez de hacerlo a Andalucía, que es de donde dice el Papa que procedían los tres Reyes. El singular descubrimiento científico de B-16, anciano tenido en Occidente por intelectual –pues de un pontífice no puede afirmarse que chochea sin que se te cague encima el Holy Ghost–, tendrá como consecuencia que las toneladas de carbón que solicité para los expoliadores de España (y de Portugal y de Grecia) no lleguen ni siquiera con retraso, porque, tal como están las cosas en los aledaños del Portal de Belén, no creo que el servicio de correos se moleste en reexpedirla. Pero pienso que este obstáculo providencial resulta humanamente beneficioso pues, a falta del negro combustible tenido por castigo tradicional para los niños malos, podremos nosotros mismos encargarnos de repartir, a lo largo del año que comienza, todo tipo de boñigas y escupitajos, destinados tanto a los causantes de este desastre como a quienes sacan provecho de él.
Por otra parte, tal como están las cosas, es posible que Melchorillo de Triana, Gasparino de Huerva y Baltasarín de Algeciras tampoco hubieran atendido mi petición, conocedores, en su inmensa sabiduría, de lo mucho que vamos a necesitar el carbón para calentarnos cuando ya nadie nos venda las otras energías.
Las personas que queremos actuar con ética no podemos darnos por vencidas. La ética tiene razón”
Escribo con un temblor, al fichar este artículo todavía en diciembre del año pasado, la cifra 2013. Qué mal pinta, por Zeus. Y sin embargo, ah, sin embargo, ¿quién dijo que vivir –a un solo hombre, a una sola mujer, a la humanidad entera– iba a resultar fácil? Leo libros de economía, tratando de enterarme –he devorado tantos que podría echar soporíferos discursos sobre el tema–, incluidos algunos tan desoladores que prefiero ni nombrarlos, aunque causan especial regocijo en cierto tipo de periodistas que disfrutan viendo cómo se cumplen sus profecías más agoreras. Pero –volviendo al ah, sin embargo anterior– de tanto saber económico he huido como de la peste para refugiarme en la relectura de un librito reconfortante: Ética para Amador, de Fernando Savater. Sin importarme mi propia edad –al fin y al cabo, yo ya era más que madura cuando lo leí por primera vez–, leyéndolo como quien echa la vista atrás para recuperar verdades primigenias que ahora son necesarias.
Por ejemplo: “La ética no puede esperar a la política”. Es decir, no podemos aguardar a que los políticos tomen las decisiones correctas: tenemos que tomarlas antes nosotros. Así es como se construye una sociedad de abajo arriba. Pero es aún mejor lo que Savater escribe sobre los derechos humanos, tan en peligro hoy día: “Insistir en reivindicarlos al completo, en todas partes y para todos, no unos cuantos y sólo para unos cuantos, sigue siendo la única empresa política de la que la ética no puede desentenderse”. Me parece que aprender como adolescentes a practicar eso, la defensa de esos derechos, es algo que no ofrece ninguna duda, y constituye una tarea común por la que debemos esforzar, no para mejorar el mundo en 2013 –cosa que no estaría nada mal–, sino para que los tiempos duros que vienen nos mejoren a nosotros.
Porque a pesar de todos los bandazos y fracasos y zancadillas y desánimos, las personas que queremos actuar con ética no podemos darnos por vencidas, por la sencilla razón de que la ética, nuestra libertad para decidir, para ponernos en el lugar de otro y obrar en consecuencia, la ética, digo, es claramente vencedora: no importa cuántas veces se vea pisoteada por la actuación de los desaprensivos. La ética tiene razón.
Carbón para calentarnos el alma, boñigas para ellos.
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