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PALOS DE CIEGO
Columna
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Un dietarista inesperado

Javier Cercas
Gabi Beltrán

1 Es intrigante el destino paradójico de esos escritores que parecen querer invertir lo mejor de su talento en géneros en teoría mayores, como la novela, y en cambio dan lo mejor de sí mismos en géneros en teoría menores, como el diario, géneros que a menudo parecen practicar solo para distraerse o descansar de tareas en teoría más serias. Esto es lo que ocurre sin duda con escritores como Jules Renard o Cesare Pavese, cuyas novelas son ya casi ilegibles (sobre todo las del primero) y cuyos diarios siguen siendo, sin embargo, deslumbrantes; me atrevo a imaginar que dentro de poco ocurrirá algo parecido, si no ocurre ya, con escritores como Witold Gombrowicz o Imre Kertész, cuyas novelas todavía nos importan, pero cuyos diarios nos importan cada vez más. ¿Significa esto que los géneros en teoría menores son en realidad mayores, y a la inversa? No: significa solo que no hay géneros mayores o menores, sino formas mayores o menores de practicarlos.

La gran literatura nos prepara para la incertidumbre y la inseguridad reales”

2 Ignacio Vidal-Folch es un escritor a quien sigo sin falta desde que en 1995 publicó La libertad –quizá una de las mejores novelas españolas de los últimos tiempos–, pero Lo que cuenta es la ilusión se me antoja su mejor libro. Como en cualquier diario, en este hay un poco de todo: anécdotas, lecturas, reflexiones, viajes, epigramas, exabruptos; como en cualquier diario, en el de Vidal-Folch lo esencial consiste en la creación de una voz o un personaje inconfundible: en este caso, un caballero distinguido, irónico, desencantado y vagamente otoñal, sarcástico con los poderosos y compasivo con los humildes y los indefensos, del que queremos saberlo todo y a quien no nos cansamos de escuchar. No soy capaz de encontrar nada semejante en la literatura española, pero sí en la del español, porque a lo que más se parece este diario (o el personaje de este diario) es a los diarios (o al personaje de los diarios) de Bioy Casares, que a lo largo de su vida nos regaló novelas y relatos memorables y póstumamente un diario que quién sabe si con el tiempo no acabará convirtiéndose en su mejor libro: Borges, el testimonio de casi 60 años de amistad con su amigo y mentor. Por lo demás, el diario de Vidal-Folch es tan bueno que para disfrutarlo ni siquiera hace falta estar siempre de acuerdo con él: al fin y al cabo, como dice Proust –y este es un libro militantemente proustiano–, las mejores ideas no son las que provocan el asentimiento del lector, sino las que lo incitan a la discrepancia. Así, Vidal-Folch abomina del género de los aforismos por su ambigüedad, por su “naturaleza reversible como un calcetín”, porque fingen una verdad que no poseen, o que poseen y no poseen a la vez; ahora bien, más que un reproche, esto es una definición. Oscar Wilde observó, en un impecable aforismo, que la verdad es una cuestión de estilo; por supuesto, se refería a la verdad literaria, la única verdad a la que pueden aspirar los aforismos: una verdad bífida, ambigua y reversible, como la de tantas sentencias que formula o recoge Vidal-Folch en su libro. Ésta, por ejemplo, del propio Vidal-Folch: “Yo soy un impostor, pero los demás son unos cantamañanas’. Ésa es la más profunda convicción de todos los hombres cuando, recién duchados, se dirigen hacia sus puestos de trabajo”.

3 En Reality Hunger –un provocador manifiesto en favor de una nueva literatura, y también un sugestivo puñado de aforismos–, David Shields argumenta que el capitalismo presupone y fomenta la inseguridad, lo que es explotado por una literatura banal que ofrece seguridades al lector, mientras que la gran literatura –Shields pone precisamente como ejemplo un diario: el Libro del desasosiego, de Pessoa– nos hunde en las simas más profundas de la incertidumbre y la inseguridad. ¿Por qué entonces seguimos prefiriendo la gran literatura a la literatura banal? Porque la gran literatura, permitiéndonos viajar ficticiamente al final de la noche, sumiéndonos en una inseguridad y una incertidumbre vicarias, nos prepara para la incertidumbre y la inseguridad reales, y así nos vuelve más fuertes. Es la sensación que uno tiene al terminar libros como el de Pessoa, o como el de Vidal-­Folch. Quizá no sea verdad, pero lo que cuenta es la ilusión.

elpaissemanal@elpais.es

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