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Columna
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1976

Dentro de esta tormenta perfecta en la que estamos lo que hace falta, como decían en Colombia, es que venga un poeta y regale una palabra para que al menos en 2013 estemos como en 1976

Juan Cruz

Cada uno puede hacer su apuesta con respecto al año en que estamos. Un alto ejecutivo español que viaja mucho me dijo hace año y medio que en un año y medio estaríamos, en términos económicos, como a mediados de los sesenta del siglo XX, probablemente en 1967. Ha pasado el año y medio y, no sé, a mí me parece que ya estamos cerca de 1976, al menos la policía no viste de gris y los telediarios no son en blanco y negro, sino en color, y hay muchos, aunque todos tengan más o menos el mismo color. Lo cierto es que todo apunta a que en seguida vamos a estar como en 1976. Treinta y siete años después, varias generaciones más tarde, instalados en el futuro de Internet, y viviendo como cuando usábamos patillas.

1976 fue el año del cambio; se acabó el franquismo, se acabaron incluso los estertores del franquismo (o eso creíamos); Arias Navarro fue apeado del poder con un empujoncito del rey Juan Carlos, y se abrió una etapa que Adolfo Suárez convirtió en un vértigo del que salimos vivos y mejores, eso dijo todo el mundo. La palabra clave, que aquel prestidigitador se sacó de la manga, fue consenso. La aplicó como un entrenador tozudo que trata de sacar a su equipo de segunda regional para colocarlo en medio de la tabla nacional, y tuvo éxito.

Seis años después el país se sintió tan maduro, tan capaz de dar otro salto al vacío, que se produjo el cambio al socialismo, y unos imberbes y otros barbudos que no sabían gobernar aprendieron muy pronto la tarea de hacer que a este país no lo conociera ni la madre que lo parió.

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Veinte años más tarde de aquel 1976 en el que se inauguró casi todo vino otro cambio, que Aznar quiso bautizar como el de la segunda transición, aunque él no hizo muy convencido la primera. Antes, en 1993, Felipe González había escuchado un aviso, la corrupción manchaba los juzgados, los despachos y las portadas, y se preparó el terreno para una crispación que puso de los nervios a la población española, y ya desde entonces no hemos dejado de escuchar ruidos y venablos. Nadie se ha puesto de acuerdo en medio del guirigay, y el desacuerdo nos acompañó hasta este mismo instante, cuando creíamos que estábamos en 2013, 37 años después del estallido más potente del siglo XX.

Ahora estamos a cuatro años de cumplir otros veinte después de 1996, y por tanto, a cuarenta años de aquel año inaugural, 1976. Si miramos atrás, el país es otro, pero la sensación térmica es de frío, de muchísimo frío; frío como para estar en casa, y frío como para irse corriendo.

Los signos de 1976 empiezan a ser apreciables. Después de un año exacto de Gobierno en el silencio autogestionario, el presidente Rajoy ha despertado a la población diciendo que regresamos a la época en que consenso es aún una palabra con cierto valor de cambio. Pues claro que lo es. La jugada la inició el Rey, el día de Navidad, en su discurso insulso que dentro tenía esa piedra, la del consenso deseable, y ahora el presidente del Gobierno amaga con centrar el balón. El puzzle terrible de este tiempo tendrá solución si se olvida el ruido, se sientan hasta el amanecer los que están en desacuerdo y dan de sí un tono distinto. Dentro de esta tormenta perfecta en la que estamos lo que hace falta, como decían en Colombia, es que venga un poeta y regale una palabra para que al menos en 2013 estemos como en 1976. 

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