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“Tengo que ir, pero no me gusta el instituto”: los estudiantes que no quieren estar en clase

El 80% de los docentes afirma que hay chavales que no sienten ningún interés por lo que se enseña en las aulas, y que eso perjudica el aprendizaje del resto. Potenciar itinerarios educativos distintos ayuda a reducir la desmotivación, pero puede segregar al alumnado

El problema de los estudiantes que no quieren estar en clase
Entrada al instituto público Marítim, en Valencia, la semana pasada.Mònica Torres
Ignacio Zafra

Óscar se llama así, pero no daremos muchos más detalles para preservar su intimidad. Tiene 15 años, estudia segundo de la ESO en un instituto público de la periferia de Valencia, y pasa muchas horas en los pasillos, expulsado de clase. Uno de sus profesores explica: “No es que tenga conductas violentas, ni tampoco es mal chaval, ni un pieza, lo que pasa es que se aburre y se dedica a hacer el tonto”. Repitió primero de la ESO, lo cual no ayudó a mejorar las cosas. “En el primer trimestre de este año, me fue mal. Aprobé Educación Física solo”, dice, lo que significa que suspendió 10 asignaturas. Empezó a sentirse “desmotivado” en sexto de primaria, y desde entonces los cursos se le han ido haciendo “muy largos”; “tengo que venir, pero no me gusta mucho el instituto”. Hay asignaturas con las que nunca ha podido, como matemáticas o inglés. “Otras me interesaban un poco, pero hay algunos profesores que también…”, dice. Su padre es jefe de obra, su madre, ama de casa, y a él le gustaría estudiar electromecánica, aunque todavía no sabe qué tiene que hacer para alcanzar dicho grado medio de FP. El miércoles de la semana pasada tenía una cita para hablarlo con el orientador de su centro.

Según una encuesta presentada recientemente por la Fundación Cotec, el 74,2% de la población, y lo que es más significativo, el 79,6% de los profesionales de la educación (la gran mayoría, docentes) entrevistados, consideran que en la enseñanza obligatoria hay “alumnos y alumnas que no quieren estar, y que eso dificulta el aprendizaje del resto”. La falta de interés, con frecuencia radical, de una parte de los estudiantes por lo que oyen en clase, concentrada sobre todo en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), y las consecuencias negativas que tiene para ellos en forma de fracaso escolar, y para el conjunto del alumnado, requiere una reflexión, afirma Ainara Zubillaga, directora de educación de Cotec, sobre todo cuando se plantean iniciativas como ampliar la escolarización obligatoria a los 18 años, como hizo hace poco el Consejo Escolar del Estado.

En 1990, la Ley Orgánica de Ordenación del Sistema Educativo, la Logse, elevó la edad de la enseñanza obligatoria de los 14 a los 16 años, y estableció la estructura educativa que sigue vigente hoy. Cuando se debatía aquella ley, se pusieron sobre la mesa dos modelos. “Uno se llamaba 12-15+1, y consistía en poner tres años de secundaria común, de los 12 a los 15 años, y que en el último año, el +1, el alumnado pudiera elegir entre un curso de bachillerato y otros, de FP. Es decir, que fuera obligatorio, pero que ya no comprensivo, en el sentido de que no tuvieran los mismos programas. El otro modelo era el 12-16, que es el que se acabó imponiendo”, explica César Coll, uno de los autores tanto de aquella reforma educativa como de la última, la de la Lomloe. El 12-16 ganó porque tuvo el apoyo de buena parte de la izquierda, que entendía que adoptar el 12-15+1 suponía segregar a los estudiantes, y de la derecha, partidaria de extender la secundaria obligatoria hasta los 18, entre otras razones porque ello hubiera proporcionado a la enseñanza privada concertada aún más años de subvención pública.

“Creo que fue un error, porque ese último curso ya diferenciado, que es el modelo que hay en Francia y otros países, habría reducido los problemas a la hora de encontrarle sentido al aprendizaje que genera que todo el mundo tenga que estudiar lo mismo, y lo hubiera personalizado mucho más”, dice Coll, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona.

La idea del 12-15+1 fue derrotada, pero las sucesivas reformas educativas de la ESO han ido avanzando, sin embargo, en la misma dirección mediante los programas de diversificación curricular (en que los chavales estudian con los contenidos adaptados) y la FP básica (que combina enseñanzas teóricas y profesionales). “Pero se ha hecho a través de medidas extrañas”, lamenta Coll, “y, por desgracia, no como algo estructural y positivo, sino como un camino para los que no van bien en los estudios, un estigma que se debería evitar”.

Ese carácter de añadido tardío o de apaño tiene, además, como consecuencia, que la oferta de estas rutas alternativas para completar la ESO sea limitada. “Hay muchos chavales que en lo académico no van bien, porque la ESO no deja de ser académica, y a los que les gustaría hacer algo más aplicado, más profesionalizador, pero no tienen la posibilidad”, dice el orientador Javier Cortés. En su instituto público de Cata-roja, en Valencia, estudian unos 800 alumnos. De ellos, en los programas de diversificación curricular estudian 30, cuando en opinión de Cortés les convendría al doble, pero la normativa no lo permite. De la otra alternativa para acabar la ESO, la FP Básica, el instituto solo ofrece dos grados. Uno de Servicios Administrativos, que es muy poco adecuado para los chavales que detestan pasarse la mañana sentados en un pupitre. Y otro de Actividades Domésticas y Limpieza de Edificios, que, dice Cortés, “es el hermano pobre incluso dentro de la FP Básica”; “no les parece nada atractivo, muchos dicen: ‘yo no quiero dedicarme a limpiar”. Situaciones como la que describe Cortés se repiten en la mayor parte de España. “Y a esa edad”, agrega el orientador, “lo normal es que no quieran o no tengan los medios necesarios para desplazarse a otra localidad a estudiar otro ciclo que les vendría mejor”.

Clases sociales

Manuel Fernández Navas, profesor de Didáctica en la Facultad de Málaga, defiende, en cambio, una visión parecida a la que en su día se opuso desde la izquierda al 12-15+1. “Si en un tramo de la enseñanza obligatoria pones itinerarios, lo que va a pasar es que población de determinada clase social, de forma mayoritaria, se va a ir a uno de ellos, y los de otra clase, al otro. Eso está bastante documentado, y es poner el sistema educativo al servicio de la estratificación social”, afirma. Fernández Navas no niega que exista un problema con los chavales desmotivados, pero cree que la clave reside en cambiar lo que se hace en la ESO, teniendo en cuenta que es una etapa obligatoria que debe compensar las desigualdades. El modelo de “lección, libro de texto, deberes y examen”, aburre, en realidad, prosigue, a prácticamente todos los adolescentes, pero lo aguantan mejor aquellos cuyas familias ejercen presión para que estudien, que suelen tener perfiles socioeconómicos y culturales medios y altos.

“Cuando el único sentido de acceso al conocimiento de la actividad escolar es la nota, se beneficia a determinada clase social. Pero cuando el acceso al conocimiento tiene un valor de uso, es decir, cuando a los estudiantes les sirve para entender el mundo que les rodea, para resolver problemas de su vida diaria, el conocimiento tiene más sentido para otras clases sociales. Se trata de poner al alumnado en situaciones en las que el conocimiento pueda aplicarse”, argumenta el profesor de la Universidad de Málaga. “¿Cómo? Pues por mal que suene, lo vemos en las películas americanas. Los niños hacen experimentos reales en clase, trabajan haciendo periódicos, radio, talleres… Hay muchas formas de hacerlo”. Un enfoque de ese tipo, admite Fernández Navas, requiere incrementar los recursos y reducir la ratio de alumnos por docente. “No digo que sea fácil, pero es lo que deberíamos tratar de hacer. Y ya hay muchos colegios e institutos, muchos compañeros y compañeras, que trabajan así”.

El problema de la desmotivación en la ESO no procede tanto de la estructura de la etapa, afirma Enrique Roca, expresidente del Consejo Escolar del Estado, como de haber mantenido una elevada tasa de repetición de curso, que considera la “principal causa del desaliento de los estudiantes” y explica, en su opinión, “en la mayoría de los casos, el deseo de abandonar los estudios”. Roca aboga por reducirla drásticamente, como han hecho casi todos los países desarrollados, y ofrecer simultáneamente al alumnado “vías formativas acordes con sus capacidades e intereses”, incluidas más facilidades para acceder a la FP Básica.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.
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