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Sillas vacías en la universidad: “Preferiría aprovechar el tiempo adelantando la asignatura por mi cuenta”

El descenso de la presencialidad en las aulas se ha incrementado desde la pandemia, según un informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CyD), por motivos como la compatibilidad laboral o los recursos digitales

Estudiantes universitarios en el Campus dels Tarongers de Valencia el 13 de diciembre de 2023.
Estudiantes universitarios en el Campus dels Tarongers de Valencia el 13 de diciembre de 2023.Mònica Torres

El absentismo en las universidades es un fenómeno cada vez más habitual. El problema no es nuevo, pero se ha acentuado desde la pandemia, cuando se suspendieron las clases presenciales durante varios meses para evitar los contagios. Desde entonces, el descenso de la presencialidad ha sido “notable”, según un informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CyD), publicado a mediados de diciembre. La necesidad de compaginar los estudios con el trabajo, las facilidades para encontrar la información en línea o la falta de motivación forman parte del cóctel de motivos expresados por el alumnado que amenazan con agravar esta tendencia.

Tras más de año y medio de precauciones sanitarias en las aulas, con la posibilidad de seguir las clases a través de una pantalla o de asistir a clase en grupos reducidos, recuperar la presencialidad anterior está siendo una ardua tarea. El alumnado, que se tuvo que adaptar a marchas forzadas a este nuevo modelo, comprobó los beneficios que ofrecía y parte de él se resiste a abandonarlo. Por ello, el informe alerta de que “en muchas universidades presenciales se ha observado después de la pandemia un notable aumento del absentismo” y plantea la relación que “parece haber tenido” con un peor “desempeño académico del estudiantado”.

Compatibilizar los estudios y el trabajo es una opción ejercida por una de cada cuatro personas de entre 16 y 29 años que siguen formándose, según los datos del segundo trimestre de 2023 recogidos por el Ministerio de Trabajo y Economía Social. José Durá (26 años, Madrid) forma parte de este grupo. En su caso compatibiliza la carrera de Lenguas Modernas con un trabajo a media jornada por la tarde en la atención al cliente de una multinacional. “Hay días que llego a las 11 de la noche a casa y, entre que ceno y todo, se me hace muy tarde, por lo que algunas veces me salto la primera hora”, relata, aunque incide en que procura ir siempre que puede para no perder el hilo.

Coincide con Durán una estudiante de 25 años de la Universitat de València, que prefiere no revelar su nombre y su apellido por posibles consecuencias en sus notas, y que empezó a trabajar hace tres años para costearse sus gastos. Con un horario de media jornada en un bar, cuenta, hay días que necesita descansar y se pierde alguna clase que considera “más sencilla”. “Consigo sacar las asignaturas gracias a la colaboración de mis compañeros, que me pasan apuntes y me avisan de cualquier novedad. También cuento con la ayuda de algunos profesores, que suben todo el material al aula virtual”, explica la estudiante valenciana tras criticar la falta de empatía de otros docentes que exigen acudir presencialmente a todas las sesiones.

Una experiencia similar vive Chelsea, estudiante de Periodismo en la Universidade de Santiago de Compostela, que trabaja y estudia simultáneamente para costearse los estudios. “No estás en igualdad de condiciones con el resto de los compañeros, que se pueden dedicar por completo a estudiar”, explica Chelsea, que agradece la comprensión de la mayoría de los docentes.

Una de las claves para decidir si se acude o no a clase es la facilidad con la que se pueden encontrar los apuntes en internet. Existen varias vías. Marta Gregori, estudiante de 22 años en la Universitat Politècnica de València, cuenta que hay una aplicación en la que se pueden buscar resúmenes de “prácticamente cualquier asignatura”. “En Wuolah, los estudiantes de años anteriores suben sus apuntes. Solo te tienes que registrar para poder descargarlos”, explica Gregori, que protesta por la falta de actualización de las presentaciones de Power Point de algunos de sus profesores, aunque dice que estos son minoría. Es una queja compartida por la media docena de estudiantes entrevistados para este reportaje.

La escasa renovación por parte del profesorado está relacionada con la falta de motivación en algunas de las sesiones. Laura, estudiante del grado de International Business en Valencia, que prefiere no dar su apellido, explica que, si no tuviera asistencia obligatoria, faltaría a alguna clase por el escaso dinamismo. ”Aunque el temario me guste, hay algunas en las que me aburro por cómo se imparten y preferiría aprovechar el tiempo adelantando la asignatura por mi cuenta”, reconoce.

Si al bajo interés se le suma una larga distancia hasta la facultad, las probabilidades de mantener la presencialidad se reducen más. Es lo que le ocurre a Sergio Guerra, estudiante del grado de animación en la U-Tad de Madrid, centro adscrito a la Universidad Camilo José Cela. Guerra vive en el pueblo toledano de Chozas de Canales, a poco más de 50 kilómetros de su escuela, ubicada en Las Rozas. Tarda unas dos horas en desplazarse en transporte público, comenta, “siempre y cuando no se retrase”.

Guerra está obligado a coger el autobús, ya que no tiene coche, y en más de una ocasión le ha ocurrido que este se ha averiado o que le habían vendido un billete para el que no había aforo. “Hay veces que el tiempo de trayecto se duplica y no consigo llegar. Las faltas suelen ser recurrentes, mayoritariamente, por causas ajenas a mí”, aclara. Aún así, considera que “no vale la pena” invertir cuatro horas de ida y vuelta a la facultad los días que solo tiene una asignatura que, encima, ya practica desde los 13 años. “Esa puedo permitirme saltarla”, sentencia.

El horario universitario también es motivo de queja para Gregori, pero por razones distintas. Hay días en los que está desde las tres de la tarde hasta las nueve de la noche en el aula. “Cuando llega la última hora, mi cabeza ya no puede más, así que de vez en cuando decido faltar para aprovechar el tiempo en casa”, expone.

El informe referencia una preferencia por la formación híbrida, no contemplada en las facultades presenciales, pensadas para que los jóvenes se formen con el trato humano. La vida social en el campus no parece ser la misma de antes. Los jardines ya no se llenan de estudiantes que aprovechan los rayos de sol para dispersarse y la cafetería no se abarrota entre las clases. “La Universidad como cuna del pensamiento crítico se nutre de la diversidad y la interacción cercana entre los compañeros”, explica Ana Baena, que cursa el máster en Altos Estudios Internacionales y Europeos de la Universidad de Granada. Echa de menos su anterior rutina estudiantil donde todos los universitarios se reunían en clase.

Su anhelo es compartido por Alina Rodríguez, estudiante de Logopedia en la Universidad de la Laguna en Tenerife, que aunque siempre acude a clase, reconoce haber experimentado un cambio significativo en su vida universitaria. “Antes el campus era el epicentro de encuentros, celebraciones y sesiones maratonianas en la biblioteca. Con la pandemia empezamos a tener restricciones y asignaturas online que, sumadas a la división por grupos dentro de la misma clase, dificultaron la socialización”, explica. Rodríguez reconoce vivir una nueva etapa universitaria diferente a la que conocía.

La estudiante andaluza aclara que su facultad apuesta por una vuelta a la presencialidad plena, en la medida de lo posible, “pero gran parte del alumnado se ha acostumbrado a un modelo de enseñanza híbrido, que trae consigo indudables ventajas como la posibilidad de asistencia remota a seminarios y la flexibilidad lectiva para las personas con dificultad de asistencia”.

Aún así, Baena considera que la actual etapa formativa “pierde parte de su encanto” si no existen iniciativas de ocio sostenible y desarrollo cultural entre el estudiantado. “Para ello es necesario contar con campus llenos y presenciales”, reconoce. Aunque la vida universitaria empieza a ser otra vez la que era, dice que aún queda camino por recorrer: “Desde las cervezas después de clase, los cinefórums y los espacios verdes abiertos, hasta los descansos en los pasillos y el movimiento reivindicativo estudiantil”.

En el año 2007 se aprobó el real decreto que reorientó la enseñanza universitaria para adaptarla a la normativa europea. La puesta en marcha del Plan Bolonia en el curso 2009-2010 en España introdujo diversos cambios. Aumentaron los precios de las matrículas, desaparecieron las licenciaturas y se crearon los másteres. Las asignaturas ahora se pagan por créditos, cada uno de ellos cuesta una media de 27,67 euros y las titulaciones contienen una carga aproximada de 240 créditos.

El Plan Bolonia busca potenciar la realización de trabajos prácticos y una asistencia regular a clase, entre otras cuestiones, para fomentar la participación. Aumentó el tiempo de clase, antes eran 720 horas lectivas por curso y ahora llegan hasta 1.800, los profesores pasan lista, restan puntuación en las notas finales por faltas injustificadas y mandan tareas para hacer en casa con más frecuencia.

Por unos motivos u otros, cada vez son más los alumnos que optan por un modelo híbrido de presencialidad que les permite conciliar mejor su vida laboral y aprovechar el tiempo de estudio. No quieren dejar de ir a todas las clases, pero sí piden que la universidad se adapte a la realidad de cada uno.

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