Las reglas de las oposiciones docentes enfrentan a profesores interinos y a jóvenes sin experiencia: “No estamos en igualdad de condiciones”
Una maestra que lleva 12 años de interina y una aspirante que se presenta por primera vez cuentan cómo están viviendo el vaivén de normas que cambia radicalmente sus posibilidades de conseguir una plaza
Si preparar una oposición nunca es fácil, y durante la pandemia menos, los vaivenes en las reglas que regirán la selección de profesores funcionarios este año ha disparado en las últimas semanas los niveles de estrés de decenas de miles de aspirantes, como la gallega Raquel Giadans y la madrileña Esther Sánchez. Las autoridades educativas han puesto sobre la mesa dos modelos de pruebas muy distintos. El primero beneficia de forma extraordinaria a los profesores interinos, que son cerca de 129.000 y representan un desproporcionado porcentaje, el 25,7%, de las plantillas de la red pública. El segundo, el sistema tradicional, da opciones de conseguir una plaza a los aspirantes con escasa experiencia docente, normalmente más jóvenes, que llegan bien preparados al examen y tienen formación complementaria. Sánchez y Giadans pertenecen respectivamente a uno y otro colectivo. Ambas tienen en común que sus trayectorias laborales fueron marcadas de inicio por la anterior crisis económica.
La solución adoptada por los responsables educativos, que podría calificarse de salomónica, no ha contentado a ninguna de las dos. El Ministerio de Educación esperaba en diciembre aprobar de forma inminente el nuevo sistema de oposiciones (el que beneficia a los interinos y se aplicará, de forma transitoria, hasta 2024), que traslada a la enseñanza la nueva ley de reducción de la temporalidad en el sector público. Pero Educación optó por retrasar la norma, y ahora prevé aprobarla entre final de abril y principio de mayo. Entre tanto, las autonomías han ido convocando las oposiciones de este año, lo que les permitirá aplicar las reglas tradicionales.
Ese retraso da una oportunidad a Giadans y a miles de aspirantes que como ella tienen poca experiencia docente. Con el modelo de oposición tradicional, los interinos ganan en torno al 80% de las plazas. Con el nuevo sistema, que todos los territorios menos Cataluña y País Vasco ya han descartado aplicar este año, el porcentaje de plazas ganadas por interinos subirá al 95% o más, prevén los sindicatos, debido al peso que tendrán los años trabajados y porque las fases del proceso dejarán de ser eliminatorias. Una parte de las plazas que se adjudiquen hasta 2024, quizá un 20% de las 125.000 previstas, según cálculos sindicales, irán, además, directamente para interinos, ya que se adjudicarán mediante concurso de méritos, sin examen. La moratoria de un año ha supuesto un alivio para los opositores con poca experiencia, y al mismo tiempo ha elevado la presión ante la convocatoria de junio, dice Giadans, consciente de que si no consigue una plaza de profesora de Francés ahora lo tendrá muy complicado después. La última vez que hubo una convocatoria tan grande como la de este año (37 plazas) en una especialidad pequeña como la suya, la Xunta tardó una década en volver a sacar puestos.
La biografía de Giadans, de 31 años, se parece a la de muchos jóvenes que se han formado y se han movido, pero no consiguen alcanzar una estabilidad vital. Terminó la carrera de Traducción e Interpretación en Vigo en 2013. Recién graduada se fue a trabajar de auxiliar de conversación a la Guyana francesa. Volvió un año después, consiguió empleo de traductora a través de una ETT, pero no le duró ni encontró alternativas; “no había nada en plena crisis”. Estuvo de voluntaria en Médicos del Mundo. Trabajó seis meses en Disneyland París. Regresó a Galicia para hacer el máster de profesorado, mientras lo compatibilizaba con dos empleos poco cualificados y estudiaba chino por su cuenta. Aprobó por libre un título oficial y se fue un año, con una beca del Gobierno chino, a aprender el idioma a Pekín. “Me quise quedar, porque encontré una empresa de traducción buena, pero para pasar mi visado de estudiante a uno de trabajo necesitaba acreditar dos años de experiencia laboral estable en España, y no los tenía”, dice.
Seis idiomas
Giadans trabajó después tres años en Barcelona, en una empresa de importación de productos chinos y en una gran firma del sector turístico. Al llegar la covid volvió a Galicia, desde donde podía teletrabajar. Hizo otro máster a distancia, se presentó a varios exámenes en la Escuela Oficial de Idiomas (habla seis lenguas), decidió que quería quedarse allí y empezó a preparar la oposición para ser profesora. A finales de diciembre, cuando la empresa le dijo que no podía seguir teletrabajando, pidió una excedencia. “Entonces vi que iban a cambiar las normas de la oposición para favorecer a los interinos y me iba a quedar sin posibilidades. Imagínate mi cara. Pensé: ‘No consigo hacer mi vida”. El retraso en la aprobación del decreto ha vuelto a entreabrir la puerta y Giadans se ha enclaustrado en una casa que sus padres tienen en Corrubedo (A Coruña), en la desembocadura de la ría de Arousa. “Por la mañana estudio y por la tarde preparo la programación. Hay días que no hablo con nadie porque el pueblo está desierto estos meses”, cuenta.
“No estamos en igualdad de condiciones”. La frase podría decirla Giadans respecto a las ventajas de los profesores interinos, con el sistema tradicional y con el nuevo. Pero la pronuncia Esther Sánchez, que tiene 36 años y lleva 12 de interina en Madrid. Sánchez hizo un buen examen la primera vez que se presentó a la oposición, pero no consiguió plaza porque carecía de experiencia. Los recortes en educación redujeron la oferta en las siguientes convocatorias y también la demanda de maestras interinas. Durante varios años, solo logró sustituciones de algunos meses por curso. Tuvo una hija, se separó, consiguió la custodia (su expareja pasa con la niña los miércoles por la tarde y un fin de semana de cada dos) y no cuenta con apoyo familiar para cuidarla. Por la mañana la deja en la escuela antes de empezar las clases en una actividad extraescolar para llegar a tiempo a su colegio. Y por las tardes también, para que le dé tiempo a volver. “Según en qué centro me toque, si hay caravana puede costarme dos horas llegar a por ella”.
El retraso del nuevo sistema le ha sentado como un “jarro de agua fría” porque, dice, apenas puede estudiar. “Cuando llego a casa tengo que dedicarme a la niña, bañarla, arreglar la casa, hacer la cena… Y cuando puedo ponerme por la noche, estoy agotada, y al día siguiente me levanto a las seis y media. Puedo sacar ¿media hora, una hora?”. Sánchez se ha presentado a varias oposiciones, pero su mejor nota fue la primera vez. “Entonces vivía con mis padres y estudiar era como un trabajo”.
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