El gran reto de la ‘ley Celaá’: bajar la curva de repetidores
El 29% de los alumnos se ve obligado a estudiar un mismo curso. La nueva norma educativa busca reducir una práctica que los expertos consideran cara e ineficaz
La trayectoria educativa de Luis pendió de un hilo hacia el final de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), cuando estuvo a punto de repetir. Ya le había ocurrido en el último curso de Primaria, y lo llevó muy mal. “Fue una faena, como un castigo, porque te separan de tus compañeros y te hacen empezar de cero con gente que tiene un año menos”, recuerda. En su instituto del Madrid, sin embargo, le permitieron promocionar. Y después de ciertas dudas sobre qué camino tomar se decantó por Formación Profesional con la idea de acabar estudiando una carrera. “Me metí en el grado medio y lo saqué todo bastante bien. Después empecé el superior, ahora estoy en el último curso y en septiembre me gustaría empezar Enfermería”, cuenta Luis, que pide que no se publique su apellido. La mayor parte de los chavales obligados a volver a estudiar el mismo curso, señalan los expertos, lo vive como un estigma.
La repetición, un recurso pedagógico controvertido que la nueva ley educativa pretende limitar, está muy arraigada en España. El 28,7% de los alumnos de 15 años ha repetido al menos una vez, frente al 11,3% de la media de países de la OCDE, según datos del último informe PISA, de 2018. La organización internacional lleva décadas instando a reducir su uso, al considerarlo caro —en España cuesta 3.000 millones al año solo en la ESO— y, sobre todo, ineficaz. España también lidera la tasa de abandono escolar temprano (la población de 18 a 24 años que tiene como máximo el título de secundaria y no sigue ningún tipo de formación que le permita elevar su cualificación) en la UE, con un 16%, frente al 10% de promedio comunitario.
Pasar de curso con cinco en Madrid
La nueva ley no supone una ruptura. Las repeticiones se han reducido en la última década. Y con la anterior norma educativa, del PP, aunque en teoría no se podía pasar de curso con más de dos suspensos, sumando las diversas las excepciones, en la práctica se podía pasar con muchas más. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, hasta con cinco, explica Esteban Álvarez, presidente de la asociación de directores de institutos públicos de esta comunidad autónoma. Pero la ley Celaá ha introducido cambios para intentar doblegar la estadística a mayor velocidad. De 2012 a 2018 el porcentaje de repetidores disminuyó en España cuatro puntos, mientras en otros países con tradición en la materia, como Portugal, se redujo nueve puntos en el mismo periodo y en Francia, 12.
La nueva norma limita a dos el número de veces que puede repetir un estudiante en toda la etapa de enseñanza obligatoria (hasta ahora eran tres). Y desvincula la promoción del hecho de haber superado un número concreto de materias, dejando la decisión en el equipo docente y reduciendo la repetición solo a aquellos casos en que los profesores lleguen a la conclusión de que beneficiará su trayectoria académica. La ley sienta, además, las bases de una gran revisión del currículo (los contenidos que estudian los alumnos y la forma de evaluarlos), y restablece los programas de diversificación curricular (que adapta las materias para los estudiantes que van mal, haciéndolas más sencillas).
“La nueva ley institucionaliza una práctica que se estaba generalizando, y es que la repetición no dependa tanto de cómo lo hagas en un número determinado de asignaturas, sino de una evaluación colegiada de lo que en su conjunto la persona sabe hacer. En algunos casos, retener a un alumno a un año puede ayudarle, porque no todos maduran a la misma velocidad. Pero no como norma general. No nos damos cuenta del impacto que tiene en la vida de la gente ponerle a hacer lo mismo que hizo el año pasado”, afirma José Saturnino Martínez, director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa. “Es más rentable darle apoyo en las materias en las que flojea que hacerle repetir todas las materias, tanto las que sabía como las que no, que es donde la locura didáctica de la medida es mayor”, señala el sociólogo. “Los alumnos de clases populares repiten más”, prosigue, “incluso a igualdad de competencias demostradas en exámenes como PISA, que los de clase alta, lo que parece indicar que no solo tiene que ver con factores educativos, sino que influyen otros vinculados a la condición social”.
Salir adelante
La opinión crítica sobre la repetición de Esteban Álvarez se basa en décadas de docencia y también en su experiencia personal: siendo un chaval repitió y estuvo a punto de abandonar los estudios. “La adolescencia, sobre todo a nivel de tercero de la ESO, es un periodo tremendo. Y además nuestros contenidos curriculares son muy amplios y la enseñanza muy memorística. He visto chavales que tuvieron que repetir con tres asignaturas y al año siguiente mostraron un rechazo absoluto al sistema porque se frustraron. Y otros que en situaciones iguales promocionaron y, teniendo la suerte de recibir más apoyo al año siguiente, tiraron adelante y entraron en el grado o el ciclo formativo que querían”.
La opinión de Álvarez coincide con la defendida por la federación de directores de instituto españoles, Fedadi, y va acompañada de otra, que plantean como una reclamación a las autoridades educativas: “La repetición no es garantía de superación, pero la promoción sin más tampoco. Hay que aprovechar los recursos que ahora se destinan a la repetición para aumentar el profesorado y las clases de refuerzo”.
“Lo más importante”, añade Enrique Jabares, presidente de la asociación de directores de colegios públicos de Andalucía, “es un cambio en la metodología hacia una enseñanza más personalizada, que tenga en cuenta los distintos niveles y características del alumnado, tanto a la hora de aprender como de evaluarlos”.
Reducir las repeticiones es un objetivo compartido por prácticamente toda la comunidad educativa. Pero en algunos sectores genera al mismo tiempo preocupación. “Hay unos aprendizajes mínimos que hay que superar. De lo que discrepamos absolutamente es de dar facilidades para que, apriorísticamente, se pase con muchas asignaturas sin superar, porque podemos lanzar un mensaje contra la cultura del rigor y del esfuerzo”, advierte Nicolás Fernández Guisado, presidente del sindicato docente Anpe.
La apelación a la cultura del esfuerzo, cree, por su parte, José Saturnino Martínez, puede conducir “a la trampa de dejar caer toda la responsabilidad en la voluntad del estudiante, de forma que las instituciones y el profesorado se puedan lavar las manos”. “Y”, continúa Martínez, “ocultar que muchas veces no se utiliza tanto como una herramienta educativa sino castigadora o como una forma de chantaje. En vez de hacer una mejor didáctica se le dice al alumno: ‘Si te portas mal, vas a perder un año de tu vida”.
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