La historia de las dos economías chinas
Pekín está cazando ratones, aunque sea de una manera distinta al típico paradigma occidental de apoyo al consumo
La aversión a China es en lo único en que se pone de acuerdo la clase política americana en una era de extrema polarización. El rápido avance de su economía —la segunda economía mundial, que en 30 años ha pasado de representar apenas el 5% de la producción industrial mundial a casi el 30%— y la preocupación con su creciente influencia y asertividad geopolítica, han sido los catalizadores de esta unanimidad. Con un perfil demográfico negativo, los precios de la vivienda cayendo desde hace varios años, y un mercado bursátil anémico, es difícil encontrar opiniones positivas. La realidad, sin embargo, es mucho más matizada, porque la economía china tiene características únicas.
“No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”, pronunció Deng Xiaoping durante su famosa “gira por el sur” de China, en 1992, destinada a evaluar el impacto y avance de las reformas económicas. El análisis del significado preciso de la frase ha generado miles de páginas de estudios —¿se refería solo a la dicotomía entre comunismo y capitalismo, y al objetivo del crecimiento económico, o era un debate mucho más profundo?—, pero la síntesis está clara: el pragmatismo ha sido la clave del desarrollo chino.
Y el pragmatismo es necesario, porque la tarea de gestionar una economía con una población treinta veces superior a la española es de una dificultad incomparable. Durante las décadas posteriores a la revolución cultural el objetivo fundamental era la modernización y la integración en el comercio internacional, claves para sacar a su población de la pobreza. Estrategias que dieron fruto: según estimaciones del Banco Mundial, más de 800 millones de personas han salido de la pobreza en China en las últimas cuatro décadas.
La clave ha sido un fuerte crecimiento del PIB, que se aceleró hasta alcanzar una tasa interanual del 15% a mitad de 2007, justo antes del inicio de la crisis financiera de EE UU, apoyado en una fuerte contribución de la inversión inmobiliaria y de infraestructuras. La economía se mantuvo robusta, creciendo por encima del 9% hasta 2011 y aliviando el impacto de la crisis en EE UU y en Europa.
Pero el modelo de crecimiento acelerado era insostenible y, poco a poco, la economía china pasó de maximizar la cantidad de crecimiento a cuidar la calidad del crecimiento, del énfasis en la producción de bajo coste y el sector inmobiliario y las infraestructuras a primar el valor añadido, la industria y la innovación. Desde mediados de la década de 2010, con iniciativas como el proyecto Made in China 2025 de apoyo a las industrias del futuro, la iniciativa BRI (Belt and Road Initiative) de inversiones en recursos naturales por todo el mundo, o el concepto de “Circulación Dual” para potenciar la industria doméstica, China empezó a diseñar una estrategia de progreso en la cadena de valor añadido con la promoción de la inversión en los sectores punteros tecnológicamente y en las industrias de apoyo a la transición ecológica, y de aumento de la resiliencia de su economía respecto al acceso a recursos energéticos y materias primas estratégicas. China quería pasar de ser la fábrica mundial basada en mano de obra barata con tecnología importada a ser líder global en sectores punteros con tecnología propria y autosuficiente en recursos estratégicos.
Y lo está consiguiendo. Desde entonces, ha sido la historia de las dos economías chinas. Una parte de la economía, localizada sobre todo en las zonas más ricas de la costa, muestra una demanda débil donde la persistente deflación de los precios de la vivienda, la contención salarial y la debilidad del mercado bursátil deprime el consumo privado. La otra parte de la economía, más hacia el interior del país, con una expansión enfocada en la inversión en los sectores líderes y la mejora de la productividad. Según un análisis de Bloomberg, de 13 sectores identificados en el proyecto Made in China 2025, el país asiático ya es líder mundial en cinco y es competitiva en otros siete. Ha aumentado su cuota de mercado de exportaciones en los sectores estratégicos, y es líder en investigación y patentes en muchos de estos sectores, graduando más ingenieros cada año que toda la OCDE.
La guerra comercial iniciada por la Administración Trump y continuada y ampliada por la Administración Biden, y la ausencia de un plan claro y contundente de mejora de las finanzas de las administraciones locales y de apoyo al consumo privado, han contribuido al deterioro de la confianza inversora. Pero, irónicamente, el deterioro de relaciones con Occidente ha fomentado la mejora de la resiliencia, acelerando el desarrollo tecnológico local y reorientando las cadenas de suministros y los mercados exportadores hacia Europa y las economías emergentes. Las importaciones americanas de productos chinos se han reducido, pero se han reemplazado con importaciones de países que tienen amplias relaciones comerciales con China. Y el resultado es que, hoy en día, la economía china está mucho más preparada que en 2016 para una nueva guerra comercial.
Es cierto que una parte del éxito industrial chino se debe al apoyo del Estado a través de generosos subsidios. Pero también es cierto que la política industrial china está diseñada de manera eficiente: se apoya en el sector, no en empresas individuales, y se promueve la competencia feroz dentro del sector para generar ganancias de eficiencia aprovechando la gran escala de su mercado interior —y la Unión Europea debería tomar nota de la necesidad de tener un mercado interior de gran tamaño para crear líderes mundiales——. El dominio global en el sector de las placas solares, o el éxito de BYD, uno de los líderes mundiales de vehículos eléctricos, son ejemplos de esta estrategia.
La industria europea es particularmente vulnerable ante el progreso industrial chino. Los análisis del Banco Central Europeo muestran que China compite cada vez más con Europa, y sobre todo con Alemania, en los mercados globales. China ha pasado de ser complementaria —Alemania exportaba automóviles y maquinaria a la boyante demanda china— a ser competidora. Pekín ahora produce y exporta esos bienes, mientras que las empresas alemanas invierten en China para producir allí.
El gato está cazando ratones, aunque sea de una manera distinta al típico paradigma occidental de apoyo al consumo. Y Europa debe darse prisa, bajando las barreras de su mercado interior y mejorando la eficiencia de su inversión, para no quedarse aún más rezagada.
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