Un euro cada vez más perfecto
Si los países se enfrascan en luchas internas, Europa se quedará atrás en la carrera económica con EE UU y China
El deseo de perfeccionar las uniones políticas es algo arraigado en los tratados fundacionales. En el preámbulo de la Constitución de EE UU, el pueblo americano aspira a formar una unión “más perfecta”. El Tratado de Roma de 1957, que estableció la Comunidad Europea, determinaba el deseo de crear los cimientos de una unión “cada vez más estrecha” entre los pueblos de Europa. El euro se constituyó como parte de este proceso de crear una unión cada vez más estrecha, confiando que la dinámica política mejoraría la estructura económica y haría del euro una unión monetaria cada vez más perfecta. Pero, ¿ha sido así?
El premio Nobel de economía Bob Mundell describió una unión monetaria óptima como una unidad económica compuesta por regiones donde los shocks económicos son simétricos y entre las cuales el trabajo y otros factores de producción fluyen libremente. Estas condiciones raramente se dan en la práctica así que hay más factores que deben considerarse para determinar la salud de una unión monetaria. Por un lado, las medidas que pueden adoptarse para reducir la frecuencia de shocks asimétricos. Por ejemplo, aumentar la similitud de las estructuras económicas de los países, fomentar la apertura de sus económicas y el comercio intraregional, y reducir su nivel de especialización de las economías. Por otro lado, adoptar políticas económicas que faciliten la gestión de los shocks asimétricos una vez que suceden. Por ejemplo, fomentar la movilidad de los factores de producción y la flexibilidad de precios y salarios, o aumentar la capacidad de los estabilizadores automáticos y la efectividad de las políticas cíclicas. El presupuesto federal en EE UU es clave para la estabilidad del área monetaria estadounidense. En cierto sentido, una unión monetaria es como un ecosistema natural, que debe alcanzar un nivel de diversidad óptimo que genere el equilibrio necesario entre resiliencia y eficiencia.
Por tanto, la clave para perfeccionar una unión monetaria es crear el arsenal de políticas económicas necesario para contrarrestar sus carencias naturales. Y surgen una serie de preguntas inmediatas: ¿puede ser óptima un área monetaria si impone un sistema de reglas que neutraliza la principal política económica cíclica disponible a nivel nacional, la política fiscal? ¿Puede ser óptima un área monetaria si uno de los países más grandes adopta una estrategia de persistente devaluación competitiva que neutraliza los esfuerzos de ajuste de otros países que sufren shocks asimétricos?
La historia del euro como área monetaria se puede dividir en tres fases. Una primera fase inicialmente exitosa, marcada por la convergencia de tipos de interés y de inflación, pero que derivó en excesiva exuberancia en algunos países y, eventualmente, en la crisis del euro. Una segunda fase de gestión ineficiente de la crisis, debido a una combinación de intereses políticos divergentes y un diagnóstico erróneo, que fomentó la adopción de políticas de excesiva austeridad de carácter deflacionista y aumentó la divergencia económica —empeorando la calidad del área monetaria—. Y una tercera fase de gestión de la pandemia mucho más exitosa, con políticas económicas que no solo evitaron la divergencia sino que, además, dotaron a la unión monetaria de mejores instrumentos de gestión cíclica,como el fondo NextGenerationEU, mejorando la calidad del área monetaria.
Un aspecto interesante de esta historia del euro como área monetaria es que los mecanismos de ajuste han sido distintos de lo que se esperaba al inicio. La movilidad laboral entre países no ha sido la principal vía de ajuste, ya que los flujos migratorios externos han sido mucho más determinantes. Tampoco lo han sido las devaluaciones de precios y salarios —recuerden la obsesión de los dirigentes europeos, durante la crisis, con las divergencias en costes laborales unitarios— impedidas por la persistente debilidad de precios y sueldos de Alemania. Pero, a pesar de ello, los déficits por cuenta corriente se han transformado en superávits. Con la perspectiva histórica, parece claro que el énfasis en la competitividad de precios y salarios era excesivo. Lecciones para el futuro.
Algunos de los errores cometidos han tenido un impacto permanente. Por ejemplo, la gestión de la crisis del euro, y el comportamiento de algunos gobiernos —como el debate en Italia en 2018 sobre la salida del euro— ha generado una fragmentación persistente de la política monetaria en la eurozona que dificulta que las decisiones del BCE se transmitan a todos los países por igual. Es difícil evitar la divergencia económica cuando unos países tienen, de manera permanente, unas condiciones financieras menos favorables que sus vecinos. La pertenencia al euro tiene que contribuir al progreso de todos sus miembros, y la divergencia económica se puede transformar rápidamente en divergencia política.
Así que cabe preguntarse: ¿es el euro de 2024 un área monetaria más perfecta que el euro de 1998?
La respuesta no es obvia. El punto de partida del euro en 1998 era complejo, ya que nació con dos problemas: la elevada deuda pública italiana respecto al resto, que generaba desconfianza y contribuyó a aumentar la complejidad y rigidez de las reglas fiscales; y la falta de sincronicidad del ciclo económico alemán, que dificultó la gestión de la recién nacida política monetaria común. Tenía además una política monetaria con un sesgo deflacionista —recordemos que el objetivo de inflación era asimétrico, por debajo del 2%— y carecía de instrumentos de estabilización fiscal. El punto de partida del euro en 2024 tampoco está exento de dificultades: se enfrenta a una mayor diversidad de posiciones fiscales —el ratio de deuda en relación al PIB de Italia está en torno a 140%, en el caso de Francia y España está un poco por encima del 100%, mientras que en Alemania se sitúa por debajo del 60%— y a la persistente divergencia económica alemana. Además, la fragmentación política y el renacer del nacionalismo económico es un viento de cara para el desarrollo de instrumentos de política económica que mejoren la capacidad de inversión y de estabilización cíclica. Pero el euro de 2024 tiene una panoplia de instrumentos económicos mucho más amplia y eficaz que en 1998 —incluyendo el hecho de que el BCE ya ha aceptado las compras de activos, e incluso la intervención en los mercados de renta fija, como instrumentos de política económica—. La mayoría de los bloqueos intelectuales e ideológicos que impedían completar el arsenal de instrumentos de política económica se han superado. El balance, en su conjunto, es positivo.
¿Seguirá el euro avanzando hacia un área monetaria “más perfecta”? El progreso no está garantizado. Las necesidades de inversión para hacer frente a los retos geoestratégicos son enormes y, como se está viendo en muchos países, el riesgo de retroceso institucional es elevado. Si los países europeos se enfrascan en sus luchas internas como un juego de suma cero, cada uno a lo suyo con mentalidad de país pequeño, Europa se quedará atrás en la competición económica con EE UU y China. El riesgo de una nueva divergencia económica entre los países del euro es elevado, algo muy peligroso en un contexto político de avance del nacionalismo político y económico. No nos fiemos, queda mucho camino por recorrer.
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