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El faraón del vino español: de vender barricas en La Rioja a coleccionar puntos Parker

Álvaro Palacios es uno de los bodegueros más reconocidos de España con sus caldos elaborados en La Rioja, el Bierzo y el Priorato

Álvaro Palacios, viticultor autor de La Ermita, en la sala de barricas de su bodega en el pueblo de Gratallops, el corazón del Priorato.
Álvaro Palacios, viticultor autor de La Ermita, en la sala de barricas de su bodega en el pueblo de Gratallops, el corazón del Priorato.Alfredo Cáliz
Miguel Ángel García Vega

“Si tus ojillos fueran / aceitunas verdes / toa la noche estaría / muele que muele, muele / muele que muele, muele que muele”. El flamenco tango de Camarón se escucha en un Opel Kadett de “quinta mano” y 600.000 kilómetros de Álvaro Palacios (Alfaro, La Rioja, 1964). Uno de los mejores bodegueros de Europa. Le encanta trastear, según la primera acepción del diccionario. “Pisar las cuerdas de los instrumentos de trastes”. Le apasiona la guitarra. En estas cavilaciones andaba a principios de los noventa mientras recorría —con 25 años— todas las denominaciones de origen españolas para vender toneles de la casa riojana Magreñán. “Era pura supervivencia”, recuerda. Sube la radio. Escucha los dedos deslizándose por los trastes de Tomatito y el genio de San Fernando (Cádiz). Arranca Como el agua. “Limpia va el agua del río / como la estrella de la mañana”. Álvaro completa, mientras conduce, la canción: “Limpio va el cariño mío, / el manantial de tu fuente clara”.

Hoy trastea, de verdad, con la memoria.

—¿Cuántos vinos con 100 puntos Parker [clasificación de la publicación The Wine Advocate de Robert Parker, en España puntuada por el catador Luis Gutiérrez] tiene en total?

—No lo recuerdo —contesta con sinceridad. [Son cuatro añadas, dos de La Faraona y dos de L’Ermita. Pero eso llegará después].

Álvaro Palacios es la revisión española de la tierra prometida o su sueño. Empezó vendiendo barricas y ahora comercializa sus mejores vinos por más de 1.700 euros. Solo “compite” con Pingus (Peter Sisseck) o Vega Sicilia (Pablo Álvarez). Una de sus habilidades es un discurso seductor y un excelente manejo de los idiomas.

Por eso, quizá su cosecha más mítica no sean las uvas sino las palabras. “Es una persona muy honesta y defiende, hasta la obsesión, que España tiene que elaborar grandes vinos capaces de mirar a los ojos a las principales casas francesas, estadounidenses o italianas”, describe un amigo suyo. “El reconocimiento está muy bien, pero necesitamos precios altos”. Es la conjura de alguien que viaja a 40 países al año y quiere que los grandes vinos españoles cuesten igual que los franceses o italianos.

Sin embargo, entre la tonelería y los 1.700 euros ha sucedido una vida. La infancia transcurrió, junto con sus hermanos, en Alfaro. La bodega donde elaboraba José Palacios, su padre, fallecido en 2000. Eran tiempos de la tiranía del volumen en La Rioja. Pero Álvaro no quería producir 400.000 cajas. Pronto imaginó el futuro. Porque entendió que quienes lideraban los precios (entre 1.000 y 3.000 euros por botella) eran los grand crus de Borgoña y los premier crus de Burdeos. “En España solo existen tres vinos con lista de espera y necesitamos, al menos, una treintena para ser respetados”, lamenta.

Petrus, Borgoña, Napa. Esa es la educación de Álvaro. Nunca se licenció. Es autodidacta. “En 1982 me di cuenta de que Burdeos era el centro del mundo”, recuerda. Y claro, quiso elaborar. Su mentor, René Barbier, y tres amigos le descubren el Priorato y sus bancales de pizarra azulada. Comenzó a trabajar en 1989 en Gratallops (Tarragona). Los fines de semana elaboran —con el dinero de las barricas— unas 2.000 botellas de Finca Dofí. “Era una locura; no había descanso”, admite Palacios. Sin embargo, su primer vino recibe 94 puntos de Parker. Un logro para un chico de 25 años. Después lanzaría su hoy imprescindible Les Terrasses.

Otro maestro, buen amigo, Mariano García, lo felicitó:

—Álvaro, muy bien, 94 puntos.

—Lo puedo hacer mejor, Mariano, lo puedo hacer mejor —respondió.

Pero el vino que lo llevó al río fue L’Ermita. La añada 2013 ya tuvo 100 puntos de Parker. Procede de una finca en el Priorato de 1,5 hectáreas de viñas viejas y 1,4 con vides enraizadas en 1996. La propiedad catalana ocupa 35 hectáreas y durante 2024 se plantará más viñedo en el paraje de L’Ermita. “Soy un hombre de campo”, repite, pero, también, un empresario. Ensambla exclusividad y producciones asequibles. Elabora, por ejemplo, 240.000 botellas de Camins del Priorat (unos 20 euros).

Sin embargo, las viñas a veces juegan a los dados. Ricardo Palacios, Titín, sobrino de Álvaro, quien se ha formado en Château Margaux (Francia), volvía de una boda en 1999. El coche atravesaba la comarca leonesa de Corullón. Tierras verdes, alzadas al cielo. Ricardo llamó, con 28 años, a su tío: “¡Esto es increíble!”. “Y un brillo de luz de luna / iluminaba tus ojos”, debió de pensar. Viñas en laderas a alturas imposibles, donde solo entraban animales de labor y había que bajar la uva en mochilas. Una locura. Pronto su Faraona (mencía) consiguió otros 100 puntos de Parker. Es el nombre con el que en La Rioja Oriental se llamaba a la tina del mejor vino nuevo. Aunque trabajar esas parcelas resulta tan complicado que han vendido algunas de las 35 hectáreas. “Pero las mejores nos las pateamos Ricardo y yo”, aclara. Por ahora, su enseña de entrada, Pétalos del Bierzo, distribuye 350.000 botellas. Todo en una bodega (Descendientes J. Palacios) de 16 millones de euros dibujada por Rafael Moneo.

El triángulo equilátero de tierra y viñas se cierra en La Rioja. En Alfaro. En la bodega familiar Palacios Remondo, de la que se ocupa desde la desaparición de su padre. Quería invertir 18 millones en una nueva, pero ha renunciado ante el temor de que las viñas terminen alambradas alrededor de parques eólicos. Aunque de ahí proceden, sobre todo, dos vinos. La Montesa, una garnacha con la que elabora 620.000 botellas, y Quiñón de Valmira, un vino de parcela —unos 400 euros— mano a mano con su hija Lola. Acaba de cumplir 25 años y desde 2019 se forma en la Romanée-Conti, otros grandes domaines y la Universidad de Dijon en (Borgoña). “En principio será mi relevo natural. Pero sin tensión, aquí lo importante es ser feliz”, comenta Álvaro Palacios.

Todo bodeguero tiene una geografía distinta a la propia donde sueña que crecen sus vides. Álvaro habla de Jerez al igual que de un amante imposible. “Elaborar allí vino con Peter Sisseck fue un sueño. Pero no puedo más. Tres regiones son muchas”. Unas 180 hectáreas. De Alfaro salen un millón de botellas, y le acompañan el Priorat (380.000) y el Bierzo (400.000). “Es una profesión muy exigente, tienes que viajar, estar en las viñas, atender las visitas”, desgrana.

Pero hoy urge el mercado. Junto a su amigo Quim Vila, el principal distribuidor español, fue la primera bodega nacional en vender “a la avanzada”. Una fórmula similar al premier de Burdeos. El marchante cata el vino en barrica y se fija un precio y una cantidad. Aunque quizá su gran aportación sea replicar el modelo borgoñón de vino de municipio y vino de parcela, la Gran Viña Clasificada, y así funciona ya en las denominaciones de origen de Bierzo y Priorato. Frente a la tradición del coupage (mezcla), Palacios defiende que los grandes vinos clásicos, en su mayoría, son los que provienen de un viñedo reconocido, cuyo nombre debe reflejarse en la etiqueta para dar fe de su origen. Una revolución. Paco de Lucía contaba, también, que Camarón era “un revolucionario del flamenco”.

Álvaro arranca el Opel Kadett. Sintoniza “luz del alma mía, divina / que a mí me alumbra mi corazón. / Mi cuerpo alegre camina / porque de ti lleva la ilusión”. Ay, como el agua, ay como el vino.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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