Los alimentos, los fertilizantes y el futuro
A medida que el mundo se vuelve más peligroso, las cosas que damos por supuestas pueden ser mucho más frágiles
Como sabe cualquiera que conduzca un coche, los precios de la gasolina han subido mucho desde su mínimo marcado en el año 2020 por la pandemia. En primer lugar, la recuperación económica mundial impulsó la demanda de petróleo, y luego la invasión de Ucrania por parte de Vladímir Putin cortó las exportaciones de crudo ruso. Pero los precios, tanto en el surtidor como en la boca del pozo petrolífero, se han estabilizado, al menos por ahora. Desde una perspectiva histórica, los precios reales del gas —es decir, los precios en relación con el coste general de la vida— no están tan altos; de hecho, son más bajos que entre 2006 y 2014. El crudo West Texas [el de referencia en Estados Unidos] cayó por debajo de los 100 dólares el barril a principios de mayo, pero luego ha vuelto a repuntar y ya está en 107 dólares.
Sin embargo, mientras que el descalabro energético seguramente sea un poco menos grave de lo que algunos imaginan, en el suministro mundial de alimentos la crisis es enorme. En efecto, a lo largo del año pasado, los precios del trigo subieron mucho más que los del petróleo. Esto causa perjuicios en Estados Unidos, pero mucho más en los países más pobres, en los que una parte mucho mayor del gasto familiar se destina a alimentos. ¿Qué hay detrás de esta crisis?
Una parte de la historia es evidente: normalmente, Ucrania es uno de los principales exportadores agrícolas, pero resulta difícil seguir siéndolo con Rusia bombardeando las líneas férreas y bloqueando los puertos del país. Pero hay algo más: Rusia ha interrumpido gran parte de sus exportaciones de grano, al parecer en un intento de mantener bajos los precios en el país. Por si fuera poco, Kazajistán, el mayor exportador de productos agrícolas de la zona, ha seguido su ejemplo.
Luego están los fertilizantes. Su sistema actual de producción consume mucha energía y antes de la guerra Rusia era el principal exportador del mundo, pero ahora ha suspendido las exportaciones. Sin embargo, no se trata solo de Rusia. Como indica un nuevo análisis de Chad Bown y Yilin Chang, del Instituto Peterson de Economía Internacional, el año pasado China —otro de los principales productores de fertilizantes— redujo en buena medida sus ventas al exterior, también aparentemente en un intento de evitar que subieran los precios en el país. Y como señalan los autores, la prohibición de estas exportaciones es sin duda un problema más grave que el ojo por ojo de las subidas de aranceles de la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Todo esto está causando grandes problemas a la agricultura del mundo, sobre todo en los mercados emergentes, como Brasil. Eso es malo. También nos enseña una importante lección sobre la relación entre geopolítica y globalización.
Mucha gente, me parece, supone que la globalización es un fenómeno bastante reciente. Sin embargo, los historiadores de la economía saben que más o menos entre 1870 y 1913 surgió una economía mundial sorprendentemente integrada, posible gracias a la tecnología avanzada de la época: barcos de vapor, ferrocarriles y telégrafos. A principios del siglo XX, los británicos ya comían trigo canadiense, carne argentina y cordero neozelandés.
Luego, la geopolítica —las guerras y el ascenso del totalitarismo y el proteccionismo— acabó con gran parte de esta primera ola de mundialización. Las relaciones comerciales solo se recuperaron con el establecimiento de la Pax Americana y se tardó unos 40 años en devolver el comercio mundial a los niveles de 1913.
Es verdad que esta primera ola de globalización fue relativamente simple y, en gran parte, un intercambio de bienes manufacturados procedentes de las economías avanzadas por productos primarios como, precisamente, el trigo. Las complejas cadenas de valor que caracterizan a la actual economía mundial, en las que, por ejemplo, los coches fabricados en los países ricos llevan chips de Japón y arneses de cables procedentes de México y Ucrania, es un fenómeno esencialmente posterior a 1990, posible en gran parte gracias a la generalización del uso de contenedores y a la moderna tecnología de la información, y ha llevado el comercio mundial a cotas nunca vistas.
Sin embargo, resulta que ambas formas de globalización dependen de un entorno geopolítico relativamente estable, que parece que estamos perdiendo. No nos encontramos en el terreno de Los cañones de agosto, al menos no todavía, pero, sin duda, en el aire flota un tufillo a 1914.
Y un aspecto sorprendente de los recientes problemas económicos, por lo menos para mí, es que, de momento, están causando más perjuicios a la globalización a la vieja usanza —¿deberíamos llamarla globalización 1.0?— que a las complejas relaciones económicas desarrolladas después de 1990. A pesar de la escasez de contenedores, los atascos en los puertos y todo eso, todavía sigue siendo bastante fácil comprar aparatos electrónicos que incluyen componentes de una docena de países. Lo que realmente se está viendo duramente golpeado ahora es algo más rudimentario, como el comercio de trigo y de fertilizantes.
En cualquier caso, incluso antes de la invasión de Ucrania, cada vez hay más razones para preguntarse por el futuro de la globalización. A menudo se nos dice que el comercio fomenta la paz, lo cual puede que sea verdad o no. Ahora bien, lo que es seguro es que la paz fomenta el comercio. Y a medida que el mundo se vuelve un lugar más peligroso, las cosas que damos por supuestas, como el comercio de alimentos a gran escala, pueden ser mucho más frágiles de lo que nadie se imaginaba.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.
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