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Desarrollo urbano
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hasta qué punto es ecológica tu metrópoli?

La construcción de muchas viviendas en las ciudades más pobladas es muy positiva para el medio ambiente

Vista de Manhattan, en la ciudad de Nueva York.
Vista de Manhattan, en la ciudad de Nueva York.Gary Hershorn (Getty Images)
Paul Krugman

Normalmente, unas elecciones especiales para la Asamblea del Estado de California no tendrían mucha importancia a escala nacional, sobre todo no unas elecciones en San Francisco, una ciudad liberal y demócrata que es todo lo contrario de un distrito que tan pronto vota a un partido como a otro.

Pero en este caso concreto la batalla electoral ha girado en gran medida en torno a la política de vivienda. El ganador contaba con el apoyo del recién creado movimiento YIMBY (siglas en inglés de Yes in My Back Yard, o Sí en Mi Patio Trasero) —surgido por oposición al llamado NIMBY (siglas de Not in My Back Yard, o No en Mi Patio Trasero)—, que reclama que se construyan más viviendas y se aumente la densidad de población en las ciudades. Y aunque esto no sea más que una gota de agua en el mar de la política nacional, sus consecuencias tanto para la economía como para el medio ambiente podrían ser enormemente positivas.

He aquí algunos antecedentes: en vísperas de la pandemia, las grandes ciudades de Estados Unidos estaban en muchos aspectos en mejor forma que nunca en su historia. Los problemas sociales no habían desaparecido, pero habían remitido. En Nueva York en particular, los homicidios estaban un 85% por debajo de su nivel de 1990. Al mismo tiempo, la economía del conocimiento atraía a las empresas a las grandes áreas metropolitanas con un alto nivel educativo.

Durante un tiempo pareció que la crisis sanitaria podía hacer retroceder estos avances. En los primeros meses, la covid se cebó en Nueva York, y muchas voces afirmaron que una alta densidad de población era un peligro para la salud. Sin embargo, a medida que íbamos aprendiendo a hacer frente al patógeno, y sobre todo después de que llegaran las vacunas, las zonas urbanas se volvieron considerablemente más seguras que las rurales, aunque solo fuera porque sus habitantes estaban más dispuestos a llevar mascarilla y a vacunarse. Es verdad que la delincuencia, en particular los tiroteos, experimentó un fuerte aumento durante la pandemia. Pero el fenómeno no se limitó a las grandes urbes. E incluso ahora la tasa de criminalidad en Nueva York es mucho más baja que, por ejemplo, cuando Rudy Giuliani era alcalde. (¿Qué habrá sido de él?).

Y si el mercado inmobiliario puede considerarse un indicador, el atractivo de las urbes ha resurgido. En lo peor de la pandemia, en Nueva York los alquileres sufrieron un brusco descenso, pero actualmente la caída se ha recuperado por completo. Lo cual es un problema. En efecto, las ciudades se han convertido en lugares muy deseables para vivir y trabajar. Sin embargo, se han vuelto cada vez más inasequibles, debido en gran medida a la oposición local a las nuevas construcciones.

¿De dónde viene esta oposición? Siempre ha habido un segmento de la opinión pública estadounidense que ve la vida en las ciudades muy pobladas como distópica por naturaleza. El senador Tom Cotton fue objeto de numerosas burlas cuando tuiteó (falsamente) que los demócratas “quieren obligarles a vivir en el centro de la ciudad, en edificios de pisos, y a ir al trabajo andando o en metro”, como si ese estilo de vida —que a bastantes de nosotros nos resulta atractivo — fuera horrible. No obstante, muchos estadounidenses probablemente comparten su opinión. Parte de la oposición también refleja egoísmo: los residentes acomodados de las comunidades caras suelen querer que los precios de la vivienda se mantengan altos restringiendo la oferta.

Pero una proporción importante del rechazo a la densidad también puede expresar la incomprensión sincera de sus efectos. Según un sondeo reciente de YouGov, tres de cada cuatro estadounidenses creen que es mejor para el medio ambiente que las casas se construyan separadas unas de otras. La razón por la cual lo creen es fácil de ver. Alguien que vive en un frondoso barrio de las afueras, y no digamos en el campo, está rodeado de más vegetación que alguien que vive en un rascacielos urbano. Entonces, ¿el país en su conjunto no sería más verde si todo el mundo viviera más disperso?

La respuesta, por supuesto, es que no, porque esta imagen que parece de sentido común implica una falacia de composición. Imaginen que cogemos una milla cuadrada (alrededor de 260 hectáreas) de Nueva York en la que viven unas 70.000 personas —la cual, dicho sea de paso, es mucho más tranquila y da una sensación de estar mucho menos abarrotada de lo que seguramente se imagine quien no ha vivido ahí— y dispersamos su población con la densidad característica de un barrio residencial de las afueras. Los mismos habitantes ocuparían entonces más de 9.000 hectáreas. La huella de sus casas, las carreteras que necesitarían para desplazarse (porque todo tendría que hacerse en coche), sus centros comerciales, etcétera, acabarían cubriendo mucho más espacio verde del que cubrían en Nueva York.

Las ciudades densas también utilizan mucha menos energía per capita que los barrios de las afueras, en gran medida porque sus habitantes usan menos el coche y prefieren ir andando o utilizar el transporte público. Aunque nadie está insinuando que haya que obligar a los estadounidenses a vivir como los neoyorquinos, dar la posibilidad de que más gente lo hiciera al permitir una mayor densidad sería bueno para el medio ambiente.

También sería bueno para la economía. Hay gente que está dispuesta a pagar precios muy altos por una casa urbana porque en la gran ciudad es más productiva. Por tanto, limitar la densidad empobrece a EE UU al impedir que los trabajadores aprovechen al máximo su talento. Un estudio reciente ha calculado que reducir las restricciones al uso del suelo en algunas de las principales ciudades añadiría un 3,7% al PIB de EE UU, es decir, casi 900.000 millones de dólares al año.

Así que un aplauso para los yimbys. La oposición a la densidad urbana ha hecho un daño notable. Reducirla podría resultar sorprendentemente beneficioso.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.

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