La presión política y sindical sobre Biden amenaza con bloquear la venta de la acería centenaria US Steel
El comité de Inversiones Extranjeras investigará si la adquisición de la siderúrgica por una empresa japonesa compromete la seguridad nacional y vulnera las condiciones de los trabajadores
Cuestiones de seguridad nacional y la fiabilidad de la cadena de suministro -en una coyuntura de alto riesgo por la guerra de Gaza- han puesto en alerta a la Administración del presidente Joe Biden tras el anuncio de la compra de la centenaria acería US Steel por una compañía japonesa. La transacción, por 14.000 millones de dólares, ya provocó el lunes encendidas reacciones de los sindicatos, que temen un empeoramiento de las condiciones laborales bajo la nueva dirección de la empresa. Pero este jueves ha sido la misma Casa Blanca la que ha alzado la voz, al hilo de las críticas manifestadas también por destacados demócratas.
Mediante un comunicado, Lael Brainard, asesor económico nacional de Biden, pidió un “serio escrutinio” del acuerdo entre US Steel y la japonesa Nippon Steel por varios motivos: la defensa de sus trabajadores, la trayectoria histórica de US Steel, clave durante la Segunda Guerra Mundial; la importancia de la industria nacional como principal asidero de la clase media y la necesidad de garantizar la autonomía estratégica del país. Poco más o menos, los mismos reclamos de la campaña que llevó a Biden a la Casa Blanca en 2020. Un presidente hoy en horas bajas, según los sondeos de intención de voto, a menos de un año de la nueva cita con las urnas.
El comunicado firmado por Brainard detalla todo lo que hay en juego. “El presidente cree que US Steel fue una parte integral de nuestro arsenal democrático en la Segunda Guerra Mundial y sigue siendo un componente básico de la producción nacional de acero en general, que es fundamental para nuestra seguridad [defensa] nacional. Y ha dejado claro que damos la bienvenida a los fabricantes de todo el mundo a construir su futuro aquí con empleos y trabajadores estadounidenses. Sin embargo, también cree que la compra de esta emblemática empresa de propiedad estadounidense por una entidad extranjera -incluso de un aliado cercano [como Japón]- merece un serio escrutinio de su potencial impacto en la seguridad nacional y la fiabilidad de la cadena de suministro”, explica Brainard. La transacción, señala, será sometida a la consideración del comité intergubernamental de Inversiones Extranjeras, apuntalado por el Congreso, y “la Administración actuará si procede”.
La aprobación por parte del comité es una de las condiciones de la operación, según un documento presentado ante la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, en sus siglas inglesas; regulador bursátil estadounidense).
El comunicado del más alto asesor económico de la Casa Blanca muestra lo mucho que se juega Biden si su Administración, a través del citado comité, bloquea el acuerdo por motivos de seguridad nacional, ya que ello enviaría una señal negativa al resto del mundo sobre la apertura de la economía estadounidense a la inversión extranjera. Además de los sindicatos, y en especial el potente United Steelworkers, con fuerte implantación en la acería, varios políticos del Rust Belt (cinturón del óxido, el nombre que recibe la vasta región del centro y el noreste del país antaño industrializada y, a partir de los setenta, abandonada) han pedido la revisión del acuerdo. La sede de US Steel está en Pensilvania, uno de Estados que recorre el Rust Belt.
Los dos senadores de Pensilvania, ambos demócratas, escribieron a la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, que dirige el proceso de escrutinio del comité, diciendo que el acuerdo debería anularse. United Steelworkers ha instado a los reguladores a revisar la operación para determinar si beneficia a los trabajadores y sirve a los intereses de seguridad nacional de EE UU, explicó en un comunicado su presidente, David McCall, que este jueves aplaudió las palabras de Brainard. Biden es el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de EE UU, y no parece dispuesto a desairarlos.
El comunicado de Brainard es una reiterada declaración de intenciones, prácticamente idéntica a las promesas electorales del entonces candidato demócrata en 2020, sobre su apuesta por la industria nacional. “El acero es la espina dorsal de la fabricación estadounidense en todos los sectores, desde las infraestructuras a los automóviles, pasando por nuestro futuro de energías limpias. Desde que Biden tomó posesión, se han creado 800.000 puestos de trabajo en el sector manufacturero”, subraya el asesor económico nacional. Brainard recuerda, en tono marcadamente electoral, que gracias a las políticas del presidente, “las fábricas están volviendo a casa, los puestos de trabajo están volviendo a casa, las empresas estadounidenses están volviendo a fabricar cosas en Estados Unidos” tras décadas de deslocalización.
Apostar por la industria nacional es el espíritu y el propósito del programa de Biden Made in America, pero ese mismo objetivo también anima la ley bipartidista de Infraestructuras, la primera iniciativa legislativa de calado de Biden; la ambiciosa Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Chips o microconductores, para superar la dependencia estratégica de China: una política que recorre transversalmente su programa de gobierno “El presidente Biden ha tomado medidas para proteger a las empresas siderúrgicas estadounidenses frente a las prácticas comerciales desleales y distorsionadoras del mercado de China y otros países”, recalca Brainard. Para el mandatario demócrata, la clase media es la espina dorsal de EE UU, y la industria, su armazón.
El ‘cinturón del óxido’, una elegía industrial
A lo largo de 2020, Biden hizo campaña con insistencia en zonas fabriles preteridas por la deslocalización que en 2016 habían votado masivamente por Donald Trump. US Steel, su pujanza de antaño y su posterior declive, es un símbolo de ese rust belt, la región del Noreste y Medio Oeste del país que ha sufrido un marcado proceso de decadencia a partir de los años setenta del pasado siglo. La desindustrialización, acompañada de altas tasas de desempleo y pobreza -y agravada por el impacto de la crisis de los opioides-, lanzó en brazos del republicano a amplias capas de lo que en su día fue la clase media blanca, encarnada por los blue collars (obreros), a la que Biden prácticamente consagró su campaña en 2020.
Ese cinturón industrial es también el epicentro del fenómeno en el que los profesores Angus Deaton y Anne Case constataron una epidemia de “muertes por desesperación”, según el título de su conocido ensayo de 2015, subtitulado El futuro del capitalismo: la depauperación, las condiciones de abandono, desatención y falta de expectativas que desde los noventa han reducido la esperanza de vida de esa clase media blanca a consecuencia de las tres “enfermedades de la desesperanza”, según las definen los expertos: alcoholismo, drogas -incluida la adicción a los opioides- y suicidio.
El mismo escenario rudo y desapacible, entre lo rural y las chimeneas contaminantes de las fábricas, retratado en el libro que batió récords de venta en 2016 (un año después del ensayo de Deaton y Case): Hillbilly, una elegía rural, del actual congresista republicano J. D Vance, que dio el salto a la política precisamente gracias al éxito. Territorios donde el ideal del sueño americano se apagó hace décadas, por el efecto de la globalización y la huida de empresas a países con mano de obra barata y una desregularización feroz. En 2016 esa región se rindió a los cantos de sirena populistas; en 2020, se creyó las promesas de Biden, y esa es la presión añadida ahora sobre el demócrata.
Todos esos factores confluyen en el fantasma de US Steel, que hace décadas que dejó de ser la empresa puntera que fue a comienzos del siglo XX y durante la Segunda Guerra Mundial, y en su estratégica venta. Ítem más, con dos guerras en curso, la de Ucrania y la de Gaza, hay otro elemento adicional para escrutar con lupa la venta. El Departamento de Defensa requiere una gama de productos de acero para armamento y sistemas de defensa relacionados. La Administración de Donald Trump estimó esa demanda en alrededor del 3% de la producción total de acero estadounidense y consideró que ese nivel es lo suficientemente grande como para justificar la imposición de un arancel del 25% a las importaciones de acero de todo el mundo.
US Steel y Nippon Steel ya han dicho que esperan una revisión del comité antes de dar por finalizada la adquisición, que alumbraría la segunda siderúrgica más grande del mundo: otra piedra en el zapato de Biden y sus intentos de reprimir las fusiones mastodónticas.
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