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La Pensilvania rural se resiste a Biden

El interior del Estado refleja la polarización entre el campo y la ciudad, que se extiende a todo EE UU y que Biden deberá enfrentar los próximos cuatro años

Los viejos altos hornos de Bethlehem Steel Corporation en la ribera del río Lehigh en Bethlehem, Pensilvania.
Los viejos altos hornos de Bethlehem Steel Corporation en la ribera del río Lehigh en Bethlehem, Pensilvania.Kriston Jae Bethel
Elena Reina

En la ribera del río Lehigh, los altos hornos de la antigua Bethlehem Steel Corporation (Corporación del Acero de Belén) se elevan poderosos en el centro del valle principal del condado de Northampton, al norte de Filadelfia (Pensilvania). Sus inmensas naves abandonadas advierten al visitante de un pasado industrial glorioso. Aquí, en el corazón manufacturero que ha vuelto a manos de los demócratas con Joe Biden, se fabricó la mitad del acero con el que se construyeron las vigas de los rascacielos de Nueva York y también gran parte del armamento y artillería usados en la Primera y Segunda Guerra Mundial. En este rincón, ahora en declive, del interior de Pensilvania, se fabricaron más de 1.000 buques de guerra y las máquinas no dejaron de funcionar durante 100 años. Ahora, sobre sus ruinas, la compañía Las Vegas Sands planea construir un enorme casino.

El pasado industrial de Bethlehem (Belén, en español), de unos 75.000 habitantes, conformó un núcleo duro de votantes demócratas que se fue diluyendo a principios de los 2000. Cuando la gran compañía acerera se declaró en quiebra, después de su fundación en 1899, y el destino de miles de obreros consistió también en reinventarse.

Por ciudades como esta, a 80 kilómetros al norte de Filadelfia, se conoce a la zona como el Cinturón del Óxido, bastión fundamental demócrata arrebatado por Donald Trump en 2016 y devuelto al partido de la mano de Joe Biden en estas elecciones. Enmarcada en un Estado, Pensilvania, que le ha dado la victoria por la mínima, con solo una diferencia de 0,6 puntos y un puñado de 45.600 votos.

Los demócratas celebraban recuperar esta región anhelada desde su caída con Hillary Clinton. Pero el margen no es suficiente como para hablar de una reconquista. Su población ha quedado dividida, como todo el país, entre las grandes ciudades en las que han arrasado —Filadelfia, Pittsburh y Allentown— y todo lo que las rodea, zonas rurales y suburbios, donde el discurso de Trump sigue más vivo que nunca.

Este rincón de Pensilvania supone un reflejo de la realidad de un país que ha votado a Biden más que a otro candidato en la historia, con 75 millones de votos; pero que también ha votado en gran medida a Trump, 71 millones de personas. Un contexto polarizado entre el campo y la ciudad, que se extiende a todo Estados Unidos y que Biden deberá enfrentar los próximos cuatro años.

El condado de Northampton, donde se encuentra Belén, votó a Trump en 2016 y el sábado (al finalizar el conteo) se convirtió en uno de los dos únicos distritos —junto a Erie, en la frontera con Canadá— que se ha girado en favor de los demócratas. La concejala de este partido en el Ayuntamiento de Belén, Paige VanWirt, de 53 años, explica cómo la situación electoral de esta pequeña ciudad supone un espejo en el que se mira el resto del país: “No es que haya demócratas que votaran a Trump en 2016, o no tantos significativamente, sino que los demócratas han salido a votar. Los republicanos también lo han hecho. Y la ventaja no es tan grande como para hablar de un vuelco”.

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VanWirt planta unos tulipanes mientras habla con este diario en una jardinera de la calle, frente a su adosado de ladrillo rojo en el casco histórico de esta ciudad antiguamente industrial y tradicionalmente demócrata. Está convencida de que todavía hay mucho trabajo por hacer. “Ahora hablamos de los demócratas silenciosos. Gente en esta zona que ha votado a Biden, pero que prefiere no hablar del tema”, asegura. Y es consciente de que a unos pocos kilómetros de allí, Trump llegó para quedarse.

Paige VanWirt planta bulbos alrededor de un árbol frente a su casa.
Paige VanWirt planta bulbos alrededor de un árbol frente a su casa. Kriston Jae Bethel

A escasos cinco kilómetros hacia el noroeste, la herencia demócrata de los hijos del acero se diluye. Y en esta zona rural de casas blancas con tejados a dos aguas y té y periódico en el porche, los exabruptos de Trump estos cuatro años han resultado efectivos para una clase media trabajadora. Junto a la calle principal del pequeño municipio de Butztown, dentro del mismo condado de Northampton, la fachada de una de esas residencias llama la atención un día después de conocer el resultado electoral.

Más que una vivienda, parece un centro del partido de Trump. Se cuentan hasta 12 carteles que llevan su nombre, la cantidad de propaganda la justificará su dueño más tarde, pues algunos vecinos del partido contrario se dedican a arrancar algunos durante las madrugadas. Su propietario, Russell Barone, de 42 años, un hombre fornido de media melena viste una camiseta con un mensaje estampado en el pecho: “La única cosa peor que la covid-19 sería Biden-20”. No está en ninguna marcha ni acto del Partido Republicano, se viste así un domingo por la mañana.

Russell Barone está parado en su patio delantero lleno de letreros de la campaña de Trump en Bethlehem, Pensilvania.
Russell Barone está parado en su patio delantero lleno de letreros de la campaña de Trump en Bethlehem, Pensilvania.Kriston Jae Bethel

Tiene un taller mecánico y asegura que la zona donde trabaja, en el municipio que lleva el nombre del condado, Northampton, no se pueden creer todavía que haya ganado Biden las elecciones. “Yo soy independiente, ¿sabes? No me fío de los políticos y hasta 2016 hacía muchos años que no votaba a nadie. Pero llegó Trump, un tipo fuera de la política, empresario, que tiene lo que hay que tener para saber manejar a este país, que sabemos que no se va a enriquecer con esto porque ya es millonario. Es el único confiable, lo voté entonces y lo he votado ahora”, asegura desde el patio de su casa. “Sé que dice muchas estupideces, pero porque no es político, es un ciudadano y habla como nosotros. Más allá de esa actitud, ha sabido levantar al país”, añade.

Mientras habla, se escuchan los bocinazos de algunos vecinos cuando pasan por su esquina. “No me importa lo que piensen, no vendrán a hacerme nada. Tengo armas aquí dentro”, remata.

A unos 40 kilómetros más hacia el norte, el paisaje se pinta otoñal. Sobre extensas praderas verdes y algunos ranchos de bueyes, se erigen bosques de robles rojos que colorean de naranja y cereza el camino hacia el pequeño municipio de Northampton. En este pueblo fantasma por el que el domingo soleado después de las elecciones no camina nadie, las fachadas se suceden una a otra con carteles a favor de Donald Trump. “No más patrañas”, uno de los eslóganes de campaña del republicano, se lee en una de las viviendas de la calle principal del municipio.

En el garaje de una de esas viviendas de dos pisos, Tyler Wider, de 24 años, arregla un Mustang del 94. Este joven de pelo rubio y ojos muy claros solo ha votado dos veces en su vida, y lo ha hecho por Trump. Su casa, a diferencia del resto, no tiene ninguna señal de su preferencia partidista, pero no hace falta. “Mira, mi padre era republicano, y pues… Ya sabes. Esto es como ser de los Eagles de Filadelfia”, explica.

Tyler Wilder se encuentra junto al Ford Mustang '94 que está restaurando en su garaje en Northampton, Pensilvania.
Tyler Wilder se encuentra junto al Ford Mustang '94 que está restaurando en su garaje en Northampton, Pensilvania.Kriston Jae Bethel

Wider no tiene trabajo y tampoco ha estudiado una carrera. Pero está convencido de que este Mustang de su padre lo salvará de la maldición de su familia, también desempleada. “Al menos, con él podré salir a buscarlo”, añade. Frente a un fotógrafo negro, siente la necesidad de justificar su postura: “Me molesta mucho que nos llamen racistas. Yo no tengo ningún problema con la gente de color —sin ofender—. Pero no creo que la policía sea responsable de lo malo que pase”, señala sobre las protestas por la violencia policial contra la población afroamericana que dieron origen al movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan, en inglés). “Es un trabajo difícil. Se juegan la vida. A veces es disparar o morir”, apunta.

Al final de la conversación, saca sus manos engrasadas del motor de este vehículo viejo y lanza un presagio con el que, asegura, coincide la mayoría de vecinos del pueblo.

—Yo hice lo que pude. Fui a votar por él y sigo con mi vida. No sé qué va a pasar en los próximos cuatro años. Pero supongo que tendremos que esperar…

— ¿Qué es lo que va a esperar?

—Estoy seguro de que Trump volverá en 2024. Y si no es él, alguien con su carácter, con las agallas suficientes para liderar este gran país.

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Elena Reina
Es redactora de la sección de Madrid. Antes trabajó ocho años en la redacción de EL PAÍS México, donde se especializó en temas de narcotráfico, migración y feminicidios. Es coautora del libro ‘Rabia: ocho crónicas contra el cinismo en América Latina’ (Anagrama, 2022) y Premio Gabriel García Márquez de Periodismo a la mejor cobertura en 2020

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