La inflación golpea a los bancos de alimentos: caen las reservas de leche y aceite
Las donaciones caen un 12,5% en lo que va de año, pero los receptores de ayuda siguen siendo 1,3 millones de personas
Hacer la compra ha dejado de ser un acto rutinario. Para unos es un cálculo constante; para otros es un gasto imposible. La Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal) advierte de que las donaciones se han reducido un 12,5% en lo que va de año. Sin embargo, avisan de que el número de receptores de ayuda, tras el periodo anómalo de la pandemia, se mantiene en cerca de 1,3 millones de personas. Los bancos de alimento se están quedando, sobre todo, sin dos productos básicos en sus cestas solidarias: leche (con un déficit de 18 millones de litros) y aceite (con un faltante de tres millones de litros).
El precio del aceite de oliva se ha disparado un 32,1% en un año y el de la leche lo ha hecho un 30%, según el INE. Son los dos alimentos, tras el azúcar (+50,4%), que más han incrementado su precio. Y eso se nota en las donaciones. Para Betty, que tiene una hipoteca a tipo variable y tres hijos, el reparto semanal de comida que hace la Fundación Madrina en el distrito de Tetuán supone un balón de oxígeno: “Me permite seguir pagando otras facturas”. Cuenta que está de baja por maternidad, pero el dinero que recibe por un contrato a tiempo parcial no le da para todo.
La inflación se situó en abril en el 4,1%, que en el caso de los alimentos fue del 12,9%, 3,6 puntos menos que en marzo. Esta moderación reciente ha llevado a pensar a algunos expertos que el precio de los insumos podría haber tocado techo, pero una subida interanual de dos dígitos deja cada vez más presupuestos familiares en serios apuros. El impacto sobre las reservas llega por dos vías, según el director de Fesbal, Francisco Greciano: menos donaciones particulares y un mayor coste de las compras que hace el propio banco, que con el mismo presupuesto consigue menos comida.
Las entidades a las que suministra el banco de alimentos también están pasando por momentos complicados. “Las colas cada día crecen más y con la inflación llega menos comida”, apunta el coordinador de la Fundación Madrina, Conrado Giménez. Esta entidad reparte alimentos de miércoles a viernes a cerca de 400 personas. De sus cestas, sin embargo, pronto empezarán a desaparecer muchos productos por el impacto de la inflación: “Ya nos han comunicado que desde el Fondo de Garantía Agraria (FEGA) no llegará ni aceite ni leche en la próxima entrega”. Cuando llega aceite, las existencias no duran más allá de unas horas, lamenta Giménez mientras muestra las últimas existencias de leche en un almacén repleto de voluntarios.
Los productos que abastecen a entidades como la Fundación Madrina, que trabajan directamente con las familias que lo necesitan, proceden de distintas fuentes: de donaciones de empresas y particulares, del Fondo de Ayuda Europea para las Personas Más Desfavorecidas (FEAD), del Fondo de Garantía Agraria (FEGA) o del propio Banco de Alimentos. Este último colabora con más de 7.000 organizaciones. Otra de esas entidades es la asociación Karibu, que diariamente atiende a unas 80 familias, en su mayoría de origen africano. La directora de la entidad, Nikole Ndongala, cuenta que han tenido que establecer un servicio de citas ante la alta demanda y coincide en que en sus lotes ha dejado de haber leche y aceite.
Salarios que no llegan
La Encuesta de Condiciones del INE mostró en abril mejores datos que en años anteriores y vuelve a cifras de 2019, antes de que irrumpiese la pandemia. Según el documento, la población que presenta una situación de carencia material y social grave bajó en 2022 hasta el 7,7% frente al 8,3% del año anterior. Sin embargo, ni en la Fundación Madrina ni en Karibu lo notan. Más bien al contrario: “Cada día llega más gente. Hemos establecido un sistema de citas para que no se formen colas muy largas, pero ahora mismo no tenemos ni un hueco hasta el miércoles que viene”, relata la directora de Karibu. No muy lejos de allí, en la cola de la Fundación Madrina, Victoria cuenta que su mala racha comenzó tras la pandemia. Ella y su marido, ambos mayores de 50 años, se quedaron sin trabajo y no han conseguido nada desde entonces. “Preferiría estar trabajando que en esta cola pidiendo ayuda para intentar sobrevivir con 400 euros”, señala.
De hecho, hay mucha gente con trabajo que acude a este servicio. “Las cosas están caras y los sueldos no suben”, apunta Ngongala. Según un estudio de la consultora Nielsen IQ, en España un 29% de los hogares vive al día, lo que quiere decir que cualquier gasto imprevisto o situación sobrevenida les coloca en una posición económica muy delicada. “Hay gente que había encontrado trabajo y ya no venía, pero ahora, a pesar de seguir trabajando, han vuelto”, comenta la directora. En la misma línea se expresa Giménez, que incide en la necesidad de incrementar el presupuesto público ante la elevada demanda.
“Había utilizado este recurso hace años y ahora he tenido que volver”, cuenta una joven que espera en la cola. Mientras espera su turno, habla de un trabajo sin contrato, de un embarazo y de un despido. De una vuelta “a la casilla de salida”. Hay familias que se mueven en un equilibrio delicado y un gasto inesperado, un periodo en paro o una subida de precios marcan la diferencia entre poder acceder, o no, a algo tan básico como una compra.
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