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El control del agua: la guerra económica que se avecina

Las sequías, los incendios y la mala gestión de este elemento esencial ponen en riesgo vidas y empresas. Fuente de desigualdad creciente, los derechos sobre su uso ya cotizan en Bolsa y los expertos piden racionalizar el consumo

Miguel Ángel García Vega
Imagen de la laguna de Aculeo en Paine (Chile) en enero de 2019 totalmente vacía por la sequía.
Imagen de la laguna de Aculeo en Paine (Chile) en enero de 2019 totalmente vacía por la sequía.RODRIGO GARRIDO (REUTERS)

El ser humano lleva 400.000 generaciones habitando este orbe de azul y tierra. Ha soportado semanas en las que parecía que nunca dejaría de llover y meses de un estío infinito. Conoce las consecuencias de la aridez. Los acadios desaparecieron hace 4.000 años, los mayas entre los siglos VIII y IX después de Cristo y los granjeros de las grandes planicies (Kansas, Colorado y Dakota) abandonaron sus pastos en los años treinta del siglo pasado. Todo era polvo e ira. La falta de agua ha acabado con civilizaciones enteras. La sequía cuartea la tierra, como un caminante que atravesara Comala, de Juan Rulfo, y amenaza con convertirse en la próxima pandemia. Y nadie posee una vacuna. Las personas han estado conviviendo con sequías durante 5.000 años, pero lo que vemos ahora es muy distinto. “La escasez por satisfacer las necesidades básicas de la población es consecuencia, sobre todo, de una mala gestión de las prioridades éticas, al anteponerse poderosos intereses en actividades productivas, o usos suntuarios, por encima de los derechos humanos y las necesidades vitales de los más empobrecidos”, advierte Pedro Arrojo, relator especial de la ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento.

Quizá porque es incolora e insípida, ni siquiera los inversores, pese a ser indispensable para la vida, le han prestado atención durante la crisis sanitaria. Tal vez porque en los países ricos resulta natural abrir el grifo y que se vierta agua de calidad. Es en este momento cuando aparecen los economistas. Las próximas líneas podrían escribirse al igual que Cela redactó su Cristo versus Arizona, más de 200 páginas con un solo punto. Una diáspora incesante de palabras. Únicamente el 0,5% del agua del mundo es potable, cerca de 2.200 millones de personas no beben de forma segura y 4.200 millones carecen de infraestructura sanitaria. Una cuarta parte del planeta enfrenta un estrés hídrico máximo y 800.000 hombres, mujeres y niños de países pobres mueren al año por falta de higiene y agua adecuada. El futuro será algo sin precedentes en 400.000 generaciones. En 2030 —acorde con la ONU— la demanda de agua superará en un 40% la oferta y obligará a un gasto extra a los gobiernos de 136.000 millones de euros anuales. Mientras, la demografía, imperturbable, proseguirá su destino. Con una población que habrá aumentado durante 2050 entre un 22% y el 34%, cerca de 6.000 millones de seres humanos podrían sufrir escasez de este líquido básico. Este es el posible mañana visto desde fuera del planeta. Queda esa frase de Van Gogh. “Tengo… una terrible necesidad…, ¿diré la palabra?…, de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas”. La respuesta “no es extraer más agua, sino recuperar, regenerar y reutilizar los acuíferos”, defiende Pedro Arrojo. Si tú cuidas del suelo, el suelo cuida de ti. Es nuestra Vía Láctea empedrada de estrellas.

Enormes pérdidas

Este pequeño planeta, arrinconado en la orilla de un océano cósmico, necesita asegurar su agua. El Banco Mundial calcula que la pérdida de este elemento vital en agricultura, salud, ingresos y propiedades puede reducir en 2050 hasta el 6% del PIB en algunas regiones del mundo. Urge cuidar los riachuelos, las torrenteras, el río que nos ha llevado durante miles de años. “Si analizamos las cuencas hidrográficas españolas [andan al 50% de su capacidad, 27.958 hm3; por hacerse una idea: un hectómetro cúbico es similar a un campo de fútbol], vemos que no estamos mejor pero tampoco hemos ido a peor, sin embargo aún hay que mejorar hacia una gestión más sostenible del agua”, apunta Elena López Gunn, responsable de la consultora Icatalist.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico acaba de presentar a consulta pública Los planes hidrológicos de cuenca 2022-2027, que atraviesan la adaptación al cambio climático, los vertidos urbanos, la contaminación difusa de la agricultura, la recuperación de los márgenes fluviales (restaurar 5.000 kilómetros de ríos, arrollados por la especulación urbanística) y la gestión sostenible de las aguas subterráneas. “Esto último me parece crítico. Por fin habrá un Plan Nacional de Aguas Subterráneas. Hacía más de 20 años que no se actualizaba el anterior. En general, el enfoque es bueno ya que se admite que resulta necesario reducir el uso”, refrenda Gunn. Quedan, en principio, fuera de la mesa, por primera vez, nuevas presas, desaladoras (sin energías verdes son muy caras y generan una elevada huella de carbono) o trasvases. O sea, la propuesta de la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore). “Aumentar la regulación hídrica en 16.000 hectómetros cúbicos mediante la construcción sostenible de obras de regulación”, defienden. El ministerio ha puesto el objetivo en reducir la demanda, no en incrementar el caudal. En España, el agua siempre ha tenido un relato demasiado político y quizá haya que abrir la esclusa a una especie de cientificocracia líquida. Sobre todo, cuando el 79% se dirige a la agricultura y la ganadería.

El ser humano está concebido para aprender y sabe que las puertas del cielo y del infierno son adyacentes e iguales. Todo depende de sus decisiones. “El sector ha presentado a Europa planes de inversión pública y privada utilizando los fondos europeos por valor de 14.000 millones de euros”, resume el economista José Carlos Díez. Y añade: “Es una gran oportunidad para crear empleo”. Proyectos que cursan palabras como “digitalización de regadíos”, “drones”, “satélites” o “gestión inteligente de acuíferos”. Términos nuevos en el diccionario ecológico español. Pero esa enumeración de conceptos ha enseñado que el agua arrastra a la vez las pesadillas y los sueños del ser humano.

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Porque el agua también anega a los gigantes tecnológicos. Sin ella no existirían Tesla, Amazon, Facebook, Alphabet, Spotify o Netflix, pues el hardware que utilizan exige procesar enormes cantidades de esas moléculas de hidrógeno y oxígeno. Hoy no valdrían 5,7 billones de dólares (4,8 billones de euros) en el parqué. El presente es un imán tan poderoso que repele el pasado, y sus enseñanzas. Hace pocos años —­describe The Economist— Coca-Cola tuvo que cerrar plantas en la India por la sequía. En 2019, las inundaciones causaron roturas de suministro de dos gigantes como Cargill y Tyson Food. Un trabajo de la oenegé CDP encontró que 783 grandes compañías cotizadas en Bolsa sufrieron pérdidas conjuntas de 40.000 millones de dólares en 2018 por el agua. Diez años antes, Barcelona se vio obligada a importarla de Francia. Mientras, TSMC, uno de los mayores fabricantes de semiconductores del mundo, que consume cerca de 156 millones de litros diarios, está teniendo problemas con la producción debido a la fuerte sequía que sufre Taiwán.

Otra de las preocupaciones de las empresas es que se dispare el precio. El mercado de este líquido no refleja ni los costes sociales ni los medioambientales. Ni siquiera las ironías. A la industria del agua embotellada le cuesta seis o siete litros —acorde con Barclays— producir una botella de un litro (incluido el embalaje) de agua. La firma de análisis de datos S&P Global Trucost ha descubierto que si las compañías del índice Fortune 500 pagaran el verdadero precio del agua sus márgenes disminuirían en una décima parte. Y las lindes para sectores como el de bebidas, comida y tabaco (su producción mundial consume 22.000 millones de toneladas de agua al año. Dicho de otra forma, una persona que fuma un paquete de 20 cigarros diarios durante 50 años malgasta 1,4 millones de litros) podrían desplomarse un 75%.

Llueven los números, y no escampa. “Las empresas actuales utilizan unas 700 veces más agua dulce al año que petróleo. Al precio actual del crudo —alrededor de 70 dólares el barril—, esto significa que si las organizaciones se vieran obligadas a desembolsar 0,10 dólares, o una cantidad superior, por barril de agua, les costaría tanto o más que el oro negro”, calcula Toby Messier, consejero delegado de Aquantix, una firma canadiense que emplea inteligencia artificial para analizar los riesgos de este líquido. “Tenemos que ir a un precio que refleje las externalidades. Y las tensiones geopolíticas regionales serán un conflicto constante”, augura Roberto Scholtes, director de estrategia de UBS en España. En principio, el agua es un bien común y de uso público en casi todas las legislaciones del planeta. Lo que blinda su comercio. Sin embargo, desde el 7 de diciembre de 2020 los derechos (futuros) sobre su utilización (no el agua en sí) cotizan en Wall Street ante su creciente escasez. En un solo año, se ha duplicado el precio en California.

Todo esto se escucha en Palencia (España) como si el orvallo cayese sobre un tejado muy lejano. Jeromo Aguado debería estar jubilado. Es agricultor y ganadero. “En ecológico”, aclara, orgulloso. Ganadería viva, pollos, corderos. Ha visto encadenarse las estaciones. Conoce el sol, el cierzo y esas nubes que pasan cargadas de agua pero que jamás descargan. “Este año no ha sido de los peores”, reconoce. Aunque se moja. “El agua de riego se está utilizando para un modelo de agricultura intensiva, que piensa en los productos de forma especulativa con el fin de colocarlos en los mercados internacionales”, critica. Quizá ignore la inmensidad de los intereses y la geografía del dinero. En pleno centro de la escalada de la crisis del agua, el negocio planetario de la comida y el sector agroalimentario manejan cinco billones de dólares (4,24 billones de euros). Y al menos —según Barclays— unos 415.000 millones en ingresos podrían estar en riesgo por la falta de agua para regar los campos y abrevar el ganado. Además, otros 248.000 millones de dólares viven bajo el peligro de los cambios de los patrones de lluvia y su efecto sobre la reducción de las cosechas.

El peligro ya es sol, llamas y humo. El oeste de Estados Unidos afronta una sequía sin precedentes en 1.200 años. El periódico The New York Times cuenta la inquietante historia de un productor californiano de arroz de alta calidad para sushi que llegó a la conclusión de que era mejor negocio vender el agua que habría usado para cultivar el cereal que cultivarlo. El nivel de los depósitos está bajando mucho y las redes eléctricas corren el peligro de dejar de funcionar si las presas hidroeléctricas no captan el agua suficiente para generar energía. California no queda tan lejos. La pluviosidad en el arco mediterráneo ha descendido un 20% en las tres últimas décadas. “La sequía es el tema que más preocupa en el suroeste”, observa Bruce Babbitt, antiguo gobernador de Arizona y secretario del Interior durante la Administración de Clinton. Y alerta: “Los científicos predicen que continuará durante muchos años y debemos hacer grandes reducciones en su consumo. Más del 80% va a regadío y habrá que ir, poco a poco, eliminando esas tierras. Será difícil, pero esencial”; será el clima versus Arizona.

Cada sequía es un aviso de nuestro futuro climático. Los estadounidenses tienen la fe de que los mercados y el dinero suelen arreglar los problemas. El presidente Biden ha creado el American Rescue Plan Act 2021 destinado al agua y sus infraestructuras. El proyecto de ley prevé invertir 500 millones de dólares para el acceso al agua a familias con bajos ingresos y unos 30.000 millones dirigidos a ayudar a propietarios y arrendatarios. Además, los Estados pueden utilizar los 350.000 millones del Coronavirus Relief Fund (Fondo de Ayuda del Coronavirus) en inversiones imprescindibles en agua, alcantarillado o infraestructura de banda ancha. “La mayoría de los americanos tienen la suerte de abrir los grifos y tener lo que parece un suministro ilimitado de agua limpia para beber. A medida que cambia el clima, también lo hace su disponibilidad y algunas partes del país están soportando periodos de escasez que jamás habían visto. Es crítico aquí, y en el resto del planeta, entender y anticiparse a esas transformaciones”, alerta Kevin S. Minoli, exabogado de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas inglesas).

Tecnología obsoleta

La luz penetra donde no brilla el sol. El agua ha estado alejada de la innovación. Como una marea que nunca hubiera alcanzado la orilla. “Utilizamos tecnología del siglo XIX para construir infraestructuras del XX, pero ahora tenemos retos del XXI”, enlaza James Eklund, uno de los arquitectos del Plan de Contingencia contra la Sequía de Colorado. “El agua requiere lo mejor del ingenio humano, porque los riesgos son muy elevados, y afectan a la salud, la seguridad humana, la justicia social, la equidad y el medio ambiente”. Solo en Estados Unidos, unos 162 millones de personas es probable que experimenten mayor calor y tengan menos agua. La Fundación First Street ha descubierto que existe un 70% más de edificios vulnerables a las inundaciones de lo que se pensaba. “El reto es tan grande y existencial que requiere de una fuerte participación del sector privado. Los gobiernos deben incentivarla para que innove en agua y clima a la misma escala que provocó la revolución digital”, asume Eklund.

La presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, ha asegurado que “el agua está literalmente en todas partes del Pacto Verde Europeo”. No es un bien financiero, es un derecho humano. Pero se escapa al igual que a través de un hisopo. “Resulta necesario diseñar instrumentos económicos que permitan reconocer su valor, es decir, asignar correctamente un precio, para estimular a los consumidores, la industria, la agricultura a mejorar su ‘productividad’, pero tendrán que ser justos e igualitarios”, analiza Máximo Torero, economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y esto supondrá encarecer algunos productos, que no están pagando un precio correcto según su consumo de líquido. Recuerda al Enūma Eliš, un poema babilónico que narra el origen del planeta: “En los huertos de los dioses, contempla los canales”.

El hombre, que se cree un pequeño dios, lleva décadas fiando su destino a la oferta y la demanda. Esa pareja malavenida. “En teoría, los mercados penalizarán el desperdicio y recompensarán la conservación a medida que el agua se vuelva más valiosa”, comenta Jesse Keenan, un urbanista formado en Harvard y que hoy es profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans). Pero la participación de la iniciativa privada resulta tan pequeña que solo entra en juego para aprovechar los precios extremadamente altos que se dan en tiempos de escasez. Así que miran el negocio al igual que un espejismo. Si invierten es persiguiendo grandes volúmenes de agua. Por lo que si las sequías se vuelven extremas resultará muy probable que los “pequeños agricultores no tengan acceso a ella”, avisa el experto. Su escasez debería ser una prioridad de los inversores. “Sin embargo, el agua es un tema bastante más concreto que, por ejemplo, el cambio climático, y no está claro, siempre, hasta qué punto una empresa en la que se puede invertir corre el riesgo de sufrir escasez”, valora Andy Howard, director global de Inversión Sostenible en Schroders. Existen unas 300.000 compañías —destaca la gestora Pictet— relacionadas con el agua, pero solo 850 cotizan en Bolsa. Existe desinterés.

Sin embargo, la aurora ilumina las parcelas más yermas. Queda esperanza. Al igual que con la emergencia climática. Urge cambiar las formas en las que se consume el agua, para eso hay que introducir innovación y educación en su uso. Heineken puso en marcha en 2017 un programa destinado a recuperar tres lagos degradados cerca de su fábrica sevillana. Consiguió devolver 420.000 metros cúbicos cada año. La biotecnológica Chr. Hansen (con sede en Tres Cantos, Madrid) produce un coagulante (Chy-Max) con el que son necesarias 2.000 toneladas menos de leche para producir 200.000 toneladas de queso. Y Danone quiere contar con un plan de restauración o preservación para las 55 cuencas hidrográficas con gran estrés hídrico donde opera de aquí a 2030.

Mientras, el mundo desperdicia 1.300 millones de toneladas de alimentos al año. ¿Cuánta agua se tira? “La estamos malgastando. Y no es la responsabilidad solo de un país, exige un compromiso de coordinación multilateral”, alerta Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). De hecho, “dos de los grandes retos de las próximas décadas serán reforzar la cooperación transfronteriza y garantizar que se gestiona el agua de forma sostenible”, prevé Virginijus Sinkevičius, comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca.

Si queremos sobrevivir en este recóndito espinazo de estrellas y noche necesitaremos una enorme cooperación internacional, innovación y sacrificio. En su libro, Un paraíso construido en el infierno (Capitán Swing), la escritora Rebecca Solnit detalla cómo la gente se une tras las grandes tragedias. El Blitz alemán sobre Londres, el huracán Katrina, el 11-S en Nueva York. “En un mundo de dolor cotidiano, este es el único paraíso posible, y nunca existirá entero, estable y completo. Siempre habrá que dar respuesta a problemas y sufrimiento: construir el paraíso es el trabajo que estamos destinados a hacer”, escribe. Pero un Edén sin agua es un desierto de arena.

El grifo de la desigualdad gotea

El famoso economista griego y antiguo ministro de Finanzas Yanis Varoufakis está de vacaciones. “Bien merecidas”, bromea. Acaba de publicar un libro, Otra realidad. ¿Cómo sería un mundo justo y una sociedad igualitaria? (Deusto). La respuesta a esa pregunta discurre por la inequidad y el agua. Juntas. Ni siquiera paralelas. En este tiempo de ocio, saca algo de espacio para reflexionar sobre dos temas de los que depende nuestra existencia. “La escasez de agua ya abre una brecha entre ricos y pobres, poderosos e impotentes, opresores y oprimidos”, cuenta. “Y eso se agravará a medida que el cambio climático amplíe la fractura entre los ricos totalmente hidratados y quienes no tienen acceso al agua o se ahogan periódicamente en ella”. Los números le dan la razón. Un trabajo de febrero de The Guardian descubrió que las áreas latinas de Estados Unidos beben el doble de agua que no cumple los estándares de seguridad que otras poblaciones del país. Algo que ya hemos visto en el asentamiento de la Cañada Real en Madrid.

Un futuro bélico —dicen— amenaza a Europa. “Las personas mayores tendrán que hacer sacrificios en la lucha contra el cambio climático o los niños de hoy se enfrentarán a un futuro de guerras por el agua y los alimentos”, ha advertido Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea. Está en el pasado del Viejo Continente y en otras tierras. “Hay una larga historia de conflictos por el agua y la Unión Europea condena firmemente su uso como arma de guerra. Nuestro compromiso diplomático es que sea un elemento de paz, seguridad y estabilidad. El agua puede ser una fuente de inestabilidad, pero también de creación de instituciones y de cambios sistémicos, positivos y duraderos”, desgrana Virginijus Sinkevičius, comisario europeo de Medio Ambiente, Océanos y Pesca.

Es una vereda complicada de calcular. Incluso los anillos de los abedules blancos engañan con sus círculos. Martin Wolf, jefe de Opinión Económica del diario británico Financial Times, camina bajo sus sombras. “Hay escasez física de agua, en el sentido de sequías y falta de almacenamiento. Luego está la carencia de agua potable apta para beber (que es un pequeño subconjunto de toda la que utilizamos). Después vemos la ausencia de un sistema de distribución universal para esa agua limpia. Es decir, tuberías inadecuadas destinadas a la entrada y salida del agua sucia, y finalmente está su precio”, reflexiona. “Si la escasez física se vuelve extrema, entonces otras formas de escasez resultan más probables. Las sequías pueden crear falta de agua dirigida a fines agrícolas. También podrían manifestarse en altos precios para destinos esenciales, sobre todo, beber, cocinar y limpiar, aunque la ausencia de inversión en estos suministros puede ser incluso más importante que las sequías”, concluye Wolf.

Las finanzas son el interruptor de la desigualdad. El capitalismo tiende a empaquetar como activo comercializable todo lo escaso. Sea lo que sea. Y surgen voces preocupadas. “El agua es un bien básico para la vida y por tanto un derecho humano, no un activo de mercado. Su propiedad, dotación, gestión y asignación deben quedar en manos públicas y fuera del ámbito de la especulación, como ya está empezando a suceder”, critica Carlos Martín, director del Gabinete Económico de Comisiones Obreras.

“La iniciativa privada no tiene incentivos para proveer un bien básico y reducido de manera universal y al precio más barato posible, sino que, por el contrario, intentará elevarlo concentrando el mercado, capturando al regulador o, simplemente, atendiendo solo a la demanda con más poder adquisitivo y exigiendo compensaciones al contribuyente para atender a la población “no rentable”. Nada de eso es lo que el mundo quiere cuando abre el grifo.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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