Los eurobonos prometidos ¡en 2012!
Los bonos comunes no son una manía, aunque sí un test de federalismo, sino una necesidad
Ojalá culmine enseguida, antes de Viernes Santo, el pacto sobre el paquete de urgencia de medio billón de euros contra el econo-virus: es de necesidad y urgencia tan obvias que dan vergüenza ajena los regates, las condiciones contra otros, los regateos.
Al minuto de acordado llegará el debate del reto principal, el plan de reactivación, relanzamiento o reconstrucción. Más difícil todavía. Pues necesariamente supondrá activar algún tipo de endeudamiento común: eurobonos, coronabonos o similar.
Aunque implique anatema para países-clave superavitarios, ricos y contribuyentes netos, serán inesquivables. Porque el plan que deben financiar se avizora inexorable. Aunque fuese corta, la Gran Recesión II afectará a todos y no solo a pocos, como en 2008.
Será quizá más profunda que entonces: menudean los augurios de una caída de dos dígitos del PIB de la eurozona, que en 2019 totalizó 18,2 billones de euros.
Y se corre el riesgo de que genere mayor desigualdad, pues los marginados de entonces llegarían a excluidos en la repetición de la mala jugada, si fallan las compuertas nacionales o no allegan bastante apoyo. Y aún sería peor si se desatase la anti-cohesión territorial, con primas de riesgo encarecedoras de los créditos en el Sur; entonces fueron de 7 puntos: menos mal que San BCE se sabe la lección.
Los bonos comunes no son una manía —aunque sí un test de federalismo—, sino una necesidad. Porque hay vías principales de allegar recursos masivos. Uno, el presupuesto, con cargo al contribuyente: pero los austeritarios (ahora embozados en la máscara de frugales) se niegan a que supere el ridículo 1% del PIB europeo. Dos, los créditos y avales de instituciones financieras, de compleja tramitación y acopio de garantías: más propios para empresas. Y tres, los bonos, que es el crédito típico a los Estados, emitidos por sus Tesoros, comprados por el mercado y/o por su banco central.
Sus largos plazos, enormes cuantías y tipos bajos los hacen idóneos para situaciones graves donde se necesitan cortafuegos ilimitados. Y hay modos de que no sean un exagerado vehículo de transferencia permanente de unas zonas a otras, siempre las mismas, sino a las necesidades comunes, o de cualquiera. Aunque no se escandalicen: las transferencias financieras de las regiones prósperas (déficit financiero/fiscal) a las pobres son la contrapartida a las transferencias comerciales hacia ellas de los menos desarrollados (superávit comercial).
Europa lo sabe. Y lo asumió, aunque sin entusiasmo... ¡desde 2012! El informe Hacia una auténtica unión económica y monetaria, también llamado de los cuatro presidentes fue bien recibido por la cumbre del 26 de junio. El mismo Consejo Europeo releyó, benevolente, sus retoques, el 19 de octubre. Y lo dio por bueno, tomando nota, asumiéndolo en conjunto en la cumbre del 14 de diciembre.
Los presidentes Herman van Rompuy (Consejo Europeo), Jose Manuel Barroso (Comisión), Mario Draghi (BCE) y Jean-Claude Juncker (Eurogrupo) balizaron en él la unión bancaria y propusieron una “capacidad presupuestaria adecuada para la zona del euro”, que no es, pues, un invento de Emmanuel Macron.
Sobre ese presupuesto de la eurozona colgaría “un aspecto clave”: que “pudiera obtener préstamos”, ofreciendo así “una base adecuada para la emisión de deuda común” [esto es, deuda nueva mediante bonos nuevos] “sin recurrir a la mutualización de la deuda soberana” [se entendía como la absorción/sustitución de las deudas nacionales por bonos europeos]. Claro que eso “requeriría el establecimiento de una función de Tesoro público”. No lo propugna esta columna, sino la doctrina oficial de la Unión.
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