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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El programa de la Contrarreforma

Los recelos de Merkel a profundizar en la UEM hacen burdo seguidismo de los ocho nórdicos

Xavier Vidal-Folch
La cancillera alemana, Angela Merkel, en una conferencia de prensa este miércoles en Alemania.
La cancillera alemana, Angela Merkel, en una conferencia de prensa este miércoles en Alemania.AXEL SCHMIDT (REUTERS)

La derecha alemana no está sola en sus recelos a los planes de Bruselas y París para profundizar en la Unión Económica y Monetaria (UEM), a culminar —o colapsar— en junio.

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La antecede un nefasto documento renacionalizador de los países bálticos, Irlanda y Holanda (6-3-2018): similar al papel de los democristianos de Angela Merkel ante el Bundestag, pero en versión aún más bruta.

Pretende que el nuevo Fondo Monetario Europeo (rescates y demás) no sea comunitario sino que resida “firmemente” en manos de los Gobiernos, vote por unanimidad, y pues, que un socio en solitario pueda bloquearlo.

Condiciona el pendiente Fondo Europeo de Garantías de la unión bancaria a que antes —ni después, ni en paralelo— se adopten medidas de “reducción del riesgo” bancario: compartir riesgo solo después de que ya no exista.

Hasta aquí, como los democristianos alemanes. Pero además propugna un mal retorno al Pacto de Estabilidad y Crecimiento “creando colchones en los presupuestos nacionales” para “abrir espacio a las políticas fiscales nacionales”: es un sucedáneo para negar una “capacidad fiscal [presupuestaria]” común, propugnada en todos los grandes documentos de la UE desde el informe de los cuatro presidentes, ¡en 2012!

Si el colchón presupuestario común deviene una miríada de minifondos nacionales, ni financiará nuevas políticas ni afrontará automáticamente choques asimétricos.

Esa es la idea más insidiosa de la Contra Reforma. El holandés Mark Rutte, un Wolfgang Schaüble-bis en plan Gran Freno, lo concretó a la Fundación Bertelsmann (“Underpromise an overdeliver”): “Necesitamos 19 fondos de absorción nacionales en la eurozona”.

También es una idea peregrina. Porque “volver atrás al designio original” del PEC es ignorar que tuvo que reformarse, por rígido y extraausteritario, al menos en 2005, en 2011 y en 2015. Porque es falso que “continuemos permitiendo a algunos países registrar altos déficits durante años”, pues ya nadie, salvo España, incumple el 3% de Maastricht. Porque fiar el rescate al autorrescate individual repetiría los males de cuando “estuvimos al borde del precipicio en varias ocasiones, especialmente cuando otros países cayeron en dificultades”, como reconocía el propio Rutte en el mismo discurso.

Justo para evitar el doble tropiezo en esa misma piedra se ideó la necesidad de una “capacidad fiscal” común, y a largo plazo, de un Tesoro común con sus eurobonos, como sucede en EE UU. Convendría que Rutte y su gente releyese la razón por la que el colchón fiscal debe construirse entre todos.

Porque hay diversidad. Mientras unos países pueden necesitar “restricciones fiscales”, otros, con “margen de maniobra, gozan de condiciones macroeconómicas favorables y carecen de incentivo para ultimar políticas expansivas” (“The euro area fiscal stance”, Boletín Económico del BCE, 4-2016). Y nada les obliga a ellos, ni siquiera el sugerente Procedimiento de Desequilibrios Macroeconómicos.

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