Tambores de acero para una guerra comercial
Donald Trump ambiciona acelerar la demolición del equilibrio de los intercambios internacionales pese a los riesgos para la economía global
Donald Trump quiere ganar. A lo largo de toda su carrera, como empresario primero, como famoso después y como político en la última etapa de su vida, el presidente de Estados Unidos ha mantenido una constante obsesión por la victoria. "Vamos a ganar tanto que os vais a cansar de ganar", dijo durante su campaña electoral. Tras más de un año de mandato, y con las elecciones legislativas de noviembre a la vista (donde se renuevan la Cámara de Representantes y un tercio del Senado), Trump necesita victorias que hagan olvidar las turbulencias pasadas y los escándalos presentes, y ha decidido buscarlas en el comercio internacional, destrozando en el proceso tres cuartos de siglo de políticas multilaterales. "Las guerras comerciales son algo bueno, y se pueden ganar", publicó en un tuit el pasado día 2. Y aunque los riesgos a la larga sean altísimos, los incentivos a corto plazo son atractivos. No es un buen augurio que las figuras más reacias a una guerra comercial dentro de la Casa Blanca hayan dimitido o hayan sido defenestradas del Gabinete. Pero con Trump al mando, nunca se pueden saber del todo los motivos de sus acciones.
El jueves 8, con base en una ley de 1962 que permite tasar las importaciones si suponen "un riesgo para la seguridad nacional", Trump firmaba un aumento de los aranceles al acero y al aluminio de un 25% y un 10%, respectivamente. Solo unos días más tarde, Trump recurría a otra ley de hace décadas (ésta, de 1950, en plena paranoia anticomunista) para vetar la compra del fabricante de semiconductores y equipos de comunicación Qualcomm por la singapurense Broadcom, una operación de casi 100.000 millones de euros que pretende crear una de las mayores tecnológicas del mundo. En enero, ya había anunciado la implantación de aranceles para las placas solares y las lavadoras, un gesto orientado directamente hacia China.
Aunque desde la época de Franklin D. Roosevelt los demócratas siempre han sido más proteccionistas que los republicanos, los anteriores Gobiernos conservadores no les han hecho ascos a los aranceles. Ronald Reagan forzó a 18 países (entre ellos España) a firmar "acuerdos voluntarios de contención" en las exportaciones de acero a EE UU. Quince años más tarde, George W. Bush gravó durante 21 meses al acero importado de la Unión Europea y Japón con hasta un 30%. Pero para Laura Baughman, presidenta de The Trade Partnership, esta vez la situación es distinta. "Ni Bush ni Reagan eran librecambistas, ni mucho menos", considera. "Pero este presidente está mucho menos convencido de que el comercio internacional funciona para los estadounidenses. Quiere hacer las cosas a su manera y de forma más brusca". "Desde la II Guerra Mundial Estados Unidos ha apostado por una política multilateral", señala Xavier Mena, de ESADE. "Pero Trump es unilateral; si eso, bilateral".
Trump tampoco va a contracorriente del resto del planeta. "A raíz de la crisis financiera, la economía mundial ha experimentado una ola de proteccionismo, especialmente en el caso del acero", apunta Christopher Dembik, macroeconomista jefe de Saxo Bank. "Si miramos solo el año 2017, se han implementado más de 400 nuevas medidas proteccionistas en el mundo". "Trump ha matado a la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero no se ha muerto sola", apuntó en su blog Robert Alden, del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, en sus siglas en inglés). "Llevaba mucho tiempo agonizando. China, en particular, nunca aceptó sus normas".
El fracaso en Doha
China: ajustándose a un nuevo mundo
El régimen comunista chino siempre ha tenido una obsesión por el acero como símbolo de la industrialización del país, una obsesión que viene del estalinismo a través de su primer líder, Mao Zedong. El porcentaje de la producción mundial procedente del país asiático ha pasado de un 2,7% en 1967 a un 15,1% en 2000 y un apabullante 49,6% en 2016. Esto se logró con una explosión de pequeñas y medianas empresas siderúrgicas, nacidas gracias a una generosa política de subvenciones (tanto directas como en los precios de la energía), así como una laxitud extraordinaria en la política medioambiental. La provincia de Hebei (que rodea Pekín) es donde está la mayor parte de la siderurgia china y es también, con diferencia, la de peor aire del país.
"China produce la mitad del acero mundial, pero también lo consume", señala Peter Brennan, de S&P Platts. El metal barato sirvió como motor del mayor boom de la construcción de la historia de la humanidad. Pero con el frenazo de la demanda, China se ha visto obligada a cortar por lo sano. El objetivo del 13º Plan Quinquenal (que concluye en 2020) es reducir la capacidad de producción en 130 millones de toneladas (de 1.130) y que los 10 mayores fabricantes tengan el 60% del mercado, comparado con el 34% actual.
Mientras tanto, China ha recurrido al mercado exterior para descargar su exceso de producción. Los demás países han reaccionado en consecuencia, convirtiendo al acero en el producto más regulado dentro de las reglas de la OMC.
Este frenazo en el libre cambio ya venía incluso antes de la crisis, con el fracaso en 2006 de la ronda de Doha, la primera gran negociación de libre comercio bajo el paraguas de la OMC. La Gran Recesión solo ha servido para que, en muchos países desarrollados, el justificado escepticismo sobre el libre comercio se haya tornado en abierta hostilidad. Hasta el propio director general de la organización, el brasileño Roberto Azevedo, tuvo que salir a defender la utilidad de la OMC tras la última cumbre fallida, el pasado diciembre en Buenos Aires: "El sistema no es perfecto, pero es el mejor que tenemos", recordó. "Todos lo lamentaremos si un día lo perdemos".
Pero Trump ha llevado esa hostilidad a la Casa Blanca, el púlpito más importante del mundo. Ya en la campaña, el candidato republicano insistía en la necesidad de proteger la industria estadounidense. Hemos perdido nuestros empleos. Hemos perdido nuestros negocios. Ya no estamos haciendo cosas", apuntaba Trump en uno de los debates con Hillary Clinton. Un blanco habitual de sus ataques era el TLCAN, "el peor acuerdo comercial de todos los tiempos". Y fue una estrategia rentable para Trump: una de las claves de su sorprendente llegada a la Casa Blanca fue su victoria en Estados tradicionalmente industriales y con una fuerte presencia sindical (normalmente ligada a los demócratas) como Ohio, Pensilvania, Michigan y Wisconsin.
Tras la toma de posesión, sin embargo, figuras provenientes de Wall Street, como el ex consejero delegado de ExxonMobil Rex Tillerson —convertido en secretario de Estado— y el ex consejero delegado de Goldman Sachs Gary Cohn (al frente del Consejo de Economía Nacional), contuvieron por un tiempo los ímpetus del presidente. "Cuando Trump fue elegido, salió a la palestra el miedo a una guerra comercial entre China y Estados Unidos, pero en aquel momento esa retórica no tuvo continuidad", explicaba Salman Ahmed, estratega jefe de Lombard Odier, en un artículo en The Guardian. "Los mercados empezaron a enfocarse en sus políticas de impuestos bajos y menores regulaciones".
¿Qué ha cambiado? La única victoria legislativa de Trump en sus 13 meses de Gobierno ha sido el recorte fiscal aprobado en diciembre, y ese ha sido más un triunfo de los republicanos que del presidente. Los sondeos apuntan a un fuerte crecimiento demócrata en las votaciones de otoño. El martes, en las elecciones parciales de un distrito electoral a las afueras de Pittsburgh, en Pensilvania, con un fuerte componente del electorado blanco y envejecido que dio la victoria a Trump (el presidente venció por más de 10 puntos en 2016), el candidato demócrata, Conor Lamb, ganó por un minúsculo margen. El resultado es más simbólico si tenemos en cuenta que Pittsburgh ha sido, históricamente, la capital de la industria siderúrgica estadounidense.
De ahí el regreso de Trump hacia el proteccionismo que (cree él) le dio la victoria. "Es por política", confirma Baughman. "Es un movimiento desesperado por salvar la mayoría republicana en el Congreso", considera Dembik. "Donald Trump les está diciendo a los votantes estadounidenses que está tratando de salvar puestos de trabajo industriales en EE UU amenazados por una competencia china injusta, pero, de hecho, estas medidas no apuntan realmente a China, sino a aliados estadounidenses que no son políticamente capaces de tomar represalias, como Brasil o Taiwán".
Las reacciones en la Casa Blanca no se hicieron esperar. Gary Cohn anunció su salida a poco de lanzarse las medidas arancelarias. A su vez, Tillerson fue expulsado del Gabinete vía Twitter el martes. Y, en su lugar, vuelven a ganar el oído del presidente figuras como el representante comercial, Robert Lighthizer (que fue abogado del gigante siderúrgico estadounidense US Steel), y el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, Peter Navarro. Navarro, en particular, fue uno de los principales asesores de Trump en asuntos económicos durante las primeras fases de su campaña, y estaba detrás de algunas de las ideas más estridentes del entonces candidato, como la de abandonar unilateralmente el TLCAN.
Una ascendencia que preocupa a algunos expertos. "Navarro es el mayor riesgo para el crecimiento en este momento", señalaba Steen Jakobsen, economista jefe de Saxo Bank, en una carta a los inversores. "En más de 30 años nunca he visto suposiciones y premisas más incorrectas que las presentadas por la Administración estadounidense sobre el comercio".
Esperar y ver
Otros, no obstante, prefieren esperar y ver. Ninguno de los 35 economistas sondeados por Bloomberg afirma que los aranceles al acero vayan a tener un efecto serio. "La estrategia comercial de Trump es bastante simple", cree Dembik. "Mientras que a comienzos del siglo XX Theodore Roosevelt adoptó una política que, popularmente, se redujo a la fórmula: 'Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos', para Trump, su estrategia se reduce a: 'Habla alto y fuerte y lleva un palo pequeño'. Hasta ahora, como en el caso del TLCAN o las medidas proteccionistas sobre el acero, ha funcionado bastante bien, pero es un farol". "Esta va a ser una más de muchas 'escaramuzas' comerciales, cuyo impacto es muy pequeño a corto plazo", consideran desde Bank of America Merrill Lynch.
La elección del acero como coartada de una guerra comercial tiene sentido, porque el valor del producto es mucho más simbólico que económico. "¡Si no tienes acero, no tienes un país!", gritaba Trump en mayúsculas desde su cuenta de Twitter al anunciar las primeras medidas arancelarias. La Comunidad Europea del Carbón y del Acero fue el germen de lo que hoy es la Unión Europea. Mientras, en Estados Unidos, la decadencia de las tradicionales regiones industriales del centro y este del país se simboliza con la expresión rust belt, el cinturón del óxido. "El acero y el aluminio son insignificantes respecto al conjunto de la economía global", señalaba Ahmed a The Guardian. "Sin embargo, siguen siendo una munición muy útil desde el punto de vista de una retórica sobrecargada".
Hay otro factor que incentiva a los políticos a ruidosas defensas de la siderurgia. "Somos industrias grandes con un fuerte arraigo local", señala Bernardo Velázquez, consejero delegado de Acerinox. En Alemania, un país con sindicatos fuertes, históricamente el más fuerte de todos siempre ha sido el metalúrgico, IG Metall. Pero la defensa del acero no siempre representa un beneficio para el conjunto de la economía. Mientras estuvieron en vigor los aranceles de George W. Bush, según un estudio, los precios más altos del acero provocaron la pérdida de alrededor de 200.000 empleos, más que todos los que tenía la industria siderúrgica estadounidense en aquel entonces.
España: reconversión y exportación
La historia de la siderurgia española estuvo marcada por dos factores: una expansión tremenda impulsada por la autarquía franquista y el posterior desarrollismo, y una dolorosa reconversión posterior. "En Asturias, de 27.000 personas que llegaron a trabajar en la siderurgia, hoy quedan 5.000", explica Alberto Villalta, de UGT-FISA.
En 2017, la producción de acero bruto en España fue de 14,4 millones de toneladas en 2017, un 5,7% más que el año anterior. "Por fin un año positivo", señaló Andrés Barceló, director general de la patronal Unesid. Aun así, está muy lejos de los 21 millones de toneladas que llegó a sacar durante los años de la burbuja inmobiliaria.
Como en muchos otros sectores, la exportación fue la salida.
"Aunque parece que no somos muy activos, tenemos un nivel de competitividad altísimo, a pesar de los costes de la energía", considera Bernardo Velázquez, consejero delegado de Acerinox.
Aun así, patronal y sindicatos coinciden en que la recuperación se debe a una mayor protección de la UE ante los productos low cost asiáticos; si EE UU aumenta aranceles, la UE debería hacer lo mismo. "Hay que tener mucho cuidado", considera Sánchez Grande, de Ahorro Corporación. "Porque a lo mejor la mayor rentabilidad del acero no compensa el aumento de costes de las otras industrias".
La preocupación de los mercados es más por lo que pueda pasar a partir de ahora. Trump se ha quejado en numerosas ocasiones del "injusto" desequilibrio en el mercado del automóvil. "Esa es la clase de escalada que, creemos, puede dañar seriamente la confianza en los negocios", considera Peter Brennan, de S&P Platts. Otra posibilidad es la apertura de una guerra comercial directa con China a través de una ley de 1974 que permite responder a políticas "irrazonables y discriminatorias" sin pasar por el Congreso. El miércoles, Reuters indicaba que Trump estaba considerando aplicar esta ley para una batería de productos (que van desde el sector textil hasta teléfonos móviles) por valor de 60.000 millones de dólares.
La batalla podría tener un efecto brutal sobre una economía que poco a poco estaba abandonando las muletas que la sacaron de la Gran Recesión. Una simulación del FMI en octubre de 2016 apuntaba que un incremento de los aranceles que aumentase en un 10% los precios de las importaciones (Trump aboga por un 25% en acero) haría caer el comercio (compra y venta) en alrededor de un 15% a largo plazo, mientras que el deterioro del PIB y del consumo sería de alrededor de un 2%. "Pero eso depende de cómo se desarrolle", considera Xavier Mena. "En la Gran Depresión se adoptó una guerra de desgaste con ataques recíprocos que arrastraron a la actividad económica. Si se aplicase ahora sería una dinámica tan demoledora para la economía mundial que sería inconcebible".
La reacción de los otros dos leviatanes del comercio global a la ofensiva de Trump fue opuesta en la retórica pero similar en la práctica. "Nosotros también podemos ser estúpidos y hacer estupideces", señaló el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en una cena de gala en Hamburgo tras las primeras noticias de la medida. "Tendríamos que imponer aranceles a las motos Harley-Davidson, a los vaqueros, al bourbon". "Las experiencias y lecciones del pasado nos demuestran que las guerras comerciales nunca han sido una solución correcta", declaró el ministro chino de Exteriores, Wang Li, en una rueda de prensa el mismo día 8. "Si se da el caso, China se verá obligada a tomar acciones justas y necesarias".
Garantías
Mientras, los países más pequeños se defienden como pueden. Los socios de EE UU en el TLCAN, Canadá y México (ambos entre los mayores exportadores de acero), han obtenido de Trump garantías de que sus productos estarán, por ahora, exentos del arancel. Australia ya ha anunciado un acuerdo con Estados Unidos para obtener el mismo tratamiento. Brasil, por su parte, ha avisado que acudirá a la OMC.
"Ni Europa ni China quieren una guerra comercial global que sea dañina para todos y que llegaría en el peor momento, ya que algunas economías siguen débiles y los tipos de interés están aumentando", considera Dembik. "Trump es lo suficientemente inteligente como para evitar una guerra comercial global. Debido al alto nivel de deuda estadounidense y la dependencia de la voluntad de China de comprar bonos del país norteamericano, Estados Unidos no puede luchar realmente contra la competencia china". "Si China se pone a vender deuda americana, hunde el dólar de forma disruptiva", recuerda Mena. "Si el auge del proteccionismo empieza a dañar las perspectivas globales de crecimiento, con el tiempo podrían aumentar el coste de las importaciones, lo que traería presiones inflacionarias", señalan en BlackRock. "Esto podría acelerar el ajuste monetario de la Reserva Federal".
Las Bolsas han reaccionado con caídas a los cambios en la política comercial estadounidense. "Hasta ahora, los riesgos de Trump no se han ponderado de forma suficiente", apuntan en AXA. "Puede que haya empezado una revalorización de esos riesgos, y pueden contribuir a la creciente volatilidad". "Conociendo al personaje, no podemos saber en qué punto se verá obligado a dar marcha atrás", concluye Mena.
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