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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro muro difícil de franquear

Joaquín Estefanía
Una pareja hace la compra en un mercado de Sevilla.
Una pareja hace la compra en un mercado de Sevilla.PACO PUENTES

En El ala Oeste de la Casa Blanca, el presidente demócrata norteamericano, Jed Bartlet (tan opuesto en la ficción a Trump), define su sentido del progreso cuando dice: “Debemos dar a nuestros hijos más de lo que recibimos nosotros”. Esta cadena al alza del bienestar se ha roto. Hace unos meses, la principal noticia de la home del diario británico The Independent decía que los niños de la era Thatcher (1979-1990) tienen la mitad de riqueza que los de la generación anterior, y que las personas nacidas en la década de los ochenta (los millennials) son la primera generación desde la segunda postguerramundial que llega a sus 30 años con ingresos menores que los nacidos en la década anterior. Estos datos, del Instituto de Estudios Fiscales de Gran Bretaña, significaban la constatación de que los jóvenes de hoy están viviendo peor que sus antecesores.

Se suponía que lo mismo ocurría en la mayor parte de los países europeos, incluido España, pero sólo se suponía. Hasta ahora: las tendencias y los porcentajes aportados por la Encuesta Financiera de las Familias 2014, del Banco de España (que tiene una muestra de más de 6.000 hogares y proporciona información detallada sobre las rentas, los activos, las deudas y el gasto de los hogares españoles) corroboran que los estándares de vida, al menos en términos de reparto, han bajado: los ingresos de los españoles de menor edad descendieron casi una cuarta parte (el 22,5%) en algunos de los años más duros de la crisis (2011 a 2014) mientras que los de los jubilados aumentaron un 11,3%. En relación con del patrimonio (propiedades inmobiliarias, financieras o negocios), también los hogares más jóvenes (y los más pobres) fueron los más perjudicados, frente a los de los que tienen entre 65 y 74 años, y los más ricos.

Esta sí que es una “deuda odiosa” y, por tanto, ilegítima

Ello confirma que las cohortes de los más jóvenes de edad han sido los mayores paganos de las dificultades económicas, lo que ayuda a explicar en buena parte la crisis de representación política en la que están inmersas muchas sociedades europeas y, desde luego, la española. En la última década se ha ampliado un muro muy difícil de franquear para los jóvenes, protagonistas de lo más fragmentado del mercado de trabajo: parados, trabajadores pobres, trabajadores a tiempo parcial, temporales, autónomos y falsos autónomos, becarios y falsos becarios. La brecha generacional se complementa con la más tradicional, entre derecha e izquierda ideológicas.

Es positivo contar para este análisis con la complicidad intelectual del jefe de la iglesia católica, el Papa Francisco, quien a final del año pasado, con toda la pompa de la catedral de San Pedro, demandó que la ciudadanía asumiese “la deuda” con los jóvenes, a los que se ha de dar un lugar destacado como generación bloqueada que son. Francisco dijo que se les había condenado a no tener un espacio de inserción en la sociedad, ya que lentamente se les ha ido marginando de la vida pública, obligándolos a emigrar o a mendigar por empleos que no existen o no les permiten proyectar un futuro de normalidad. “Se les discrimina y hasta se les condena a golpear puertas que en su gran mayoría están cerradas”.

Esta sí que es una “deuda odiosa” y, por tanto, ilegítima.

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