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¿Quién arará la tierra?

El envejecimiento de la población en los países desarrollados y el éxodo rural en los emergentes amenazan la producción agrícola

Thiago Ferrer Morini
Un agricultor fumiga con fertilizantes sus terrenos en Trebons-sur-la-Grasse, al sur de Francia, el pasado abril.
Un agricultor fumiga con fertilizantes sus terrenos en Trebons-sur-la-Grasse, al sur de Francia, el pasado abril. REMY GABALDA (AFP)

Casi tan importante como saber de dónde se van a sacar los alimentos del futuro es saber quién va a encargarse de cultivarlos. En 2014, Naciones Unidas anunció que, por primera vez en la Historia, hay más gente viviendo en ciudades que en zonas rurales. De 1956 a 2006, más de 800 millones de personas abandonaron el campo por la ciudad, según la FAO. En África subsahariana, son más de 14 millones de personas al año.

“Un drástico aumento del número de consumidores urbanos drena una parcela significativa de la mano de obra rural sin dar nada a cambio”, denunció en un artículo Jeremie Blanco, del Movimiento por una Organización Mundial de la Agricultura (Momagri). “En África subsahariana se suele compensar el bajo nivel técnico de la agricultura con una cantidad extenuante de trabajo manual, por lo que las cosechas sufren por el éxodo de los trabajadores. Y dado que una mejora de la capacidad de importar alimentos no es viable, estas salidas pueden debilitar un balance de producción de alimentos ya frágil”.

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“La transición demográfica no está concluida en África subsahariana y Asia meridional”, matiza el investigador francés Jean-Michel Sourisseau, especializado en la agricultura familiar. “En países como Mali o Níger hablamos de tasas de fertilidad de entre seis y siete hijos por mujer y una población rural superior al 80%”. Aun así, incluso en regiones donde la tasa de crecimiento de la población es netamente positiva, ya hay señales de que el éxodo rural está empezando a hacerse notar. En Ghana, un país donde solo el 11% de la población tiene más de 55 años, un estudio encargado por la chocolatera Cadbury reveló que en la región productora de cacao de Ashanti la edad media de los granjeros era de 51 años.

Una de las consecuencias más visibles del envejecimiento de los granjeros es un menor rendimiento de las cosechas: no solo porque los agricultores más mayores no tienen la capacidad física de rendir como los jóvenes, sino también porque son menos receptivos a las innovaciones tecnológicas que pueden mejorar la productividad de sus campos. “No estoy seguro de que la mecanización sea la solución”, comenta Sourisseau. “Imaginemos que en Mali o en Níger se produce un aumento de la productividad tras tecnificar los campos y la gente tiene que irse. ¿A dónde se irán? Puede que produzcan mejor, pero ¿quiere decir eso que viven mejor?”

Para las organizaciones internacionales la solución pasa por hacer más atractiva la vida rural. El primer paso es reducir la incertidumbre: garantizar que los agricultores puedan vivir de sus propias cosechas. Pero no es suficiente. Las iniciativas también procuran que los agricultores tengan acceso a las amenidades que hay en las urbes, sobre todo más y mejores facilidades de educación y sanidad. Otro objetivo es lograr más participación de la mujer en la vida rural. Hay un factor psicológico y cultural importante. “Nadie quiere casarse con un granjero”, explicó un campesino indio en un estudio de la asociación de jóvenes agricultores católicos MIJARC. “Eso también lleva a muchos jóvenes a emigrar”.

Mientras, en el mundo desarrollado, el éxodo rural ya se ha producido. Ahora la pregunta es cómo llevar a cabo el reemplazo generacional. De los 12 millones de propietarios de granjas que hay en la UE, 3,6 tienen más de 65 años, un 29,7% del total. Aunque los granjeros se jubilan a una edad mayor que en otras profesiones, queda la pregunta de quién se hará cargo de las explotaciones.

Desde la patronal española del sector se reconoce el problema pero no preocupa. “Es cierto que tras la emigración de los años 60 y 70 de la década pasada quedó una población que ha ido envejeciendo”, comenta Pedro Barato, presidente de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja). “El porcentaje de agricultores menores de 35 años es de un 6,5% en la UE y de un 5,5% en España. Pero hay programas de la PAC y hay animación. Es importante recordar que hay jóvenes que sí quieren y sí se incorporan a la agricultura. En los últimos años, en España, han sido unos 6.000”.

“Lo que tenemos en Europa no es necesariamente irreversible”, considera Sourisseau. “Si recordamos que no son los grandes granjeros los responsables de la mayor parte de la producción agrícola, podemos abordar otras formas de ver la agricultura, como granjas y cultivos urbanos y periurbanos. Espero que, en el futuro, haya trabajo en esa clase de iniciativas”.

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.

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