Pequeñas redes para sostener el mar
Los pescadores artesanales no solo luchan contra el agua, el frío o el viento cada día, sino también contra la gran industria y la burocracia
La cita en el puerto de Corcubión (Galicia) es a las cinco de la mañana. Luis Rodríguez, su hermano pequeño Enrique y Josué ponen en marcha a II Toro. Solo el ruido del motor y la luz de la embarcación perturban el silencio y la oscuridad de la noche. Todavía no se ve la línea del horizonte hacia la que se dirige para recoger, unas millas y unas horas mar adentro, el pescado que haya quedado atrapado en las redes que lanzaron el día anterior. Según pasan los minutos, el movimiento por el oleaje se intensifica. Hace frio. "Somos personas que luchamos contra los elementos", sentencia el patrón, Luis. Y no es lo único a lo que se enfrentan.
"Nos dan una miseria y quieren que de ahí comamos todos". Lo dice una voz al otro lado de la radio en la cabina en la que Luis va moviendo el timón en busca de los puntos en el radar que señalan dónde están sus redes. Empieza una especie de asamblea radiofónica sobre cuotas de pesca, políticas que les afectan, que si la Xunta no les defiende y en Europa les perjudican. "El día menos pensado nos prohíben las radios", bromea Luis.
En Europa hay 87.445 embarcaciones, de las cuales el 84,8% (74.144) miden menos de 12 metros de eslora, según datos del registro de la Comisión Europea a 28 de febrero de 2014. Estas pequeñas, entre las que está II Toro, son poco contaminantes comparadas con los grandes barcos, ya que su consumo de combustible y su nivel de emisiones de CO2 son mucho más reducidos. La mayoría de ellas, además, se dedican a la pesca artesanal haciendo uso de las llamadas artes menores, técnicas pasivas con muy bajo o nulo porcentaje de descartes (pescados que se devuelven al mar por su pequeño tamaño o ser especies cuya captura esté prohibida). En definitiva, con un impacto muy leve sobre el ecosistema.
El barco de Luis hace honor a su nombre y embiste el mar, pero no hiere. Apenas deja estela, sin perturbar a su paso. Al dueño no le gusta el nombre, pero cuando lo adquirió se llamaba Toro y, por rebautizarlo, lo nombró "segundo toro". Reconoce orgulloso, sin embargo, que sobre sus tablas verdes y rojas han ido personas insignes para conocer qué es eso de la pesca artesanal que tanto se destaca en informes de ONG o instituciones como alternativa sostenible.
En España, 7.602 barcos de los 9.871 del país se dedican a las artes menores, recoge la estadística de la Confederación Española de Pesca (Cepesca) a 31 de diciembre de 2013. Es el 77% de la flota que emplea al 56,3% (16.893) del total de tripulantes (más de 35.600). Podrían ser 24.000 más en 2024, según los cálculos de Greenpeace en su informe Empleo a bordo de 2014, si hubiera una apuesta decidida por la pesca artesanal y una inversión de 500 millones de euros en 10 años. Pero de seguir el modelo y la tendencia actual de destrucción de trabajo, en esa misma fecha la cantidad de empleados a bordo se reducirá drásticamente hasta quedarse solo en 23.000 marineros, estima la ONG.
“La pesca artesanal sí es sostenible: se puede ejercer sin agotar el producto”. Luis Rodríguez, pescador
"A pesar de la crisis, nosotros mantenemos los puestos de trabajo, porque dependemos de nosotros mismos", dice Luis. Ellos son, según organizaciones ecologistas como Greenpeace o WWF, los guardianes del mar. La solución para que la voracidad del ser humano no destruya los océanos. La respuesta para que la relación entre las personas y el entorno natural sea sostenible. "Se reducirían, además, los gases de efecto invernadero equivalentes a 418.456 toneladas de CO2 en una década si se apostara por la pesca artesanal", abunda el documento de Greenpeace.
Para Javier Garat, secretario general de la Confederación Española de Pesca (Cepesca), el modelo que propone la organización ecologista, que aboga por la práctica desaparición de los grandes barcos y las técnicas consideradas agresivas con el medio ambiente como el arrastre o el cerco, es inviable. "Si solo hubiera artes menores, el pescado sería un producto caro y escaso para los consumidores", argumenta. Insiste en que no está en contra de los pescadores artesanales, sino que cree que todas las artes son necesarias. "Lo que no podemos hacer es retroceder 2.000 años. Ahora hay barcos más eficientes, grandes y, por tanto, con más capacidad de pesca", apunta. Son indispensables, enfatiza, si se tiene en cuenta que en este país cada persona se come 37 kilogramos de pescado al año, muy por encima de la media mundial de 19 kilos. Solo con las 150.000 toneladas que se capturaron en 2013 con artes menores (el 15,75% del total) no sería suficiente, concluye Garat.
"Lo nuestro sí es sostenible. No solo porque nuestras embarcaciones miden menos de 12 metros, sino porque se puede ejercer sin agotar el producto", defiende Luis. No ocurre lo mismo, continúa, con el arte de arrastre. "Pretende ser artesanal porque la embarcación sale a la mar y vuelve a tierra en el día. Pero tiene un alto porcentaje de descartes", detalla.
Los ecologistas también se han manifestado contrarios a este tipo de pesca en tanto que le atribuyen la destrucción del fondo marino. Explican que la modalidad, en la que la red se lastra en el fondo y el barco se mueve para barrer y capturar lo que encuentra a su paso, no solo se lleva consigo gran cantidad de peces (muchos de ellos acabarán siendo descartes), sino también la vegetación marina. Garat arguye, no obstante, que esta técnica está regulada y está estipulado dónde se puede practicar. "En ecosistemas marinos que no son vulnerables; en fondos de arena o fango donde no se ocasiona daño", detalla.
LIFE, una red de los pequeños para ser grandes en Europa
En noviembre 2013 se constituyó la Low Impact Fishers of Europe (LIFE), una asociación paneuropea de pescadores artesanales. Su objetivo es poder defender sus derechos y reivindicaciones en Europa, tal como explica Luis Rodríguez, líder de la organización gallega de pequeños armadores Asoar-Armega. "Nosotros no tenemos los recursos para poder hacer lobby allí en los despachos, como hace la gran industria", detalla. Pero unidos, cree que eso puede cambiar.
Al principio eran apenas un millar de pescadores de ocho países: España, Croacia, Francia, Alemania, Grecia, Países Bajos, Polonia y Reino Unido. Solo seis meses después, en mayo de 2014, ya habían duplicado el número de miembros, indica la organización. Juntos, aunque pequeños, esperan poder ganar en fuerza y que su voz sea escuchada cuando se deciden las políticas pesqueras, así como las subvenciones al sector en las instituciones europeas. El requisito para poder incorporarse a esta red es simple: pescar artesanalmente respetando el ecosistema marino.
Arroja un poco de luz en la polémica un artículo publicado en Nature en 2012, firmado por un equipo científico de la Facultad de Geología de la UB y el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Demostraba que la pesca de arrastre intensiva ha alterado de manera significativa el relieve del fondo marino en solo cuatro décadas. Con una serie de mapas batimétricos observaron que los cambios eran, además, solo en las áreas de arrastre y no en los suelos no concurridos por esta flota, que conservaban su orografía original. Tanto es así, que la Comisión Europea propuso prohibir esta modalidad en el Atlántico noreste, pero la comisión de pesca del Parlamento Europeo votó en contra de restringir esas capturas el pasado noviembre y revisar la decisión en 2017.
De manera muy distinta de las redes de arrastre trabajan los miños (redes de tres paños) que lanza Luis. Durante casi 24 horas han estado en el mar, quietos, solo esperando a que los peces se trunquen en su ir y venir entre sus tejidos. El ruido cesa a bordo, II Toro ha dejado de rugir; todavía no ha salido el sol , pero la luz ya se intuye en la línea del horizonte. Enrique, Josué y Luis empiezan a recoger la primera red con lubinas, lenguados, merluzas, sepias y alguna centolla que han quedado atrapadas. "Lo que cae", zanja Enrique. Las grandes manos de los tres marineros apenas devuelven piezas al mar. Pocos descartes. "No ha sido mucho", hace balance el menor de los hermanos Rodríguez de lo capturado tras terminar de recoger. La humedad no deja ver el sudor en su piel, pero apenas ayudado por un pequeño motor para alzar la red, el trabajo físico ha sido importante. En popa, Josué y Luis clasifican, a veces azarosamente, el género en cajas. Rápido reinician la marcha. Amanece.
Este comienzo vaticina que el día no va a ser bueno. Y no lo será. En sus redes poco pescado y la venta a bajo precio. Un bogavante es lo más caro en las cajas que llevan a la lonja después de 10 horas a bordo, con apenas un parón para comer un bocadillo a mediodía. Luis, quien además lidera Asoar-Armega, una asociación minoritaria de pequeños armadores independiente de Cepesca al entender que esta no defendía sus intereses, aprovecha el trayecto entre redes para desgranar sus problemas y reivindicaciones a golpe de timón.
"Pedimos que se defienda la pesca artesanal y que haya una política de respeto a las capturas y las cuotas", resume. Más moderado que las ONG ecologistas en sus reclamaciones, cree que para competir con la gran industria —"que por cantidad puede ofrecer mejores precios de venta", aclara— los pescadores artesanales no necesitan que se restrinjan otras artes, sino se establezcan tres normas: "Que se identifique de dónde viene el producto, el arte con que ha sido pescado (si es sostenible o no), y la fecha de captura".
Esto último permitiría identificar la frescura del pescado del día, frente al que lleva días o semanas refrigerado en grandes barcos en alta mar desde su captura hasta el desembarco. "Nosotros recomendamos a los pescadores de bajura que lo indiquen para darle valor a su género", subraya Garat. Sin embargo, decir o no la fecha en la que el pez salió del mar, es voluntario. Solo existe la obligación de señalar qué día llegó a puerto. Frente a los que defienden como Luis que así "se engaña al comprador", pues ofrecen más barato y como fresco el pescado que, aunque bien conservado, lleva un tiempo muerto; el secretario general de Cepesca cree lo contrario. "Poner la fecha de captura daría lugar a confusión en el consumidor en cuanto a la calidad del producto", replica.
Alberto de Coo, biólogo: "Sin tener datos de cuál es el stock, se hacen cuotas en proyectos anuales. Los que tienen todas las de perder son la gente del mar"
Las lubinas a bordo de II Toro, y otras tantas pequeñas embarcaciones gallegas, se venden apenas unas horas después de que dieran literalmente sus últimos coletazos. Un día sacan poco y otros más. Lo que la mar quiera darles. Cuando sucedió la catástrofe del vertido del Prestige sí notaron una importante caída de su actividad que casi que termina por ahogarles. El silencio cae como un plomo cuando aquel episodio sale en las conversaciones entre pescadores.
Hoy, 12 años después, van por épocas. "Este invierno hemos perdido", asegura Luis. Pero acaba reconociendo que no les falta. Y apostilla: "Nosotros no dependemos de las subvenciones para vivir. Quizá las necesitamos para diversificar el negocio en tierra. Dependemos de las cuotas y del precio del pescado; y además hay mucho engaño al consumidor. No decimos que no venga pescado de fuera, pero que se indique de dónde procede; si no es gallego, no lo es". Reivindica la denominación de origen de una autonomía que, según el informe Estado de la pesca y acuicultura en el mundo 2014 (SOFIA) de la agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), "tiene una muy alta dependencia" económica y social de este sector.
Ese mismo documento alerta de otro de los problemas que Luis no quiere dejar sin mencionar antes de volver a puerto y acudir a la lonja: la sobrepesca. "La proporción de las poblaciones evaluadas explotadas a un nivel biológicamente sostenible ha seguido una tendencia descendente, ya que se redujo del 90% en 1974 al 71,2 % en 2011", describe el organismo con datos mundiales. Esto significa que "se incrementó el porcentaje de las poblaciones explotadas a un nivel biológicamente insostenible" pasando del 10% en el 74 a 28,8 % en 2011.
Alberto de Coo, experto biólogo marino, cree que "no hay sobreexplotación en general". Opina, sin embargo, que tendría que haber otro tipo de gestión. "Sin tener datos de cuál es el stock, se hacen cuotas en proyectos anuales. Y los que tienen todas las de perder son la gente del mar. Pero el dueño de los recursos es la Administración, que determina el empleo, el nivel salarial mediante las cuotas, y el estado del recurso", detalla. "Cada vez hay menos permisos y la lógica económica dice que la Administración quiere acabar con este sector de la pesca artesanal. Lo de la sobreexplotación es un argumento para reducir flota de los menos operativos. Hasta que dos o tres se repartan el recurso", considera.
El biólogo subraya que el sector de la pesca artesanal "es el de la creación de empleo y el reparto de riqueza". "Pero no se ha apostado por eso. Hay otro futuro, pero no se quiere potenciar. Es un problema de modelo económico", advierte. La crisis casi crónica de la pesca artesanal, en su opinión, se debe a la debilidad de las bases de trabajadores, a la caída de los precios y que llega menos dinero de subvenciones. "Es un pequeño milagro que este sector primario sin atención y con todo en contra, se mantenga. No obstante, la gente que lucha se acaba desgastando", señala.
La FAO advierte que el porcentaje de las poblaciones explotadas a un nivel biológicamente insostenible ha aumentado pasando del 10% en 1974 al 28,8 % en 2011
Uno de ellos es Ricardo Martínez, pescador artesanal de 53 años. Cree que sería muy necesario que las ayudas de la Unión Europea "se atomizaran" entre los pescadores de artes sostenibles, en vez de que recaiga mayoritariamente en la gran industria. Pero en su discurso se desprende un cierto hartazgo de luchar cada día y encontrarse un muro enfrente. A su lado, sentado en una terraza junto a la playa en Corcubión, Paco apostilla que no solo se trata del acaparamiento de ayudas económicas por parte de las grandes empresas, sino que además inundan el mercado de un producto de menor calidad y desploman los precios. Habla por propia experiencia. Lleva décadas recogiendo navajas sumergiéndose en el mar sin más oxígeno que el de sus pulmones —"ahora, aveces me ayudo de una pequeña bombona", y bromea sobre su edad—. "Las cojo una a una, son frescas y no tienen arena. Pero ahora llegan barcos de Irlanda que las recogen con chupones [que succionan] y están cargadas de tierra. Ha bajado el precio a la mitad. ¿Cómo vamos a competir?", se queja.
En este sentido, Alberto de Coo razona que el sistema de venta no es el más beneficioso para la pesca artesanal. "En Galicia hay más de 60 lonjas, así es imposible negociar. El comprador puede presionar desde el momento en el que que sabe si en otra lonja se vende más barato. Y si tú no bajas, ¿qué haces?", explica.
Esa misma pregunta es la que se hacen los hermanos Rodríguez cuando llega su turno de subasta en la lonja con lo que han capturado en el día. Defienden las artes artesanales, hacen campañas para convencer de que su manera de hacer es la más sostenible y respetuosa con el ecosistema. Para que el comprador valore su género por todo ello. Pero saben que su lucha, más allá de la que libran a diario contra los elementos, tiene un precio. Y está a la baja. Sobre sus cajas un señor va colocando unos folios con lo que les pagarán por kilogramo. Enrique los mira. "Hoy, no hubiera merecido la pena salir".
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