Peor un año más tarde
La dinámica actual apenas lleva a enchufar y desenchufar la máquina de oxígeno a la economía
El otoño es como un periodo de exámenes para las economías mundiales. Las grandes reuniones de los organismos internacionales y las generalizadas revisiones de previsiones al inicio del curso tratan de marcar la pauta de lo que está por venir. Pero suele fallarse, como cuando se certificó la recuperación económica europea el otoño pasado. El alejamiento de los fantasmas de la deuda soberana y el restablecimiento de una cierta paz en los mercados se interpretaron —de forma más inercial que otra cosa— como lo que Europa necesitaba. Estamos acostumbrándonos a establecer las previsiones en función de la capacidad para despejar problemas, en lugar de en la destreza para generar algo que funcione. En Estados Unidos el paro ha caído ya al 5,9%. Aquí, lo único que cae es la esperanza de cualquier tipo de coordinación fiscal. Olvidémonos de ella.
Resulta asombroso que la economía norteamericana funcione a pesar de tener un Gobierno cuyas iniciativas de reforma (idóneas o no) son bloqueadas una y otra vez por el ala republicana. La Fed se anticipó. Lo hizo en un momento en que tenía por delante todo el riesgo posible… pero también todo el espacio para que el acierto fuera, como ha sido, contundente. Resulta irónico que en Europa, donde muchos gobiernos cuentan ahora con algo de estabilidad política, cualquier coordinación es un espejismo y, lo que es más triste, el margen para que la política monetaria obre el milagro es cada vez más reducido. En Asia, aunque con diferencias y matices según el caso, también se conducen experimentos de diversa índole monetaria y fiscal. Parece seguirse el principio de “mejor arriesgarse y equivocarse que quedarse quietos”. Un lema que no creo que cuaje mucho en el Bundestag, pero que puede que sea el último asidero por estos lares.
Desde esta tribuna siempre he defendido que no hay una verdadera salida para la crisis en España si no es pasando por un cambio en Europa. Por eso, ahora que parece que nos habíamos ganado una oportunidad, Europa no sólo no es un catalizador, sino que es un freno importante. ¿Por qué se sigue pensando que esto que ahora pasa es sólo un tropezón, pero que 2015 será mejor? Es difícil entenderlo. Es sólo más inercia. Deberíamos comprender que las recuperaciones se están fundamentando en reformas. Las reformas emiten señales y generan confianza. La confianza aporta la gasolina inversora. Y el motor se hace más potente conforme las reformas se afianzan. Pero en Europa este mecanismo sólo vale si todos los que precisan nuevas estructuras las persiguen de verdad. Por eso, poco cabe esperar mientras no veamos a Francia e Italia hacer cambios verdaderamente estructurales más allá de sacrificios rituales esporádicos de austeridad.
La Eurozona vive aferrada a respiraciones asistidas secuenciales. Cuando no es para evitar un colapso es para sobrellevar un soponcio pero el caso es que la presión del abismo acaba siempre desvaneciéndose cuando la crisis cardiaca se supera. Fiados como estamos al Banco Central Europeo, algunos piden que se entre sin tapujos en el terreno inexplorado y se propicie, por ejemplo, una devaluación “considerable” del euro respecto al dólar. Esto podría ayudar, aunque también podría beneficiar particularmente a la misma Alemania que sólo ve la paja en el ojo ajeno. El único candidato a imaginar soluciones es Draghi. La disputa respecto a sus acciones está sobre la mesa. Al menos hay debate. El problema es no darse cuenta de que lo que a lo que estamos aspirando con esta dinámica es a enchufar y desenchufar la máquina de oxígeno. Poco más.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.