Un euro más débil, ¿y entonces, qué?
La zona euro es demasiado grande para basar su prosperidad en las exportaciones netas
Está claro, al menos desde la pasada primavera, que el BCE pretende tener un euro más débil. Por aquel entonces, el euro cotizaba a 1,40 dólares. Las autoridades de varios Estados miembros de la eurozona pidieron que se implantara un tipo de cambio más competitivo, sin ocultar sus críticas al BCE. El Banco, por su parte, insistió en atribuir la responsabilidad en gran parte a factores internacionales, incluida la propia fuerza del euro, mientras sus fracasos a la hora de estabilizar los precios eran cada vez más llamativos. Mario Draghi empleó sus trucos de magia para rebajar el euro, bien refiriéndose al tipo de cambio de la moneda europea y diciendo que le incomodaba su fortalecimiento, bien destacando que las políticas monetarias de los dos lados del Atlántico eran cada vez más distantes e invitando a los mercados a apostar por el dólar y contra el euro. Las últimas medidas flexibilizadoras del BCE, presentadas a principios de junio, acercaron de golpe el tipo del euro a cero e lo convirtieron en una divisa más atractiva para las transacciones comerciales. Durante todo este tiempo, Draghi ha mantenido la posibilidad de algún tipo de flexibilización cuantitativa que vaya incluso más allá de las medidas de relajación del crédito prometidas para otoño. A medida que la inflación ha disminuido y la supuesta recuperación ha vuelto a estancarse, los llamamientos a debilitar el euro han tenido cierto éxito: a finales de agosto, se aproximaba a un cambio de 1,30 dólares.
Si el euro está más débil, ¿debería debilitarse aún más? La eurozona, que es la entidad afectada en este caso, no carece de competitividad internacional. Los criterios de medición habituales indican, en general, que la valoración de la moneda en sus fluctuaciones recientes es bastante apropiada, aunque el increíble superávit por cuenta corriente y la inflación casi nula -e inferior a la de las economías rivales-- de la zona euro pueden sugerir lo contrario. ¿Están recalentándose de tal forma la economía mundial y el comercio internacional que parecería conveniente un mayor alivio a base de aumentar los superávits en las exportaciones de la eurozona? No, en absoluto. Con el comercio global casi estancado, mientras las economías de todo el mundo se esfuerzan por recuperarse y tener un crecimiento que no sea decepcionante, no puede verse con buenos ojos que la eurozona se convierta en un lastre aún mayor para ese crecimiento. Es muy posible que las autoridades del euro hayan agotado ya con creces la paciencia de sus socios en el mundo, porque desde 2008 no han aportado nada al crecimiento global y tienen previsto un desequilibrio por cuenta corriente de casi 400.000 millones de dólares para este año (según predijo el FMI en abril de 2014).
El desequilibrio actual de la eurozona representa dos tercios del déficit por cuenta corriente de Estados Unidos en su peor momento, 2006, y tiene una magnitud similar a la del máximo alcanzado por el superávit en de China, en 2008. Recordemos que Estados Unidos y China fueron objetos de encendidos debates sobre los desequilibrios globales antes de la crisis mundial, y muchos pensaron que los desequilibrios en cuenta corriente habían desempeñado un papel crucial en la crisis mundial posterior. Desde entonces, de acuerdo con el compromiso que hicieron los miembros del G-20, ambos países han reducido enormemente sus desequilibrios externos. El déficit externo de Estados Unidos ha pasado a estar por debajo de 400.000 millones de dólares en 2014, un volumen muy similar al superávit de la eurozona, y, en el caso de China, se prevé que el superávit por cuenta corriente ascienda este año a algo más de la mitad del de la zona euro. Es de destacar que, en China, la reducción consistió en una caída desde más del 10% del PIB en su punto crítico hasta alrededor del 2% del PIB este año, un ajuste verdaderamente drástico en tan pocos años. En Estados Unidos, la proporción del PIB que constituía el desequilibrio bajó a la mitad. Y el inmenso superávit por cuenta corriente que tenía Japón antes de la crisis se ha convertido hoy en un equilibrio casi perfecto.
Entre las grandes potencias económicas, la eurozona es la única que no ha respetado los compromisos globales. Antes de la crisis, las autoridades europeas afirmaban con orgullo que no padecían los desajustes mundiales porque la balanza exterior de la unión monetaria estaba equilibrada. Hasta 2012, los informes anuales del BCE siguieron diciendo que los desequilibrios de las balanzas mundiales y sus posibles resultados eran un riesgo para el crecimiento mundial. Hasta que de pronto, en el informe de 2013, el BCE se calló. La eurozona se encamina a tener el mayor desequilibrio del mundo este año y el FMI prevé que el desequilibrio externo de la región siga aumentando hasta los 500.000 millones de dólares durante los cinco próximos años.
Por lo visto, esa cifra no es todavía suficientemente elevada para las autoridades europeas. Y es cierto, al menos desde el punto de vista de Alemania --con un famoso superávit por cuenta corriente de aproximadamente el 7% del PIB desde 2007--, que el desequilibrio de la eurozona sigue pareciendo pequeño. Tendría que ascender a más de un billón de dólares para ser comparable al de Alemania. Y este es un factor importante que no suele tenerse en cuenta.
Muchos comentaristas parecen pensar que la eurozona debería aprovechar el crecimiento mundial para impulsar sus perspectivas de recuperación y prosperidad. Si tienen razón, lo que conviene es un euro incluso más débil. Ahora bien, quizá se les olvida algo importante: la magnitud de ese aprovechamiento y la existencia de una supuesta potencia homóloga que promueve el crecimiento desde alguna otra parte del mundo.
Cuando nació la unión monetaria, la cuenta corriente alemana estaba casi equilibrada, igual que la eurozona hasta hace poco tiempo. Alemania ya había emprendido su resbaladiza misión: "restaurar" su competitividad mediante la contención salarial y la austeridad fiscal. Estas políticas tuvieron la previsible consecuencia de ahogar la demanda interior, y Alemania se convirtió en el "enfermo de la eurozona". Sin embargo, tuvo suerte y sus políticas suicidas no acabaron matando al paciente, porque fue la época de la bonanza económica mundial y las burbujas de Estados Unidos, Gran Bretaña y la periferia de la eurozona sostuvieron sus exportaciones. Al final, en 2007, Alemania surgió de las cenizas como el ave fénix, con un enorme superávit por cuenta corriente y un presupuesto público equilibrado. Desde entonces, la situación ha cambiado poco. La demanda alemana interna, que había permanecido estancada durante los primeros años de este siglo, está aún hoy apenas por encima de su máximo anterior a la crisis.
La eurozona está tratando hoy de repetir la hazaña alemana; o, mejor dicho, lleva intentándolo desde 2010, y sin éxito, como era de esperar. No solo el contexto económico mundial es muy distinto al de hace unos años, sino que además la eurozona es ligeramente más grande que Alemania, unas cuatro veces más. Así que me pregunto: ¿cuánto más se supone que debe debilitarse el euro? O, dicho de otra forma, ¿cuánto más tiene que contraerse la eurozona para que la estrategia mercantilista de Alemania funcione a escala mundial? En otras palabras: como no se produzca algún milagro, no va a salir bien.
Es interesante que Draghi, en su discurso reciente en Jackson Hole, se atreviera a insinuar e incluso abordar el tabú. Después de reconocer, por fin, que la eurozona adolece de falta de demanda agregada, sugirió que hay que esforzarse más para adquirir una posición fiscal favorable al crecimiento en toda la región, y eso entrañaría que Alemania abandone su postura actual tal estricta, aunque Draghi no lo dijo con esas palabras. También ofreció allí su apoyo a un programa de inversiones públicas y privadas de 300.000 millones de euros propuesto por el nuevo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
He ahí, al menos y por fin, un paso en la buena dirección, más que el empeño en un euro más débil. La eurozona sigue siendo demasiado grande para basar su prosperidad en las exportaciones netas. Tiene que dejar de ahogar la demanda interna y empezar a fomentarla. Sin más tardar.
Jörg Bibow es catedrático de Economía. Skidmore College, Nueva York
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