Riesgo de fatiga
Ante la evidencia de que la Eurozona no arranca, las miradas se centran de nuevo en el BCE
Las relaciones económicas llamadas a perdurar son aquellas que generan valor añadido y credibilidad. La crisis financiera se desató por una falta de ambas. Ahora, las soluciones que se precisan para dejar atrás esta crisis también requieren sustancia y reputación. Resulta tentador echar toda la culpa a las políticas de austeridad y abogar ahora por una mayor participación de las políticas fiscales. Esa opción encierra la evidente contradicción de que la deuda pública sigue subiendo preocupantemente y el dinero tiene que salir de los bolsillos de aquellos a los que precisamente se supone que hay que apoyar, los ciudadanos. El fracaso ha estado entre otras cosas en los tiempos de aplicación de esas políticas y, sobre todo, en la falta de coordinación europea. Ese fue y sigue siendo el primer riesgo de fatiga para superar la crisis, la ausencia de Europa como solución.
Incluso si el BCE lanzara una verdadera expansión cuantitativa, sus efectos serían limitados
Desgraciadamente, ahora que España comienza a crecer y que, aunque modestamente, lo hace por encima del promedio de la Eurozona, el riesgo de fatiga se está extendiendo a las que hasta el momento han sido las políticas de supervivencia, las de la autoridad monetaria. De una manera u otra, en 2012 y 2013 el Banco Central Europeo estableció un mecanismo de anuncios, algo reactivo pero también sorpresivo, que removió los lodos y permitió desatascar los conductos de respiración de una Europa ahogada, sobre todo al sur. Ahora, ante la evidencia de que la Eurozona no arranca, las miradas se centran de nuevo en el BCE pero se advierte cierto cansancio. Ninguna de las medidas que se puedan adoptar desde Fráncfort a las que se les otorga mayor probabilidad (rebaja de tipos de referencia, tipos negativos para depósitos o compras de activos) sería ya una sorpresa. Es más, hasta cierto punto se encuentran descontadas. Salvo sorpresa, Europa llega tarde otra vez. En Estados Unidos aún deben gestionar algunas incertidumbres pero hace tiempo que se recogieron los frutos de una apuesta monetaria inusitada. Esa apuesta sería hoy muy necesaria para una moneda única muy apreciada, que resta empuje a los estados miembros del Euro en unos mercados aún más globales y competitivos que antes de la crisis. Pero incluso si el BCE lanzara una verdadera expansión cuantitativa, sus efectos serían ya más limitados que los que se obtuvieron al otro lado del Atlántico. Porque se llegaría tarde. Una visión cada vez más extendida entre muchos analistas y medios de comunicación europeos.
En España, con una de las agendas de reformas más amplias, queda un considerable esfuerzo por hacer
Es cierto que un banco central puede perder su reputación si se convierte en una referencia única para el crecimiento económico, porque ese no es su mandato pero el guante de las circunstancias tiene que ser recogido en respuesta a la excepcionalidad de las mismas.
Con este panorama, lo que queda es el denominador común de los últimos años: muchos países europeos necesitan reformas y la disciplina fiscal, en la medida adecuada, debe continuar. Incluso en España, con una de las agendas de reformas más amplias, queda un considerable esfuerzo por hacer. El paro resulta tan inaceptable que repele aquello que suena a complacencia o a labor acabada. Las reformas pueden causar fatiga en los ciudadanos en este entorno de esfuerzos pero sus réditos pueden acabar convirtiéndose en la única fuente de inspiración verdadera para salir de la crisis y para lograr una economía más resistente.
Santiago Carbó es catedrático de Economía de la Bangor Business School (Reino Unido) y de la Universidad de Granada, e investigador de Funcas.
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