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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Portugal no se libra de la austeridad

La diferencia entre que haya rescate o no hay que buscarla en la libertad. La libertad de elección política, la libertad de los ciudadanos para escoger varias alternativas, la libertad de optar entre el sí y el no. La troika ha salido de Portugal, la intervención externa ha llegado oficialmente a su fin. Atrás quedan los impuestos y los recortes en los salarios y en las pensiones. Y adelante, también. Por eso no estamos de fiesta: porque no hay alivio. Los mercados aplauden, pero los portugueses no. Tampoco los españoles.

Sí, tampoco los españoles, porque España también acudió al rescate, aunque crea que no. El programa de apoyo a la banca sin intervención estatal es un rescate disfrazado. Como enseñó Irlanda, el colapso de la banca es la ruina del Estado. Y la excepción española se debió no a que se quisiera proteger al Estado, sino para proteger la zona euro. Y porque ya entonces se había aprendido que los programas en Portugal, en Irlanda y, sobre todo, en Grecia fueron un fracaso. Un fracaso que salvó bancos alemanes y franceses, pero que devastó la sociedad y la economía de los países.

El Gobierno portugués celebra el éxito presupuestario y macroeconómico. Portugal se financia de nuevo en los mercados. Las cuentas del Estado se encaminan hacia un equilibrio que no ha existido en 40 años de democracia. Y las cuentas externas pasaron de un déficit crónico a un excedente impresionante. Si este artículo acabara aquí, esta sería una historia perfecta. Pero no acaba aquí.

Las cuentas del Estado solo se han equilibrado a base de impuestos altísimos y de cortes ciegos en los salarios de los funcionarios y en las pensiones, supuestamente temporales. Como el crecimiento económico es débil (la OCDE prevé que el PIB crecerá por debajo del 2% hasta el año 2030), mantener este equilibrio significa eternizar estos cortes brutales. Por otro lado, el equilibrio externo se beneficia de una contracción de las importaciones causada por la caída del consumo. El aumento de las exportaciones es la gran noticia del proceso, pero incluso este aumento se ha conseguido sin inversión, lo que la limita.

Solo se desilusiona el que se ilusiona previamente. Y había quien se ilusionó pensando que la intervención externa, aunque fuera penosa, conseguiría forzar reformas y una transformación de la economía que Gobiernos débiles no habían conseguido. Pero esto no es lo que ha pasado. Las privatizaciones se sucedieron, el trabajo se ha abaratado, pero no ha habido una reforma del Estado, del sistema político o incluso de la Seguridad Social. La competencia no ha aumentado, los monopolios y las rentas excesivas permanecen. El sistema de poder se ha preservado a sí mismo.

El Gobierno hizo lo que la troika quiso. Los portugueses pagaron la austeridad en paz social. No había alternativa a esta austeridad, pero la opción política de concentrarla en poco tiempo se ha revelado un fiasco que agravó la recesión y el desempleo. La emigración se disparó, la natalidad cayó y el reloj parece haberse parado. Falta el futuro.

El Gobierno portugués no es el único que está de celebración. La escenificación política de este éxito corresponde a Europa, en una Unión que falló en los programas de intervención, hechos para que Europa, a la vez, salvara a los países periféricos y se librara de ellos. La Unión Europea necesita un éxito en Portugal, aunque sea débil, porque ese es también su propio éxito aparente. El euro se salvó, sobre todo por el Banco Central Europeo, y los inversores volvieron a invertir en deudas públicas europeas. Es la ilusión de un éxito en una Unión Europea que extiende sus poderes sobre los Parlamentos nacionales sin legitimar esos poderes por el voto democrático en instituciones que, así, constituyen una especie de Gobierno europeo sin representatividad popular.

Portugal se ha librado de la troika, pero no de la austeridad. Los impuestos continúan subiendo, los funcionarios y los pensionistas estarán años sin recuperar sus sueldos. El artículo acaba aquí y este es el final imperfecto de una historia que, desgraciadamente, se sigue contando todos los días.

Pedro Santos Guerreiro es director ejecutivo de Expresso.

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