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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Guía de perplejos

Todas las medidas tomadas disminuyen la renta disponible y multiplican los precios

Joaquín Estefanía

El tipo fue padre tardío y le llegó la edad de jubilación antes de que dos de sus hijos dejasen de estudiar: uno, en secundaria; el otro, en la universidad. Él no tuvo ocasión de ser universitario; eran otros tiempos. Ahora lee que el menor tendrá menos profesores y más compañeros en las aulas, y le preocupa: la masificación en la enseñanza es sinónimo de falta de calidad. También le inquieta la subida de las matrículas universitarias porque hoy no es precisamente fácil acceder a un préstamo bancario, que probablemente tendrá que pedir para pagarla. Y ello a pesar de las innumerables ayudas que reciben los bancos.

Desde hace unos meses no hay día en el que el tipo no sepa de una medida que reduce su renta disponible. Primero le congelaron la pensión, sin tener en cuenta la inflación. Luego llegó la subida del impuesto sobre la renta, que dio un buen bocado a la cantidad que ingresa todos los meses. Este aumento de los impuestos le ha irritado especialmente porque lo compara con la amnistía para los que no pagan: en su larga vida laboral ha conocido a jefes que presumían de pagar mucho menos impuestos que él porque se refugiaban en otras figuras fiscales (Sicav, sociedades…) y a proveedores de medio pelo que no figuraban en los listados de Hacienda. La semana pasada llegó lo de que los pensionistas también pagarán (además de los impuestos) parte del precio de las medicinas. Le resultan incomprensibles las palabras del alto funcionario que dice que ese dinero equivale solo al precio de cuatro cafés. ¿En qué país vive? Luego están las subidas de la luz, los transportes… ¿Pero no nos decían que se trataba de bajar al tiempo los sueldos y los precios porque se vivía por encima de nuestras posibilidades?

El tipo se da cuenta de que, encima, tiene que dar gracias. Su mujer es parada de larga duración y hace tres meses que dejó de cobrar el seguro de desempleo. Ahora no sabe con qué dinero seguirá pagando su pensión, para poder jubilarse con dignidad cuando le toque. Durante el tiempo que ha estado cobrando el seguro, la mayoría del dinero lo utilizaba para pagarse la pensión de jubilación. Y luego están sus antiguos compañeros de empresa, todavía en activo: muchos están siendo despedidos con una indemnización de 20 días por año trabajado y los que se quedan no tienen posibilidad de ascender: se ha interrumpido la escala de la movilidad interna.

Nuestro ciudadano pertenece a esa clase que practica el voto volátil. Hoy a unos, mañana a otros, según sus intereses. No podía volver a votar a los socialistas. No solo porque Zapatero fue incapaz de explicar las medidas que tomó en mayo de 2010 (congelación de pensiones, reducción del sueldo de los funcionarios…), sino porque en su periodo se multiplicaron las desigualdades, más que en ningún otro momento de la democracia, y ello no se puede tolerar a un socialista. Coincidió con Rajoy en lo del sentido común, le gustaron sus declaraciones rotundas a favor de que todo el mundo tenía que pagar impuestos, o de que iba a defender la educación y la sanidad universal y gratuita. Leyó el programa electoral del PP, y lo votó. Ahora sospecha que fue una ensoñación suya. Entra en Internet y echa un vistazo a ese programa electoral: “Un programa para crecer y generar empleo (…) y para garantizar la educación, la sanidad y el bienestar de todos, sin excepciones”. Abre su correo electrónico y tiene un mensaje que le envía un compañero de tertulia; se trata de un proyecto científico (el Regional Manifiesto Project), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, que demuestra que las políticas de recorte del gasto en la educación y en la sanidad no figuraban en ninguno de los programas que presentó el PP en las últimas elecciones autonómicas, ni tampoco el copago de las medicinas.

El tipo se pregunta si la democracia representativa ha de servir solo para castigar a los malos gobernantes o también para seleccionar las mejores políticas. Y contesta con otro correo a su colega: “Dejemos de leer los programas electorales y pongámonos con urgencia con la Guía para perplejos, de Maimónides”.

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