El petróleo se queda en casa
Las empresas estatales de países emergentes ganan terreno a las multinacionales occidentales
Lejos quedan los tiempos en que las Siete Hermanas, encabezadas por Shell y Mobil, dominaban no ya el negocio del petróleo, sino países enteros. Además de poner y quitar Gobiernos, las grandes multinacionales occidentales controlaban todo el proceso petrolero, desde los pozos de Oriente Próximo, África o Irán hasta la última estación de servicio de cualquier pueblo perdido de Arkansas o la Toscana. Todo indica que esa hegemonía ha dejado de existir o está seriamente amenazada. Las compañías de los países petroleros —y emergentes—, aprendices de brujo hace dos o tres décadas, se miden ahora de igual a igual con las multinacionales de antes, hasta el punto de que ya se habla de las nuevas Siete Hermanas, gigantes como la brasileña Petrobras o la rusa Gazprom.
Aún están lejos, pero se dice que es cosa de cinco años para que se alcen a los primeros puestos de los rankings de Fortune o Forbes. De momento, le han bastado 15 años para provocar un revolcón en el sector. Mientras en 1996 había solo 4 petroleras nacionales entre las 20 primeras del mundo (ninguna entre las 5 primeras), el año pasado eran ya 9 (y 2 chinas, entre las 5 más grandes).
Al tiempo que Shell o Exxon triplicaban sus ventas, Petrobras las multiplicaba por siete y Gazprom por seis. Otras, como las chinas Sinopec y CNPC (con 510.000 millones de dólares de ventas), la rusa Lukoil o la malaya Petronas, ni aparecían entre las 20 grandes en 1996.
La presencia china crece en los campos de producción de todo el mundo
Varias razones explicarían, según los expertos, esta escalada: el fuerte alza del consumo, en el caso de las chinas; los descubrimientos de hidrocarburos, en el caso de las rusas, y, en general, un mayor protagonismo de estas compañías, en especial las de los países productores, en el sector energético de sus países. Aun cuando pocos han imitado a México —Pemex es un monopolio—, casi todos han seguido la tendencia de atribuir el control absoluto de los recursos a las compañías del país. Además de controlar férreamente los recursos, estos Estados han tratado de minimizar la presencia de las compañías occidentales. Venezuela y Rusia han reducido la presencia en sus campos de compañías como Exxon Mobil y Shell, lo que en el caso de esta última tuvo un impacto muy negativo sobre sus reservas. Lo mismo le pasó a Repsol en Bolivia, donde las reservas pertenecientes a la compañía fueron nacionalizadas en 2006.
China tiene una presencia creciente en los campos de producción de todo el mundo —en detrimento de las occidentales— por razones políticas (afinidades en política exterior) o porque ofrecen más dinero. Está ocurriendo en Rusia, en Venezuela, en Argelia, en Irán… Al ser empresas de propiedad estatal, o tener el encargo básico de conseguir crudo, hacen ofertas más generosas que sus rivales. Cuando Libia hizo hace años una subasta para prospección offshore en el Mediterráneo, las empresas estatales asiáticas se hicieron con buena parte de los contratos. Todo lo cual ha llevado a que, según un estudio del James Baker Institute, estas compañías “acaparaban ya en 2007 el 77% de las reservas probadas, mientras las occidentales quedaban reducidas a menos del 10%”.
Las compañías del sur han aprendido mucho en las últimas décadas. Por ejemplo, a financiarse en los mercados internacionales y a hacer uso de la externalización para suplir su falta de tecnología. Un Estado puede hoy producir petróleo casi sin firmas propias. Hay centenares de empresas de ingeniería, equipos, construcción o servicios dispuestas a trabajar, buscando incluso financiación. Las llamadas empresas de drilling, de las que hay varias en la Bolsa de Nueva York, se encargan, bajo contrato, de cualquier tarea de perforación. De resultas de esto, a las compañías occidentales se les ha asignado con frecuencia un papel secundario. Ayudar en la exploración y producción cuando sea necesario, sobre todo en los casos en que la producción (aguas profundas, arenas betuminosas) resulta complicada. Las condiciones de producción son cada vez más severas para estas empresas. “Además de que exigen quedarse con la mayoría en los proyectos”, explica un directivo de una de ellas, “el porcentaje de barriles que se quedan las nacionales ha pasado del 80% de hace años al 90% actual”.
Las compañías nacionales tienen
Estos cambios, unidos a un cierto estancamiento de las reservas, dificulta que las occidentales eleven su producción propia. Entre 2009 y 2010, según el BP Statistical Review, las reservas probadas mundiales de crudo (sin arenas betuminosas) aumentaron solo el 0,5%. Pero el principal motivo que ha llevado a los Estados a querer controlar sus recursos es sencillo: decidir libremente cuándo, cuánto y dónde invertir, los precios que deseen aplicar en el mercado interno o quiénes serán sus clientes en el exterior. De hecho, estas son las razones que esgrime el Gobierno argentino para hacerse con YPF.
Por si eso no fuera suficiente, las compañías de los países productores empiezan a mostrar deseos de extender su influencia a los mercados de consumo y hacerse con compañías y redes de distribución. La rusa Gazprom viene tratando de adquirir compañías gasísticas en Europa Occidental (lo intentó con British Gas). La argelina Sonatrach quiso entrar en Cepsa, compañía ahora propiedad de IPIC, un fondo petrolero de Abu Dabi. Su entrada se está viendo facilitada por las dificultades de las compañías de los países consumidores. Cada vez más presionadas por los altos costes de producción y la disminución de los márgenes disponibles, unido a las dificultades de crédito, empresas como Shell, Exxon Mobil u otras han venido desarrollando una política de venta de redes de estaciones, que en muchos casos acaban en manos de sus rivales, cada vez más fortalecidos.
Muchos analistas del sector se preguntan si las compañías de Europa y EE UU siguen teniendo un futuro sostenible, al menos tal y como las conocemos hoy.
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