Hacia mínimos
Europa defiende la estabilidad, pero solo ofrece declaraciones genéricas para incentivar el empleo
Como es habitual, la cumbre europea de ayer comenzó con muchas expectativas y concluyó con pocas concreciones. Quizá el acuerdo más preciso, aunque muy poco relevante, fue la intención genérica de destinar los casi 82.000 millones pendientes de asignación en Fondos Feder o FSE a financiación de las pequeñas y medianas empresas y a incentivar el empleo juvenil. Pero el caso es que esos fondos ya existen y, en teoría, deberían estar incentivando ahora la creación de empleo. Este informe genérico y la aprobación de las nuevas condiciones de estabilidad presupuestaria, que obligan a fijar un techo máximo de déficit del 0,5% del PIB so pena de duras sanciones y establecen el principio de exclusión (aquellos países que no se obliguen a las condiciones de estabilidad no podrán solicitar ayudas europeas) constituyen, en principio, los tibios logros de esta cumbre. No puede negarse la importancia de las nuevas condiciones de austeridad, puesto que informa a los mercados de la voluntad de solvencia de los países del euro y delinea una nueva alianza, más sólida y estricta, en la ortodoxia presupuestaria. Pero, a pesar de la fe que han depositado en ella Angela Merkel y el BCE, ya es un clamor que el problema más devastador de Europa es el desempleo (más de 23 millones de parados), en particular el desempleo juvenil, y que esa lacra no puede corregirse solo con ajustes.
La rapidez no figura entre las virtudes de las instituciones que gobiernan el euro. Desde que comenzó la crisis financiera se han convocado 17 cumbres, todas ellas con la ambición de acabar con la inestabilidad del euro, pero el hecho es que ni siquiera se ha resuelto el problema de Grecia. Ayer, la solución a la quita de la deuda griega volvió a aparcarse en principio. No es precisamente una prueba de competencia. Tampoco se ha resuelto el problema de los costes de financiación de países como Italia, España o incluso Francia. No es posible una recuperación de la economía, ni siquiera una consolidación presupuestaria eficiente, con un diferencial de deuda superior a los 300 puntos básicos (en el caso de España e Italia). El peso de la deuda y sus intereses impide cualquier política de reactivación. Los mercados volvieron a castigar ayer la deuda española y portuguesa, prueba inequívoca de que no aprecian las inconcretas promesas de las cumbres ni su recurrente aplazamiento de los problemas más graves de la economía del euro.
Los más optimistas consideran que es un avance importante que la cumbre reconozca la necesidad de las políticas de estímulo del empleo; pero debe constar que ese reconocimiento no está en el mismo nivel de concreción e importancia que las políticas de ajuste. Para Alemania y el BCE el paso crucial es la aprobación explícita, y sin reservas en las leyes nacionales, del axioma del equilibrio presupuestario; el resto es prescindible.
La presencia española en la cumbre no ha superado las expectativas. La declaración del presidente de la Comisión, Durão Barroso, sobre la necesidad de flexibilizar (para España y otros países) el calendario de cumplimiento del déficit no deja de ser un buen deseo. Incluso es más concreta la petición de que el Gobierno español “detalle” de una vez sus planes y reformas. Es curioso que Mariano Rajoy se cure en salud de dos formas distintas. Por un lado, asegura que la reforma laboral (que se conocerá esta semana) le costará una huelga. El presidente declara además que está a la espera de las proyecciones macroeconómicas europeas para 2012 antes de elaborar el cuadro macroeconómico propio. El Gobierno español siempre ha valorado más el cuadro propio que las predicciones ajenas. Pero con esta inversión quiere Rajoy fundamentar la urgencia de un nuevo calendario de déficit con cifras europeas incontestables (para la Comisión Europea).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.