"La crisis es contraespiritual"
Ahí está. Incansable, engarzando ya citas de un filósofo tras otro ya por la mañana temprano, apenas seis horas después de haber acabado los fastos del 68º Premio Nadal, que el viernes ganó con El temblor del héroe, inquietudes (o falta de ellas, mejor) de un tal Román, profesor universitario jubilado que ni se inmuta ya ante la desgracia del otro, por más dramática que sea, actitud que él critica. "Pensé en titularlo El furor heroico, por Giordano Bruno, ese delirio por alcanzar la divinidad, la belleza, el bien, pero quedó en eso", deja caer Álvaro Pombo (Santander, 1939), nariz aguileña y barba de mentón pujante, rostro camino de la medialuna reflejo de una obra novelística de corte reflexivo, "de poética del bien", y que ha impregnado la treintena de títulos de su obra. Y no se rinde a pesar del escaso eco que parece tener su prédica. "Sí, mi Román está cansado y frustrado; yo aún no, lo que puede hacer de mí un estúpido; gozo de buena salud, eso me permite seguir pensando en ese mundo platónico: debemos hacer el bien o nos quedamos como criaturas inacabadas; el problema es que hoy estamos muy instalados en la filosofía del inacabamiento, del deslizarse por todo, muy rápido, por Internet... Lo que no sé es cómo reconducir esto; por eso escribo: la novela es gaseosa con dinamita, los experimentos afectivos se hacen sin causar mucho daño".
Admite Pombo que se siente "bastante solo" en esta cruzada en las letras españolas. "Me veo más con la narrativa inglesa, la de McEwan, Iris Murdoch, Greene... En España, quizá el más cercano sea Marías". Puede que a ello no sea ajeno lo que ha denunciado muchas veces, el predominio del intelectual paralizado, como ese Román "atascado", que "coquetea con el aburrimiento" y con un periodista digital, del simbólico Los inactuales, "que bien podría entrevistarme a mí... Sí, la paralización intelectual en España es notable y en parte es por la política, que ha intervenido mal: su discurso es paralizante también, con repetición de eslóganes y tópicos pasados; hoy, me parece menos paralizante el discurso conservador, quizá por no tener uno global, que el socialdemócrata, que no ha sabido repensar lo obrero, lo rico-pobre...".
"Ya no tenemos intelectuales como Ortega y Gasset", lanza un par de veces el autor de El metro de platino iridiado, buen lector de ensayo, por ello matiza raudo que sí tiene controlados a tres de los buenos ("Villacañas, Pardo y Marina"), pero en una sociedad donde "hoy no se puede hacer cultura exquisita, toca hacer divulgación cuando el 50% de la juventud la tenemos pendiente de que se le vuelva a explicar a Platón y la máquina de vapor".
La crisis no ayudará a solidificar esta sociedad líquida que Pombo adelantó en Relatos sobre la falta de sustancia (1977). Lo agravará: "Esta crisis es contraespiritual, impera la filosofía de la salvación personal del alma a la de la ciudad, tan lejos del 'si no salvo mi circunstancia no me salvo yo". ¿Solución? "No se puede aceptar todo como está; hay que salir a la calle y denunciarlo, pero tampoco dejar ahí el discurso; hay que remover, por eso fui a Unión, Progreso y Democracia; y por Savater".
Tiempos agitados requieren quizá una literatura distinta. Pombo admite que ha cambiado su forma de escribir. "Ahora es más breve; en España se ha construido una narrativa muy larga y pesada; El temblor del héroe [que el 2 de febrero editará Des-tino] serán solo 200 páginas, para evitar la reflexión desparramada, como Henry James; la idea borgiana de la contención y una imagen poderosa", dice mientras, sin percatarse, zarandea la mesita. Como hace con sus lectores.
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