Los custodios del Códice
Entre los archiveros de la catedral de Santiago, los historiadores destacan, sobre todo, al último, que anunció su renuncia la semana pasada después de 36 años
Juan Pérez Millán había pasado los últimos años de su vida encerrado en el archivo. Era su pasión, su gran amor, pero lo amaba con un sentido de la propiedad peligroso. Según explica uncatedrático de historia de Santiago, al final de sus días, Pérez Millán acusaba "una enfermedad mental" y, como "pensaba que el archivo era suyo", se tomó la libertad de subrayar los legajos; de corregir a tinta los caracteres que aparecían marrados en los manuscritos. Era una eminencia. Profesor de la universidad, paleógrafo, conferenciante de muchas cosas, incluso de Tutankamon, y uno de los mayores expertos en la historia del calendario. Tras su muerte hubo que limpiarlo todo. Hizo correcciones incluso en las páginas del Códice.
La sucesión en el cargo de canónigo archivero se produjo entre 1978 y 1979, después de que José María Díaz ganase la última oposición que se celebró para reponer dos vacantes en el seno del Cabildo de Santiago. El sacerdote, que había venido de la Diócesis de Mondoñedo, trabajó, cumplidos ya los 40, en el archivo antes de ser su absoluto responsable, y entre los canónigos enseguida destacó por su formación y sus conocimientos de historia. En la catedral se comenta que iba "para obispo", pero hizo su carrera dentro del cabildo y años más tarde fue elegido deán-presidente. Solía decir que la mayor desgracia que le podía ocurrir en la vida era que le pasase algo al Códice Calixtino. El día que descubrió el robo, tuvieron que llevarlo a Urgencias. Desde entonces, por prescripción facultativa, no concede entrevistas ni lee la prensa para no ahondar más en su disgusto.
Desde que faltó la niña de sus ojos, José María Díaz presentó al arzobispo su renuncia como archivero sucesivas veces. Julián Barrio tardó más de tres meses en aceptársela. La semana pasada, con una escueta nota, el Arzobispado hizo público el cese del mindoniense y agradeció los servicios prestados, "su buen hacer y su generosa dedicación a lo largo de 36 años en la dignificación y modernización del archivo", además de la "ayuda ofrecida con acreditada capacidad intelectual a numerosos investigadores". Ahora, la catedral busca un difícil relevo para el severo canónigo. Pero el listón está muy alto.
El archivo nació de la mano del arzobispo Gelmírez, vivió una importante reforma con Berenguel de Landoira y en el XVI tuvo al fin estatutos. Primero ocupó la torre do Tesouro, y durante los años en que lo dirigió José María Díaz multiplicó por cuatro su superficie, abriendo accesos donde no los había y ganándole espacio a estancias hueras, incluso un cuarto de baño.
"Archiveros ha habido muchos. Incluso hubo un tiempo en que el cargo se renovaba anualmente, pero los mejores archiveros, sin duda, fueron Cepedano, López Ferreiro y, sobre todo, don José", defiende Arturo Iglesias, profesor de la facultad de Historia que trabajó durante años, hasta hace muy poco, en el archivo de la catedral. Don José es José María Díaz. Iglesias ha sido uno de los mejores colaboradores suyos en los últimos años, lo mismo que al principio de todo lo fue la catedrática Ofelia Rey.
En 1978, el archivo era un caos. Faltaba espacio, los documentos estaban desordenados, los muebles eran una ruina. Díaz fue a pedir ayuda a la facultad de historia y con él marcharon a trabajar a la catedral la jovencísima profesora y Ramón Eira Roel. Durante un año entero, con la colaboración de alumnos, pusieron las bases de la reforma integral de las salas. Ofelia Rey se volcó después, cuatro años más, en la sala del Voto de Santiago, el tema de su tesis, y mientras tanto cumplió "el sueño de cualquier investigador: tener una de las llaves del archivo". Desde entonces se instituyó una constante colaboración entre la facultad de Historia y el que, a juicio de Rey, es "el tercer mejor archivo catedralicio de España, solo por detrás de los de Toledo y Sevilla".
Poco después, Díaz consiguió fondos para instalar una cámara acorazada en la que guardar la joya. El lugar más sagrado de aquella esquina del claustro, donde dormía el Códice sobre un cojín de terciopelo.
Canónigo digital
El actual orden, la revalorización de los archivos de la edad moderna (antes despreciados frente a los medievales), el diseño de las salas, el proceso de digitalización y la posibilidad de consultar cualquier persona, desde cualquier lugar del mundo, los textos a través de internet son algunos de los méritos que los profesores consultados le atribuyen al último archivero. Cuando la gran reforma estaba ya en marcha, con Alfredo Conde como conselleiro de Cultura, la Xunta aportó fondos al proceso.
"Otro de los méritos de José María Díaz es el de que siempre tuvo una vista sensacional escogiendo personal", sigue explicando Ofelia Rey, "ha confiado mucho en la universidad y prácticamente todos sus ayudantes han tenido título de doctores".
Por su parte, Díaz, en publicaciones y entrevistas, nunca ha perdido la oportunidad de ensalzar el trabajo de sus predecesores. También él ha valorado la labor de José Cepedano y Antonio López Ferreiro. La fama de este último, el canónigo galleguista, autor de novelas, al que se le dedicó el Día das Letras Galegas en 1978, es sin duda la que más ha trascendido los muros de la catedral. López Ferreiro fue canónigo entre 1871 y 1910, y por orden del arzobispo Payá llevó a cabo la primera excavación científica en la basílica.
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