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Reportaje:EXTRA

Dos Hombres y un estilo

Después de que una generación de Peterpanes se perdiera entre las nubes hasta aburrir a la más fiel Campanilla, era de esperar que las cosas volvieran a su sitio natural, es decir, el de los hombres a los que no les aterra crecer. Alberto Ammann y Daniel Brühl, dos actores nacidos el mismo año, 1978, tienen algo de aquel niño-hombre que Joseph Conrad retrató en La línea de la sombra, relato autobiográfico de un imberbe capitán que se convirtió demasiado pronto en narrador de sí mismo. A Ammann y a Brühl, quizá porque la primera vez que nos topamos con ellos fue en dos películas -Celda 211 (2009) y Good bye, Lenin! (2003), respectivamente- en las que de un plumazo se veían abocados a tomar el timón de un mundo tan hostil como adulto, les ocurre eso: son treintañeros exitosos, talentosos, listos y guapos, pero nada de eso parece haberles hecho olvidar que nadie se escapa de la tozuda realidad.

"Alberto es uno de los actores en España a los que quiero", afirma Daniel Brül
Solo les separan unos meses y cada uno se ha entrentado a la madurez de cara

Eva, una insólita película española de robots, les ha convertido en hermanos de sangre. Dos ingenieros cibernéticos que en un paisaje retrofuturista y nevado luchan contra sus errores y sus pasiones. La ópera prima de Kike Maíllo tiene algo de thriller y mucho de esas historias en las que un hombre (Brühl) regresa a casa para enfrentarse a su destino y a los fantasmas de su pasado (encarnados en Ammann y en la actriz Marta Etura). Mientras el actor germano-español prepara en Berlín su próximo trabajo (interpretar al corredor de fórmula 1 austriaco Niki Lauda a las órdenes del cineasta estadounidense Ron Howard), Ammann se prepara en Madrid para la próxima película del bilbaíno Daniel Calparsoro, Invasores, un filme situado en la guerra de Irak y en el que el actor, curtido entre su Argentina natal y España, interpretará a un médico militar, "un tipo sensato", apunta él.

Los dos actores no se conocían antes del rodaje de Eva. "El día que me dijeron que el actor que iba a interpretar a mi hermano era Alberto Ammann pensé que me estaban tomando el pelo. En el guión no era guapo y yo no entendía nada. ¿Pero no es muy feo, no?, pregunté un poco inseguro. Luego, nos conocimos, bromeamos, y el sentido del humor nos unió. Me gustaba repetirle que las gafas de pasta tan feas que lleva en la película eran culpa mía. Creo que ahora nos queremos mucho y, probablemente, será una de esas escasas amistades que sobreviven después de un rodaje". Brühl añade que antes siempre quería caerle bien a todo el mundo, "pero me estresaban mucho tantas relaciones que no eran necesarias. He aprendido a elegir, y en cada película a lo mejor hago un amigo o ninguno. Por eso sé con certeza que Alberto es uno de los actores en España a los que quiero, y eso ya es mucho".

Las coincidencias entre ambos no se limitan a compartir agente (Katrina Bayonas) en Madrid. Resulta chocante que ambos tengan la hostelería como un Plan B para el futuro y que durante la conversación (cada uno por separado, por cuestiones de agenda) citen a un familiar que tiene el mismo nombre. La tía Juani, que llevaba de niño de compras a Daniel por Barcelona, y la bisabuela Juana, de la que Ammann ha heredado unos rasgos excepcionales. "Mi padre es pelirrojo, pero la bisabuela Juana era india. Supongo que esta nariz la tengo por ella y por algún que otro golpe".

Brühl abrió un bar de tapas, el Bar Raval, en febrero en Berlín ("si no fuera por el bar me sentiría deprimido, no sé para qué vale, pero para el ánimo es un buen remedio"), y Ammann abrirá el suyo este otoño en Madrid. "Trabajé desde los 15 años en la noche y siempre me gustó la idea de tener un bar. Me gusta poner una mesa con cariño", explica el actor, que abrirá su local con dos amigos. "Con Esteban, mi antiguo jefe. Tuve suerte con él siendo camarero, me prestó el dinero para estudiar, me ayudó mucho". Hijo único de dos profesores de Literatura, el argentino decidió irse de su casa para estudiar en España. Durante cuatro años y medio no tuvo dinero para volver a su país y ver a sus padres. Ellos tampoco pasaban por un buen momento económico. "Y fue duro no poder pagarme un pasaje para verlos. Pero tenía que elegir: o dejaba de estudiar o iba a Argentina. Me fui endeudando, no tenía nada, solo para comer y para los cursos de interpretación. Cuando volví a Argentina fue extraño. Descubres que la vida ha seguido sin ti. Algunos amigos tienen hijos, otros han muerto, otros están presos, no sé. Nada es igual". Ammann asegura que siempre le empujó una extraña confianza en sí mismo, una fe ciega en sus propias capacidades. "Nos educan para no confiar en nosotros porque a los poderosos les interesa. Pero mis padres fomentaron en mí lo contrario. Tiene sus peligros, desde luego. Nadie mueve montañas, pero al menos no saco el látigo y me castigo pensando que no valgo, que soy malo, que soy pequeño. Mis padres, o al menos la imagen que tengo de ellos, es la de dos personas intrépidas, románticas e idealistas. He intentado seguir su ejemplo".

Mientras Ammann está inmerso en un curso intensivo con Manuel Morón en la escuela de Juan Carlos Corazza, Brühl remata un libro sobre Barcelona, la ciudad en la que nació y en la que hoy tiene su segunda residencia. Un encargo de una editorial alemana para la que él, a modo de guía de viajes, recrea su relación con las calles que tanto tiempo idealizó de niño en Alemania. "No pretende ser más que lo que es: un día en Barcelona. Empiezo en el Tibidabo y acabo en La Barceloneta. Y por el camino paso por mis lugares especiales de la ciudad. Nada pretencioso, pero me gusta escribir". El alemán es de esas personas que sufren cuando entran en una librería. "Como en los videoclubs, solo pienso en todo lo que me falta por ver y por leer". Una distancia que el argentino acorta pasando días encerrado en su casa "leyendo, viendo películas o documentales. Cada vez salgo menos por la noche".

Con sus acentos ligeramente forzados han encontrado cobijo en una cinematografía de la que la mayoría declara querer huir. "Si se mira con distancia, el cine español es, con el francés, el más interesante que se hace en Europa. Se reconoce en los festivales internacionales, y hay un grupo de jóvenes productores que están haciendo un trabajo muy interesante. Hay películas buenas y diferentes, de género. Desde fuera nos miran con envidia", declara Brühl, un políglota que tiene el privilegio de trabajar con naturalidad en cualquier terreno (desde Tarantino hasta Manuel Huerga o Juan Carlos Fresnadillo) sin sufrir la barrera del idioma."Es algo que nunca he dejado de agradecer a mis padres".

Apenas les separan unos meses y, a su manera, cada uno se ha enfrentado a la madurez de cara. Admiten que el triste tópico de que los hombres maduran y las mujeres envejecen no es un invento para llenar las páginas de opinión y cosmética de las revistas ("por desgracia, es más complicado para las actrices", dice Brühl; "es una de tantas cuestiones machistas pendientes, a mí me gustan mucho las mujeres maduras, y quizá algún día en el cine se enteren de que a muchos otros, también", confiesa Ammann).

Decía Conrad que su relato sobre la transformación de la juventud, "despreocupada y vehemente", en la madurez, "más consciente y sutil", solo pretendía ser una gota en el océano de las experiencias. La misma gota de agua que casi un siglo después, en un mundo que desconfía de la capacidad de mando de sus jóvenes, llevó a un pequeño Daniel Brühl a desear ser mayor, harto de que siempre le pidieran el carné de identidad para comprobar una edad que negaba su cara aniñada. "Me sentía ridículo, pero sabía que llegaría el momento en que eso cambiaría y resultaría bueno para mí". O a Ammann, a apreciar los signos físicos de una madurez que se presentó demasiado precoz y por sorpresa a los 25 años. "Tengo todas estas canas desde entonces", dice alborotando con los dedos una cabeza sembrada de luminosos mechones plateados, "nadie sabe cómo me peleé contra ellas. Hasta que descubrí que no solo gustaban a las mujeres, sino que son una expresión más de vida. He aprendido a valorarlo y a aceptarlo, he cogido el gusto a crecer, sentir que te haces hombre, que tendré 80 años y podré disfrutar con eso".

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