_
_
_
_
ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El libro como espectáculo

Manuel Rodríguez Rivero

Vista con cierta perspectiva, la Transición fue la edad dorada de los programas culturales en los medios audiovisuales. El interés mostrado por los dos canales de la televisión pública -los únicos entonces existentes- hacia los asuntos de la cultura no fue, naturalmente, fortuito o coyuntural, sino que se inscribía en la voluntad de los responsables políticos de subrayar las distancias con el régimen anterior, intentando suministrar la más completa información acerca de todos los aspectos de la realidad española del momento. La cultura formaba parte esencial de esa realidad secuestrada por la censura franquista, por lo que las parrillas de programación de la flamante televisión democrática le hicieron un hueco importante. Incluyendo en él, claro está, al libro, que adquirió una presencia como quizá no haya vuelto a tener en las televisiones españolas.

'Apostrophes', en pantalla hasta 1990, se convirtió en un referente

Por supuesto, ninguno de aquellos programas, ni siquiera el legendario Encuentros con las letras, dirigido por Carlos Vélez entre 1977 y 1981, se convirtió nunca en un éxito de audiencia -al menos tal como lo entendemos hoy día-, pero cumplían una función importante en un momento en que, tras la dictadura, parecía reavivarse la curiosidad de la gente por los libros y por quienes los hacían. Los escritores y sus editores aparecían en la pantalla porque el público se interesaba por el nuevo clima libresco: se fundaban editoriales, se hablaba de "nueva novela" y de autores que venían a romper con la tradición del "realismo social" -regresando a lo que Henry James había llamado "historias interesantes"-, se publicaban ensayos sobre temas hasta entonces prohibidos o censurados, se propiciaban debates en los que literatura y política se mezclaban con la vehemencia y la intensidad de lo que ha sido largamente reprimido.

Pero la significativa presencia de los libros en televisión también obedecía a otras causas. En enero de 1975 se había estrenado en la segunda cadena de la televisión francesa un programa de libros que consiguió casi inmediatamente un inusitado éxito de audiencia. Apostrophes, que se mantuvo semanalmente en pantalla hasta 1990, se convirtió en un referente imprescindible en la vida cultural del país vecino. Y su director, Bernard Pivot, en el personaje más influyente de la vida literaria y editorial francesa. El programa llegó en algún momento a superar los dos millones de espectadores de audiencia, consiguiendo que el resto de los medios se hicieran eco de sus debates e incidencias y multiplicaran exponencialmente el llamado efecto Pivot. La gente hablaba de sus protagonistas, se interesaba por los libros, discutía acerca de las opiniones de los invitados. Y su éxito saltó pronto las fronteras: ningún diplomático había conseguido suscitar jamás tanto interés hacia la cultura francesa como monsieur Pivot. De repente, los directivos de la mayor parte de las televisiones europeas comenzaron revisar el manido tópico de que no había nada más reñido con la televisión, entendida como espectáculo, que el libro.

El secreto de Pivot consistía en una mezcla perfecta de credibilidad, profesionalidad y amor a los libros, de los que siempre hablaba con conocimiento. Él era quien decidía libremente (a pesar de las agobiantes presiones de la industria editorial) de qué obras hablaría y quiénes serían sus invitados. Sabía desaparecer cuando era necesario e imponer su presencia cuando era menester. Tenía, claro, filias y fobias literarias, como todos, pero conseguía disimular simpatías y antipatías cuando se lo proponía. Recibió críticas duras (la de Régis Debray fue la más sonada) y elogios ditirámbicos. Pero, sobre todo, consiguió crear un estilo -quizá inimitable- en el tratamiento televisivo de los libros, aireándolos con pasión más allá de las reseñas de los periódicos y de los escaparates de las librerías. No es poco.

A ese personaje, que hoy tiene 76 años, es al que la Asociación de Editores de Madrid ha decidido conceder el prestigioso premio Antonio de Sancha correspondiente a 2011. Felicidades a ambos.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_