_
_
_
_
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Terapia de piscina

Hasta que entremos en agosto dispongo de escaso tiempo para invertirlo en piscinas -cómo me succionan las meninges los verbos predilectos de estos días-, por lo que voy más a salto que de mata. Las estoy echando en falta: en ningún otro lugar de la ciudad me lavan el cerebro con tanta gracia y me dejan el cuerpo tan ligero, aunque sea en su mismo peso.

No es sólo el bracear y moverse en el agua. Es, sobre todo, el escuchar. La piscina a la que acudo es la de mi gimnasio, exclusiva para damas, y eso da mucho de sí. Me recuerda la playa de San Miguel, en la Barceloneta, a la que iba de jovencita. Allí se hablaba, arrastrando perezosamente la palabra o a gritos, de todo eso que a las mujeres nos vacía de preocupaciones: la eficacia de tal o cual crema para las pecas o el último vestido lucido -hablo de otros tiempos- por Carmencita Franco Polo de Martínez Bordiú.

"Me tendí en la hamaca y apliqué la oreja: el de Mónaco acababa de casarse"

Nada ha cambiado. Las amigas se reúnen en sus lugares de siempre. Los temas se han ampliado, ya no sólo se desmenuza la prensa del corazón. El Barça, y Rafa Nadal, muy presentes. Yo porque voy sola, pero a punto estuve el otro día -el que me dispongo a glosar- de interrumpirlas para contarles que cené hace poco -y de coña- en el mítico restaurante que la familia de Iván de la Peña posee en el Barrio Pesquero de Santander: Los Peñucas.

Pero ese día no tocaba deporte. Yo no me había dado cuenta, llevada de mi madurez a mis asuntos en esta gira loca promocional del libro, pero acababa de casarse el de Mónaco con la rubia sudafricana y, claro, el candente asunto estaba en el aire. Bien fresquita por el reciente chapuzón, me tendí en la hamaca, haciendo ver que leía el último de Sue Grafton, y apliqué la oreja.

"Para mí, la más elegante, Máxima. Esa chica tiene una personalidad, un empaque, una simpatía...". "¿Y qué me dices de los tres hijos de Carolina? Que ella estaba muy bien, se nota que descansa de no estar ya en la línea directa sucesoria. Pero es que los tres hijos... Es como para telefonear a la tienda y pedir que te pongan tres hijos como esos". "No me digas que el chico, si te lo encuentras, de noche, por una calle oscura, no te hace cambiar de acera, con la pinta de drogadicto que tiene". "Ay, sí, si Grace levantara la cabeza...". "¿Y Estefanía? Iba discreta para ser ella".

Reconocerán que fue un tratamiento a fondo. Un lavado sin champú, pero tan eficaz como diez sesiones en Cebado. En donde, por cierto, se comenta, pero con más tino, y además el sonido del secador siempre molesta.

La cosa languideció por un momento. De súbito, otra dama de cierta edad en biquini arremetió con un derivado -otro término financiero, qué quieren que haga- del susodicho enlace: "¿Y la Borromeo? ¡Qué guapa es la Borromeo!". "Es que los Borromeo tienen una genética que te cagas...".

Ahí fue cuando me perdí y maldije violentamente para mis adentros al pobre Steve Jobs por no haber dado todavía con la fórmula para que las pantallas de iPad2 y de iPhone4 (con las que voy sólidamente armada a todas partes) no funcionen bajo el esplendoroso sol mediterráneo ni bajo ningún otro. Porque me habría lanzado a googlear como una poseída, y no habría quedado -ante mí misma, que es lo que más grave me sabe- como un ejemplar de ignorante piscinoide tirando a provecta.

Por suerte, en cuanto llegué a casa me conecté. Tecleé "boda en Mónaco, Borromeo", y la pantallita mágica me contestó: "Los Borromeo, de los más elegantes". Confirmó también, el artilugio, que "Máxima Zorreguieta, la mejor vestida, según Vogue".

Qué alivio. Y qué bien lo pasé esa noche leyendo a Sue Grafton, porque me sentía algo culpable de haberla abandonado por la terapia de grupo.

Más tarde me asaltó mi peor pesadilla. Soñé que estaba en la piscina y que una de las damas preguntaba, con pasión: "¿Dios existe, sí o sí?". Y otra respondía: "Yo, hija, donde esté el hombre nuevo según Nietzsche, que se quite todo lo demás".

www.marujatorres.com

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_