El tipo al que Picasso dejó entrar
El museo del pintor en Málaga acoge las históricas imágenes del artista tomadas por el nonagenario fotorreportero David Douglas Duncan
A David Douglas Duncan (Kansas City, 1916) le abrió la puerta Jacqueline, última esposa de Pablo Picasso. Entonces, 8 de febrero de 1956, el universo de uno de los artistas más influyentes del siglo XX, echaba sus placenteras raíces en la Costa Azul, en el exclusivo y célebre refugio de La Californie, en las proximidades de Cannes. La amistad y el respeto que le profesaba Robert Capa eran las únicas referencias que Picasso tenía de Duncan, quien, a sus 95 años compartía ayer anécdotas con contagiosa alegría en el museo del artista malagueño. Se hallaba en la ciudad con motivo de la exposición Picasso crea. A través de la cámara de David Douglas Duncan.
Aquel día de 1956, el fotógrafo llevaba un anillo de oro con una extraña piedra azul. "Que pase", pidió Picasso a Jacqueline desde la bañera. Duncan entró y tomó una de las más célebres instantáneas de la historia de la fotografía: Picasso en el agua mira divertido a la cámara.
La amistad entre ambos se prolongó hasta la muerte del artista, en 1973. Duncan tomó más de 25.000 fotografías. Picasso, en todas las versiones posibles: jugando con sus hijos, en los toros, comiendo, recibiendo a sus amigos y, sobre todo, trabajando.
Último testigo de aquellos días, Duncan conserva en la mirada la energía y la determinación que han hecho de él un ídolo para los fotorreporteros de guerra de todo el mundo, por los servicios prestados en Vietnam, Corea o India para publicaciones como National Geographic o Life.
El fotógrafo paseaba ayer por Málaga con una Nikon comprada el día anterior. Parecía ese tipo inclinado a la diversión que sugieren algunas de sus fotografías, pese a que en su largo historial figuran dolorosos recuerdos de batallas como la que acabó con la vida de su amigo Capa. Tomaba fotos divertido y se deshacía en elogios a las comisarias Stephanie Ansari y Tatyana Franck. "Es mi mejor exposición. Aprovechen, porque no se verá nunca más".
-¿Con qué armas sedujo al gran hombre para dejarle entrar en su intimidad?
-Nos caímos bien y nos fiamos el uno del otro. No le molestaba ni preguntaba qué hacía. Miraba y disparaba. Sin flas, sin hacer ruido. Con el máximo respeto.
-¿Tuvo algo que ver el anillo?
-Robert [Capa] me había recomendado llevarle algo especial. Y acerté. El oro procedía de unas monedas de Alejandro Magno que me habían llegado a través de mi padre y creo que tenía una energía muy positiva. Hice que tallaran un gallo picassiano. Le agradó.
-¿Cómo se veía su legendaria mirada a través de la lente?
-Era un hombre bajito, pero su mirada le hacía enorme. No estoy seguro de haber podido capturar todo el significado de esa mirada. No era intimidatoria. Era algo misterioso e indescriptible.
Cuando Picasso se colocó en el centro de su objetivo, Duncan no abandonó sus reportajes. Aunque siempre que podía, se dejaba caer por los refugios de Picasso en el sur de Francia. "Verle trabajar era formidable", recuerda. "Con un juguete, cualquier utensilio o el resto de una comida daba pie a una obra de arte. En familia era muy actor. Jugaba mucho con los pequeños. Hacía teatro, se disfrazaba...".
En general, Picasso no permitía a Duncan entrar en su estudio. La excepción que confirmó la regla llegó en un cumpleaños del fotógrafo. El regalo del artista consistió en dejarle entrar en aquel paraíso atiborrado de obras de arte. "Realizaba entonces su versión de las Meninas y me emocionó ver que había pintado a su perro Lumpi".
Como en el célebre arranque de Melville, el artista llamaba a Duncan Ismael. "En hebreo viene a significar algo así como 'Dios me entiende". El apelativo tiene algo de metafórico, cuando se escucha al fotógrafo desmontar los mitos falsos sobre Picasso. Como ese que afirma su condición de mujeriego. "Le conocí ya con Jacqueline y nunca le vi mirar a otra mujer, pese a que había muchas que sí le miraban a él. No era de esos hombres que las persiguen o acosan como Dominique Strauss-Kahn".
Babelia
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