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Reportaje:

La banda sonora de la catástrofe

Nicolas Jaar deslumbra en la primera jornada del Sónar barcelonés

Daniel Verdú

Un símbolo del euro boca arriba y un festival de música electrónica en venta. Este año, Sónar dedica su imagen a la crisis, a los tiempos oscuros que atraviesa el mundo por culpa de las burbujas. Y de cómo afrontar el cambio hablan, en cierto modo, también las propuestas artísticas del cartel. Por un lado, la tiniebla asumida de nombres como Aphex Twin, las bandas del sello Tri Angle o Hype Williams, que mayoritariamente empiezan a llegar hoy para mirar de frente a la catástrofe con un sonido nada complaciente. Por otro, los recuerdos de un tiempo mejor al que se puede volver imaginando una juventud que otros vivieron por nosotros. Son los ecos de un paraíso perdido cuyas melodías llegaron ayer a través de las reverberaciones de Toro y Moi o del inesperado ritmo soleado del veinteañero Nicolas Jaar. Ellos son insultantemente jóvenes y universitarios. No parecen indignados. Esta crisis no va con ellos.

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Porque este chico de origen chileno, que acaba de terminar los exámenes de literatura comparada, se sacó de la manga una maravillosa reinterpretación de Space is only noise, su único y delicado trabajo. Lo saturó de sintetizadores y ritmos, se trajo a una banda con teclados, bajo, guitarra y saxofón, y puso a saltar a las mil personas que ayer a las cinco de la tarde apenas cabían en el hall del CCCB. Jaar movió a la banda como un director de orquesta, dejó improvisar hasta donde le dio la gana, y propuso una electrónica construida como si fuera jazz para señalar el lugar donde reside hoy la inteligencia musical. Un efecto que solo produce alegría despreocupada.

Por la mañana, otro chaval de 24 años, bien aseado y encamisado, con una indisimulable cara de empollón y unas gafas tipo Le Corbusier, se colocó bajo el sol de las tres del mediodía para desplegar con una banda su propia idea de los recuerdos y la felicidad. Chaz Bundick, alias Toro y Moi, no quiere contar nada más que historias de sus amigos y de su vida. Le adorna un sonido producido originalmente desde su dormitorio, claramente continuador de los experimentos chill wave de Animal Collective, que ha sabido trasladar a la complejidad de una banda sin perder detalles. Miles de bermudas, camisetas de tirantes y sandalias se jugaron a esa hora una lipotimia para agradecérselo.

Y ahí fue cuando empezó realmente el Sónar de este año. Cuando el escenario principal, rodeado de dos museos y una universidad, recordó que el evento disfruta del control de su tamaño y apuesta por artistas que no se conforman con recitar la lección heredada de sus padres.

Como los japoneses Daito Manabe, que dentro del Macba, en un espectáculo más circense que musical, desplegaron un show en el que decenas de sensores que llevaban pegados en la cara les arrancaban muecas al son de las chirriantes frecuencias de sus máquinas. Quizá no daba tanto de sí la ocurrencia.

Como tampoco convenció el esperado Tyondai Braxton, ex líder de unos Battles que parece que le añoran tanto como él a ellos. Escupió una electrónica áspera, tan pretendidamente abstracta como irrelevante. Raime, por suerte, la única banda que, según sus propias palabras, interesa a Aphex Twin, el padre de todo el asunto, echó el cierre a la jornada con un oscuro y profundo lamento sonoro sobre un familiar mundo en descomposición. Otra idea, claro, sobre el signo de los tiempos.

Chaz Bundick, alias Toro y Moi, en el Sónar
Chaz Bundick, alias Toro y Moi, en el SónarCONSUELO BAUTISTA

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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