12 fogonazos de bella agonía
Es un día lluvioso y gris en 1890, en Chelsea, y el ama de llaves abre la puerta de la lujosa mansión londinense para recibir al médico. Su señora está en el dormitorio, aquejada de su habitual ataque de histeria: no puede dormir, discute con su esposo, está nerviosa, tiene "fantasías eróticas" y pesadez en el abdomen. El doctor trae a su ayudante, quien carga con un artefacto de sesenta kilos, que consta de un eje, una pesada batería, brazos especiales y extremos vibratorios. Ella espera sentada como una criatura victoriana pura y virtuosa, y se tumba en el sofá. El médico aplica los electrodos a su sexo. Los gemidos de placer dan fe de que el tratamiento es fantástico, mejor aún que los masajes que el propio galeno le venía propinando con sus manos.
"Es un falso mito que el orgasmo de las mujeres sea mucho más prolongado que el de los hombres"
"La electricidad traería una revolución sexual que luego tendría su explosión en los años sesenta"
"La frecuencia de problemas cardiacos es mayor en aquellos que no disfrutan de sus relaciones sexuales"
"Las caras se iluminan, las bocas se abren, los ojos se cierran, el ceño se arruga y se aprietan los dientes"
"Los médicos pensaban que la histeria era una enfermedad nerviosa causada por el útero y que había que prestarle atención mediante masaje", dice a El País Semanal la investigadora Rachel Maines, de la Escuela de Ingeniería y Computación de la Universidad de Cornell, en Nueva York. "De esta forma, ellos provocaban en ellas el paroxismo histérico, pero no pensaban que fuera un orgasmo, sino como si tuvieras la fiebre: rompes a sudar y te sientes mejor". Maines ha investigado en su obra La tecnología del orgasmo (editorial Milrazones) el uso de los primeros vibradores. "El masaje continuaba hasta lograr que el rostro se iluminase. Los médicos creían que era el mal haciendo crisis, algo nada sexual. Con los vibradores eléctricos realizaban el masaje más rápido. Se quejaban de que si usaban las manos untadas de aceite y perfume, los masajes duraban una hora. No puedes atender a muchos pacientes de esta forma. Pero con el vibrador puedes hacer el trabajo en cuatro minutos. Y por el mismo precio".
El orgasmo humano es universal, pero la percepción del placer es cultural. Las esposas victorianas, idealizadas por el poeta inglés Coventry Patmore en El ángel del hogar, eran castas y angelicales. Los médicos tomaron entonces el poder sexual femenino, y recetaban quizá sin saberlo bien un orgasmo como medicina. Cobraban entre dos y cinco dólares -una cantidad accesible a las clases altas- para evocar un placer inalcanzable. Sus maridos, en cambio, estaban autorizados para disfrutar con prostitutas. Ellas les demandaban algo que no obtenían en la cama, en tiempos en los que se pensaba que la penetración era lo único que definía un acto sexual con una mujer. "Hoy día no sería posible convencer a una mujer de que un tratamiento así no tiene nada que ver con el sexo", dice Maines. La electricidad traería una revolución sexual -los primeros vibradores costaban el equivalente a doscientos dólares, como una casa pequeña en la época- que luego tendría su explosión en los años sesenta del pasado siglo.
El orgasmo ha sido casi siempre sinónimo de prohibición. Pero, en una breve ojeada a las culturas y la forma en la que se han enfrentado al placer, hay recomendaciones sorprendentes, dicen los investigadores Beverly Whipple y Sara Nasserzdeh en una obra conjunta con otros expertos, The orgasm answer guide (John Hopkins University Press). Martin Lutero, el fundador del protestantismo, recomendaba dos orgasmos a la semana. El Corán, uno. Zaratustra, líder religioso de Persia, uno cada nueve días. El hinduismo, entre tres y seis veces al mes. Y el Talmud rabínico, entre una vez al día y una vez por semana, dependiendo de la ocupación del hombre (si uno es marinero o mercader, o si viene a casa después del trabajo). Con una salvedad importante: las recomendaciones estaban dirigidas siempre a los hombres, no a las mujeres. En su obra, Whipple y compañía destruyen mitos que aún hoy nos rondan: como que en las mujeres el orgasmo es mucho más prolongado que en los hombres. Los estudios más recientes dicen que la media en las mujeres es de 18 segundos (en casos extremos, quizá dos minutos), y en los hombres, de 22 segundos. Y no hay consenso. Un ensayo clásico de los sexólogos Master y Johnson publicado en 1966 dice que el orgasmo femenino oscila entre tres y quince segundos, y que los orgasmos masculinos son aún más cortos.
Aparte del tiempo, ¿que tipo de sensaciones experimentan unas y otros? En otro ensayo realizado en 1976, los investigadores Ellen Vance y Nathaniel Wagner, de la Universidad de Washington, en Seattle, comprobaron que un grupo imparcial de ginecólogos y ginecólogas no distinguían el sexo de los participantes en base a la descripción de sus orgasmos.
Hay aproximadamente un millón de webs que tratan sobre el orgasmo. Un océano caótico de desinformación. Los bulos se hinchan, sobre todo por culpa de la pornografía. Por ejemplo, es falso que la longitud del pene facilite el orgasmo femenino, algo que los estudios científicos no han demostrado (aunque algunos sugieren que la circunferencia del pene sí podría ejercer alguna influencia). O que el orgasmo es una manera efectiva de quemar calorías, cuando el momento del coito supone dos o tres calorías quemadas, y el acto de hacer el amor, no más de cincuenta.
Hay, en cambio, otras asociaciones estadísticas chocantes. Parece que existe un cierto efecto protector del semen en la mujer en relación al riesgo de sufrir un cáncer de mama -un tema no aclarado-, y otro estudio, según afirma el equipo de Whipple en su obra, sugiere que cuanto mayor sea el número de compañeros sexuales de ella, menor sería ese riesgo, algo que ningún oncólogo recomendaría.
En otros casos, el riesgo de sufrir un ataque al corazón durante el coito resulta más bajo de lo que se piensa, de uno entre un millón de individuos sanos. En cualquiera de los casos, los orgasmos resultan muy saludables. En un estudio de 918 individuos de entre cuarenta y cincuenta años, presentado en una reunión de la Federación de Paternidad Americana, se hizo un seguimiento durante una década: aquellos que tenían más de ocho orgasmos mensuales tenían una probabilidad doble de estar vivos con respecto a los que solo tenían uno al mes. Y otro realizado en mujeres hospitalizadas mostró que la frecuencia de problemas cardiacos era mayor en aquellas que no disfrutaban de sus relaciones sexuales.
En pleno siglo XXI, el orgasmo sigue siendo un misterio. Los investigadores están usando los mejores escáneres para observar qué se enciende o se apaga en el cerebro de uno cuando es masturbado por su pareja. Hay una zona, llamada núcleo accumbens, en la parte más frontal del sistema límbico -el cerebro del mamífero- que se enciende en ellos y en ellas durante el coito. Las zonas productoras del miedo se apagan en esos intensos segundos.
Se dice que el orgasmo es una cuestión más cerebral que genital, pero la geografía del placer es aún un mapa tan inexplorado y misterioso como complejo. Como ejemplo, mire las imágenes de este reportaje. ¿Qué tienen en común todas las expresiones faciales, tanto de ellos como de ellas, durante el coito? En el momento más intenso, las caras se iluminan, las bocas se abren, los ojos se cierran, el ceño se arruga, se aprietan los dientes. Ellos y ellas adoptan una expresión que en muchos casos es calcada al dolor. ¿Por qué? Una expresión muy similar quedó inmortalizada en una maravillosa estatua de Santa Teresa del genio Giovanni Lorenzo Bernini llamada El éxtasis de Santa Teresa, en la que la santa entra en un trance que algunos han querido ver como un estado orgásmico. Según el equipo de Whipple, el orgasmo y el dolor están comandados por estructuras nerviosas que se superponen. Las mujeres, durante un orgasmo por estimulación de la vagina, se hacen más insensibles al dolor.
En otros casos, los médicos han comprobado que en los pacientes de dolor crónico a los que se les han bloqueado mediante fármacos ciertas rutas neuronales a lo largo de la médula espinal son incapaces de experimentar orgasmos. ¿Cómo se relacionan ambas cosas? "Los científicos no lo saben", dice Rachel Maines. "Uno de los aspectos más interesantes de la excitación sexual es que inhibe muchos de los receptores del dolor real que se apagan en cualquier parte del cuerpo". El orgasmo también es algo que ahora está bien visto, es aceptado. Incluso se nos empuja a creer, de forma equivocada, que una vida sin orgasmos nos hará infelices. La parte positiva, según esta experta, es que ahora no hay impedimentos para animar a las parejas de todas las edades a que hablen y compartan entre sí y de forma abierta su sexualidad. "Una de las partes más destructivas de la sexualidad del pasado milenio fue que se daba por supuesto que las mujeres no podían mostrar a los hombres cómo provocarles un orgasmo. Se creía que ellos nacían con ese conocimiento".
ESA 'PEQUEÑA MUERTE', A TRAVÉS DE INTERNET
Beautiful Agony es la suma de cientos de orgasmos anónimos, de personas que han compartido su petit mort o pequeña muerte en Internet. Este proyecto web tiene como particularidad que simplemente enseña las caras, "donde la gente realmente queda desnuda", y no el resto de los cuerpos. Richard Lawrence y Lauren Olney son los dos ideólogos de beautifulagony.com, un trabajo que forma parte de la exposición colectiva Face Contact, inaugurada el pasado 1 de junio con motivo de PHotoEspaña 2011 en el teatro Fernán Gómez de Madrid y que se prolongará hasta el próximo 24 de julio.
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