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Tribuna:Adiós a un testigo de la barbarie | Un intelectual en el Gobierno
Tribuna
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Contar bien para ser escuchado

Dice Joyce Carol Oates en las memorias sobre la muerte de su marido que hay personas que aceptan el mundo, les parezca mal o bien, y personas que sienten la necesidad, la obligación, obsesiva o sanadora, de aumentar el mundo. Somos los auctores según la etimología latina, del latín augeo, incrementar, nutrir, quienes constantemente buscamos el modo de añadir cosas que no existen al mundo, porque necesitamos modificarlo, porque nos negamos a aceptarlo como es.

Ignoro si Semprún, el estudiante de filosofía, sentía ya la pulsión de ser auctor, un añadidor, con la misma intensidad con la que la sintió luego, pasados los años, cuando arranca El largo viaje y ya no puede detenerse. Cómo se sobrevive al conocimiento del mal, al dolor lacerante que ese conocimiento provoca, a las muchas pérdidas de todo tipo que causa, es, seguramente, la pregunta más importante. Cómo se sobrevive a la ausencia de todo bien y de toda belleza y qué hace uno con ese conocimiento. He buscado muchas veces la respuesta. Por lo general uno tiene a mano suficiente información sobre los campos, sobre el exterminio, sobre los hechos cruentos. Pero es más escasa la información sobre el qué pasa después, cuando los campos han sido liberados y cerrados, cómo conducen sus vidas quienes han sobrevivido, cómo las rehacen, si las rehacen, y dónde es ese lugar al que regresan, si es que hay retorno posible.

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Un tributo de literatura y memoria

Las pesquisas sobre este interrogante, que me parece indispensable, me llevaron desde Buenos Aires hasta Israel para entrevistarme con supervivientes e hijos de supervivientes, pero muchas de las mejores respuestas las tenía en casa, en la biblioteca heredada de mi padre. Eran los libros de Jorge Semprún. Tardé en llegar a ellos, como he tardado demasiado en entregarle la Orden de las Artes y las Letras que el Consejo de Ministros le concederá mañana.

Me resultó llamativo comprobar, cuando coloqué en el estante mi ejemplar de El largo viaje tras leerlo, que ya lo poseía en la primera edición de aquel Premio Formentor comprada y leída por mi padre, otro militante comunista para quien la Autobiografía de Federico Sánchez sería lectura fundamental. Esos dos ejemplares del mismo libro en mi casa cierran un hermoso círculo y son un claro ejemplo también de cuánta razón tenía el exministro Semprún cuando se preguntaba en 1993 en sus memorias ministeriales: "¿No habrá llegado el momento de dominar colectivamente el retorno de lo reprimido, de salir de nuestra amnesia voluntaria de los contenidos de la Guerra Civil, para abordarlos en fin -sin espíritu de retorno, de revancha o de rencor, naturalmente- con la voluntad de un avance social que no tenga en cuenta ni los mitos del pasado ni los silencios u olvidos del presente?".

La respuesta es sí, pero harían falta una generación completa y 30 años de democracia parlamentaria para que abordáramos la Ley de Memoria Histórica de 2007 por iniciativa del presidente Rodríguez Zapatero.

A veces demoramos lo que nos cuesta porque tenemos miedo de las respuestas. Tenemos miedo de saber. Aunque nos sane. Semprún lo sabía bien y así lo plantea en La escritura o la vida: "La mayor dificultad no es cómo habrá que contarlo para que se nos comprenda. El verdadero problema estriba en escuchar... ¿Estarán dispuestos a escuchar nuestras historias, incluso si las contamos bien? Contar bien significa: de manera que se sea escuchado".

Gracias, don Jorge Semprún, auctor, por contar bien para ser escuchado, por ejercer ese poder sobre las almas, infinitamente mayor y más necesario que el de un ministro.

Ángeles González-Sinde es ministra de Cultura.

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