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Análisis:Polémica en torno al 'Diccionario Biográfico Español'
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Lo peor es que no tiene remedio

José-Carlos Mainer

Lo peor es que no tiene remedio. Media docena de voces (¡ojalá no sean más!) han lesionado la credibilidad de un Diccionario en el que han colaborado muchos autores (entre otros quien esto escribe) y en el que se ha invertido mucho dinero público, han puesto en berlina a una ilustre institución siempre discreta y, sobre todo, han añadido una nueva querella a la posibilidad de concertar un repertorio de lugares de memoria que puedan ser comunes a todos los españoles. La construcción de ese bloque de referencias colectivas es una cuestión delicada que no se remedia poniendo letra a un himno que no la tiene, ni practicando una sedicente justicia distributiva en las entradas de un diccionario histórico.

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Una obra de estas características publicada en Francia no hubiera puesto paños calientes sobre la figura de Pétain (que tomó de Franco la idea de autodesignarse jefe de Estado), ni un diccionario belga hubiera disimulado el recuerdo de Léon Degrelle (que murió en Madrid bajo la protección del franquismo). Por estas y otras muchas cosas, la trayectoria política de Franco tiene sentencia firme y es falso que haya sobre ella ninguna polémica de historiadores, como no la hay sobre Fernando VII: conviene que se sepa que los defensores de Franco y su herencia no son historiadores solventes, o son aficionados ambiciosos que ejercen de oráculos de un público cautivo.

No es de recibo decir que a los jóvenes de hoy les es más familiar el adjetivo "autoritario" que el sustantivo "dictadura". Ni se puede esgrimir el derecho a la libre opinión de un autor cuando se trata de una obra colectiva y cuando existe una dirección profesional responsable. No se trata de ejercer la censura sino el sentido común. Que aconsejaba, por supuesto, que el redactor de la voz "Franco Bahamonde, Francisco" no fuera el presidente de una fundación que lleva el nombre de aquel y que fue, en los últimos momentos de la dictadura, director general en el Ministerio de Educación Nacional. Luis Suárez Fernández puede ser, como medievalista, autor de una semblanza de Juan II de Castilla pero, a todas luces, nunca escribir de Franco en el Diccionario de una Academia que, desde el siglo XVIII, tiene una clara vinculación al Estado y que percibe de este parte sustancial de su presupuesto. Para escribir sus opiniones sobre Franco o sus piadosas consideraciones sobre Escrivá de Balaguer (a las que tiene perfecto derecho), el señor Suárez Fernández tiene a su disposición numerosos periódicos y revistas que se honrarán con su colaboración.

Lo vi anteayer con una sonrisa amable y un notable aplomo declarar ante los micrófonos de Televisión Española que él no era partidario de la "memoria histórica" sino de la "conciencia histórica" y añadir que lo que él sustentaba en sus colaboraciones además era verdad... Yo tampoco soy partidario de legislar sobre la "memoria histórica" (aunque sí sobre la supresión de los símbolos del franquismo), pero me pareció impropio el sarcasmo; no está mal acogerse al concepto de "conciencia histórica", que quizá sea más preciso. Lo que me parece difícilmente compatible con esa conciencia es la exoneración de las culpas de Franco y del franquismo. Aquello de la "verdad histórica" es un concepto al que suelen ser muy aficionados los historiadores reaccionarios; los demás se limitan a buscarla.

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