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Tribuna
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Del bar al sentimiento

Muy jovencito, recién acabado el bachillerato en el Liceo Francés de Madrid, trabajé de guía turístico, especialmente con grupos de colegios franceses. Lógicamente, había visitas obligadas: el Museo del Prado, El Escorial, Toledo e incluso el Valle de los Caídos. No podía faltar una visita a Las Ventas, a un tablao flamenco y, lo que más me gustaba, a la discoteca de moda: en ese momento, Nica's.

La visita a la plaza de toros de Madrid se dividía en dos partes: por la mañana paseábamos por las instalaciones -lógicamente lo que más les imponía eran la enfermería y la capilla-, y por la tarde acudíamos a la corrida del día. Yo instalaba a mis turistas en sus asientos, y en cuanto empezaba el paseíllo me iba al bar, donde me invitaban a un cubata. Y desde allí seguía de forma auditiva el desarrollo de las faenas, con sus correspondientes olés y, desgraciadamente en demasiadas ocasiones, con sus correspondientes abucheos. Lo mismo en los tablaos: desde sus bares escuchaba los olés y las palmas, ignorando a los bailaores, bailaoras y cantaores.

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¡Sálvese quien pueda...!

Pero uno, que tiene sus inquietudes, con el paso del tiempo fue aproximándose a ambos espectáculos con cierta prevención e ideas negativas preconcebidas. De esa forma me adentré en sus secretos; en el arte de Puchares empecé a decantar lo esencial, apartando lo superfluo y lo banal. Comprendí así por qué miles de personas se emocionaban; creció mi interés, mi admiración y, lo más importante, mi sentimiento. Me ganó lo importante: el toreo no era solo un acto de valentía (valientes hay muchos) sino una ceremonia artística (artistas hay pocos). En cierto modo es como me ha ocurrido en mi trayectoria cinematográfica: ¡cuántas malas películas hay que soportar para encontrar una que produzca las emociones y sensaciones que crea el arte! El arte como todo lo genial es un hecho excepcional. Si todas las corridas, si todas las películas fueran geniales serían todas banales. Tan solo lo excepcional es genial. Y el toreo a veces es excepcional. Pocas veces, pero merece la pena.

El distribuidor y exhibidor Enrique González Macho es el presidente de la Academia de Cine.

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