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Justicia poética para Lygia Pape

El Reina Sofía reivindica a una de las artistas clave del siglo XX brasileño

Estrella de Diego

Nadie pondría ya en tela de juicio la tremenda fuerza del arte brasileño de los cincuenta y sesenta, la producción de artistas como Helio Oiticica o Lygia Clark. Sin embargo, la creadora que suele citarse en Brasil como tercer vértice del triángulo de la llamada Segunda Modernidad, Lygia Pape, ha pasado hasta hace poco inadvertida incluso para una parte de los especialistas.

Quizá solo después de su presentación en la Bienal de Venecia en el año 2009, cinco años después de su muerte, con un trabajo soberbio, poético, sensorial, preciso como son siempre sus planteamientos, empezó Pape a ser tomada en consideración como una de las artistas clave del XX. Con un discurso artístico hasta hace pocas décadas gobernado por los grandes nombres, el hecho de ser mujer y brasileña podría haber sido una razón para no hacer justicia antes a este personaje polifacético de enorme coherencia: "Las artes plásticas me sirven para penetrar el mundo", escribía en 1980.

Solo con recorrer las salas de la exposición del Reina Sofía (en colaboración con el Projeto Lygia Pape) queda clara su fuerza y esa cualidad que el discurso al uso prima sobre las demás: su vanguardismo. Las delicadas xilografías de mediados de los cincuenta, los Tecelares, recuerdan de un modo llamativo a Stella, quien hizo obras semejantes... casi seguro unos años más tarde.

El de Pape no es el único caso en la historia de las mujeres, como demuestra otro personaje básico para los planteamientos neoconcretos de los brasileños: Sophie Tauber-Arp -bailarina dada y artista concreta-, quien era admirada en las primeras bienales de São Paulo por los jóvenes artistas. Como ella, Pape supo compaginar opuestos: junto a sus elegantes Libros, con esencia de origami, aparecen acciones como la famosa Divisor. Concebida en los sesenta para poder ejecutarse cuantas veces fuera necesario, ponía en entredicho la esencia de la autoría. Es la idea del arte como juego, lúdico, subversivo, que plantea otro de los trabajos, Roda dos prazeces, que propone al visitante servirse unas gotas coloreadas en la lengua. La trampa está servida: los colores no se corresponden con lo sabores y el naranja quizá sepa a menta.

Miembro del Grupo de los Neoconcretos, apoyaba esas posiciones en busca de un arte preciso pero imbricado en las emociones, en la poesía y en la sensualidad, con fórmulas consideradas antitéticas por el pensamiento occidental. Lo explicó en los noventa: "Construir un universo propio que resulte de una tarea insana de vuelos poéticos, de murmullos de locura e invención, este es el único destino del arte. Cabe a los poetas la confianza".

Quizá esa esencia de poeta es lo que rezuma de la muestra comisariada por Manuel Borja-Villel y Teresa Velázquez. Lienzos y xilografías surcados por líneas, las impresionantes Ttéias, fotos, documentos de las acciones o películas underground hablan de su peculiar compromiso sensorial y político. Y poético: lo prueban los extraordinarios libros de poemas y una de las piezas clave de la muestra, Ballets neoconcretos. En un vídeo se ve el modo en el cual danzan las piezas: emoción y precisiones. Desde luego, cabe a los poetas la confianza.

Un visitante de la exposición que el Museo Reina Sofía dedica a la artista brasileña Lygia Pape, ante la pieza <i>Ballet neoconcreto, número 1.</i>
Un visitante de la exposición que el Museo Reina Sofía dedica a la artista brasileña Lygia Pape, ante la pieza Ballet neoconcreto, número 1.JUANJO MARTÍN

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