La ternura de las máscaras antigás
Algunas naturalezas muertas poseen una extraña energía. Así, los ojos de esta máscara antigás parecen mirar algo que se encuentra fuera de la imagen y que le provoca profundas reflexiones. Muchas calaveras son más expresivas también que el rostro al que en su día sirvieron de soporte. Por el contrario, fotografías o pinturas que representan seres animados evocan con frecuencia las calidades de una esquela. No es que en los cementerios haya mucha vida, sino que en los centros comerciales hay demasiado poca. Los objetos de los seres humanos, si han sido muy vividos, conservan un pequeño cerebro. Por eso el zapato que vemos junto a la calavera (perdón, a la máscara) tiene, pese a su apariencia de reposo, un nervio increíble, más que el niño cuyo pie calzó, que seguramente estará muerto.
La instantánea fue obtenida en una guardería de Prípiat, localidad cercana a Chernóbil, en la actualidad deshabitada. Estremece la sola idea de una clase de 20 o 30 niños, cada uno con su máscara antigás, al modo de un exoesqueleto sombrío. Pone los pelos de punta imaginar a esos niños en fila para entrar en la clase. Han transcurrido 25 años desde que se produjera la catástrofe y tanto el zapato como la máscara ven salir y ponerse el sol cada día mientras respiran el polvo venenoso de los alrededores. Dicen que en un desastre radiactivo de proporciones bíblicas sólo sobrevivirían los insectos. Los insectos y los zapatos, añadiríamos ahora, además de las máscaras antigás, cuya capacidad para la ternura no habíamos podido ni imaginar.
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