Cultura de un pueblo
Uno de mis primeros recuerdos infantiles es ir de la mano de mi padre a la donostiarra plaza de toros del Chofre. Él era muy aficionado y me contagió esa afición. Además, nos pillaba cerca de nuestro restaurante del Alto de Miracruz. Aún tengo perfectamente grabado en la cabeza el ambiente de los taurinos. Ahora también vienen a mi restaurante, antes y después de la corrida. Muchos toreros han pasado por mi casa. Desde el maestro Ordóñez, que era muy amigo, a jóvenes valores como El Juli. Aún no he dado de comer a José Tomás, aunque me hice una foto con él en la plaza de San Sebastián. Me parece, para resumir, el mejor torero de todos los tiempos.
Fue una pena que estuviéramos tanto tiempo sin plaza de toros en Donosti, eso creo que bajó un poco el interés de la gente en una ciudad que siempre fue taurina. El Chofre llegó, de hecho, a ser una plaza muy potente, muy querida por las figuras.
También pienso ahora en el actual estado de la fiesta. Yo respeto todas las opiniones, pero me dolería mucho su desaparición. Sería una auténtica pena que acabáramos con ello. Es, sencillamente, parte de la cultura de un pueblo.
Disfruto en los toros. Me encanta seguir el movimiento del capote, el trabajo de los picadores, la suerte de matar... La faena taurina me parece de una belleza exquisita y el porte de los toreros es algo señorial. Y en plazas espectaculares como la Maestranza o Las Ventas parece que se engrandecen aún más. El placer aumenta porque estás rodeado de gente muy entregada, de audiencia muy entendida. A la Feria de San Isidro no voy tanto como me gustaría, pero lo que no me pierdo ningún año, desde jovencillo, son los Sanfermines. El encierro es una de las cosas que más me emocionan. Eso de estar en el límite, esa sensación de estar en el filo de la navaja... me hace estremecer.
Juan Mari Arzak es chef del restaurante Arzak.
Babelia
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