Jubilados prematuros
Si la plaza de las Ventas es la más importante del mundo y la feria de San Isidro la más prestigiosa, se supone que a ellas deben acudir los diestros más importantes del escalafón; o, al menos, los más ilusionados, los de más proyección, los que tienen hambre y sed de triunfos.
Pues a estas alturas todavía hay quien se pregunta qué pintaban en la puerta de cuadrillas los señores Uceda Leal, Miguel Abellán y Rubén Pinar. Ninguno de los tres hubiera aprobado un examen de ingreso en la feria; ninguno de los tres demostró que quiere ser alguien en la profesión; fracasaron con incomprensible estrépito, y los tres han dicho en voz alta que, conscientemente, han dado un gran paso atrás en sus respectivas carreras. Tres respetables toreros vestidos de luces; dos de ellos, Uceda y Abellán, ya maduros, con caras y maneras de señores mayores prematuros, de vueltas de todo, sin ganas y pocas ideas; y el más joven, perdido, hundido, incapaz de superar una tarde de la que se puede acordar toda su vida.
Es difícil estar peor que ayer estuvieron los tres. Es triste decirlo y admitirlo cuando, seguro, encierra cada uno de ellos ilusiones íntimas, pero así, incompetentes, se mostraron ante este público madrileño, festivalero ya como cualquier otro, -obligó a saludar al subalterno El Chano después de dos pares de banderillas traseros-, que ha perdido el don de la exigencia, que todo lo admite, aplaude y absuelve. De una buena no se hubiera librado la terna en otros tiempos no lejanos.
Había que frotarse los ojos para aceptar que era Uceda Leal, torero de buenas maneras y probado sacrificio, el que trapaceaba al primero de la tarde, un noble animal, de comportamiento ovino, que iba y venía con el sabor de un caramelo, dispuesto a subir a la gloria a un hombre ilusionado. Y allí estaba el torero dando pases insulsos, sin garra, sin entrega, poniéndose guapo y pinturero, sin romperse, acompañando con garbo, pero sin pasión ni emoción, frío, desmotivado y vulgar. Incomprensible.
Pero es que el siguiente, Miguel Abellán, no le anduvo a la zaga. Citó al suyo de lejos, desde el centro del anillo, y el toro acudió presto, y lo pasó sin mando ni temple; y se volvió a separar y acudió de nuevo el animal, y Abellán lo esperó despegado y mecánico. Y cuando parecía que iba a torear en serio, va e inicia un circular invertido, como si esto fuera una plaza de carros. Y comienzan los muletazos enganchados, la muleta retrasada, el abuso del pico. Incomprensible, con lo que ha podido ser este torero, valiente, gallardo y apasionado en temporadas pasadas.
Y quedaba la esperanza de la joven promesa. Y el chasco fue gordo. El tercero le apretó en el capote, y Rubén se defendió con escasa galanura. Y la codicia del toro en la muleta la afrontó el torero colocándose siempre al hilo del pitón, en una actitud claramente perdedora. Pero peor fue lo del sexto, el más encastado de la tarde, y que el diestro brindó al respetable en un claro anuncio de que iba a por todas. Y decepcionó en toda regla. Para comenzar, un circular invertido. Pues bien empezamos... No lo embarca, lo cita en línea recta, fuera cacho siempre, no manda ni dice nada. No le sale nada a derechas, y lo más grave es que parece que el torero se gusta al hilo de unas palmas que surgen ante un pase cambiado por la espalda sin ton ni son. El toro se fue al desolladero entre la ovación del respetable, convencido de que aquello había sido una injusticia. Es decir, que el muerto mereció mejor vivo.
No mejoró Uceda en el cuarto, que lucía como todos unos pitones astifinos que daban miedo; acelerado, sin reposo alguno, sin creer en sus posibilidades, dejándose enganchar la muleta, todo de una preocupante vulgaridad. En el sexto, intentó el quite del perdón, con un par de chicuelinas y un media garbosa entre la abulia reinante. Y Abellán, muy desganado, sin saber qué hacer, ante el descastado quinto.
Ni toreo de capote, una lidia desordenada, sin que nadie impusiera el mando, una capea, un horror.
Y que nadie culpe esta vez a los toros, que, aunque mansos, se dejaron torear en su mayoría y ofrecieron posibilidades para quienes quisieran aprovecharlas. Pero no hubo manera. Tres toreros sin aparente ilusión fueron los tristes protagonistas de una tarde olvidable. Pero no para ellos; ya habrá quien se la recuerde para mal.
Babelia
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