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Reportaje:HISTORIA

Tesoros entre los escombros

Japón vivió el pasado 11 de marzo su peor tragedia desde la Segunda Guerra Mundial. La combinación de un terremoto de magnitud 9 y un descomunal tsunami asestó al país un golpe tan brutal que sacudió los cimientos sobre los que se asienta la sociedad japonesa y dejó al descubierto unos valores -civismo, solidaridad, lucha, espíritu de sacrificio y superación- ocultos, según lamentan los más ancianos, por la modernización y por dos décadas de crisis económica.

Sin un lamento, decenas de miles de pacientes japoneses hicieron largas colas para abastecerse de agua, víveres o combustible. Nadie trató de saltárselas, nadie intentó tomar una ración más de la que le correspondía. Aguardaron sin quejas para incinerar a sus muertos; muchos se conformaron con enterrarlos, pese a que detestan esta práctica. Esperaron con el corazón roto mientras los equipos de rescate buscaban a los familiares desaparecidos. Dejaron atrás sus pueblos devastados y se acomodaron con minucioso orden en escuelas y edificios públicos habilitados como refugios. No hubo ni sombra de saqueos, y ningún comerciante elevó los precios para aprovecharse de la desgracia.

Aguardaron sin queja para incinerar a sus muertos. Muchos los enterraron, a pesar de detestarlo
Son 127 millones de habitantes en 378.000 kilómetros cuadrados, una sociedad arraigada a su escasa tierra

Lejos del epicentro del desastre se percibían las mismas caras de preocupación y la misma voluntad de ayuda. Unos organizaban colectas, otros se movilizaban a través de las redes sociales para cooperar en la reunificación de familias, otros se empeñaban en ahorrar electricidad para que faltara menos en las zonas afectadas. Todos querían arrimar el hombro.

Azotados por la naturaleza desde tiempo inmemorial, los japoneses son conscientes de que si hoy es tu vecino el que sufre los daños, mañana te puede tocar a ti. De ahí la importancia que tiene el espíritu colectivo en esta sociedad tan arraigada a su escasa tierra. Son 127 millones de habitantes en poco menos de 378.000 kilómetros cuadrados.

Profundamente confucianos y adoradores de las deidades de la naturaleza -más del 80% de los japoneses se declara sintoísta-, han interiorizado un digno sentido de resignación en el que siempre permanece la esperanza. Más allá de la catástrofe, tras los inviernos más duros vuelven a florecer los cerezos. Como el de Miharu, uno de los tres únicos cerezos milenarios del archipiélago, que, aunque se encuentra a una treintena de kilómetros de la siniestrada central nuclear de Fukushima, ha iluminado la dolorida región con otra de sus explosiones de color. De igual manera, los japoneses miran ahora la calamidad del terremoto y sacan nuevas fuerzas para reconstruir juntos un país mejor.

Traducción: José Manuel Revuelta / Texto de los despieces: Paris Match.

YUKO SUGIMOTO 55 PORTADAS DE REVISTAS La madre y el hijo muerto y resucitado

Una mujer de pie, sin lágrimas. Envuelta en una manta beis de lana, la mirada perdida a lo lejos. Tras el seísmo que ha sacudido Japón, se ha convertido en la "señora de los escombros", un emblema sin nombre... Como si el número de las víctimas hubiera borrado su propia tragedia. En otras fotografías estremecedoras, en pleno caos, aparecen otros supervivientes que resurgen y cuentan su historia, única. Yuko Sugimoto, de 28 años, ha vivido el peor de los calvarios para una madre. Durante tres días creyó muerto a su hijo de cinco años, Raito.

El 11 de marzo, como cada mañana, lo llevó a la escuela infantil de Ishinomaki antes de volver a subir al coche para dirigirse a su oficina en un pueblo cercano. Cuando el tsunami se desató al asalto de las costas, ella estaba a cubierto.

Pero su hijo no. Todos nos preguntamos qué mira esta joven con el rostro petrificado por el dolor. Ese 13 de marzo, Yuko estaba frente a la escuela de Raito, que, devastada y enfangada de lodo negro, tenía todas las apariencias de una tumba. Dos días antes, nada más escuchar la noticia de la catástrofe, subió a su coche. Pero la carretera de Ishinomaki estaba bloqueada por toneladas de residuos. Volvió al día siguiente con su marido, Harunori, de 36 años. Reciben mil informaciones, todas contradictorias: "Los niños de la escuela han sido arrastrados por las aguas"; "No, están todos a salvo". El 14 de marzo conocen por fin la verdad: los profesores han conseguido subir a todos sus pequeños al tejado de la escuela. Más tarde fueron evacuados a la Universidad Senshu. Cuando Yuko encuentra a Raito, por poco lo sofoca con sus interminables abrazos.

AKANE ITO ¿ALGUIEN HA VISTO A MIS PERROS? Sueños en el campo de refugiados

Akane Ito se acurruca junto a lo que para ella es más querido: 'Mei', un perro labrador de 16 años, y 'Momo', un caniche de dos. La imagen de esta joven de 28 años, desesperada y descalza en medio de los escombros de Natori, ha dado la vuelta al mundo. "Sentada frente a mi casa, completamente destruida, me daba cuenta de que lo había perdido todo". Salió a comprar unas croquetas cuando tuvo que huir hacia la montaña advertida por sus vecinos de la inminente llegada del tsunami. Sus perros se quedaron en casa. 'Mey' y 'Momo', sin embargo, fueron encontrados más tarde errando por las calles.

Su dueña había avisado de su desaparición y publicado fotos en Facebook y en Twitter. Hoy vive en un campo de refugiados.

Entre cartones y restos, espera, confiada, en el regreso de sus otros 11 queridos perros perdidos.

HITOSHI FURUDATE EL HORROR DE LO INCREÍBLE Un barco en el hotel Akabu

Indultado por la furia de los elementos, un imponente 'ferry', con el casco por los aires, se asienta sobre un paisaje desolador: en Otsuchi, uno de los pueblos más destruidos de la isla, lo inverosímil rivaliza con el horror.

El barco ha ido a dar a las habitaciones 3, 5 y 6 del hotel Akabu, regentado por Hitoshi Furudate. Unos cuantos metros más allá, este sexagenario, atendido ahora por sus familiares, ha perdido algo más que una casa:

ha perdido también su negocio, su medio de vida. El edificio va a ser demolido. Amplias grietas se adentran por las paredes. Abatido por las sacudidas y por el tsunami, la estructura en acero del edificio se pliega ahora bajo el peso del barco que, intacto, aún permanece en condiciones de navegar. Aunque nadie sabe ni cuándo ni cómo volverá a ser reflotado.

TSUYAKO ITO VESTIGIOS DE GLORIA La última 'geisha' de Kamaishi

"Entre lo que quedaba de mi salón he encontrado un cadáver y la carrocería de un automóvil". Donde hoy no quedan más que ruinas y deshechos se alzaba antes su casa. Cuatro paredes, un techo y, en su interior, un cúmulo de objetos que, amasados año tras año, enmarcaban una existencia. Para ayudar financieramente a su familia, Tsuyako Ito se convirtió a los 12 años en una de esas damas de compañía japonesas que, desde siglos, sobresalen en la práctica de las artes. A sus 84 años, ya ha conocido cuatro tsunamis. El último, el más devastador, desató su ira cuando ella se dirigía a un lujoso restaurante para cantar ante sus clientes. "Me puse a correr calle arriba como una loca". Su quimono de ceremo-

nia, dos 'shamisen' -instrumento de tres cuerdas-, cosméticos... Todo perdido, salvo una foto, único testimonio del pasado sepultado de la última 'geisha' de Kamaishi.

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