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Reportaje:

Estambul a sus pies

A mediados del siglo XIX, el embajador francés en Estambul obtuvo el permiso de la Sublime Puerta para convertir la orilla izquierda del Bósforo en un barrio residencial para extranjeros. El barrio se llamó Büyükdere, literalmente "el gran arroyo" de Estambul. Allí los cristianos encontraron un lugar donde vivir alejados de sus vecinos musulmanes. La solución, tanto práctica como política, permitió a las comunidades cristianas y judías construir sus lugares de culto, y al sultanato le facilitó el cobro de los impuestos y la convivencia en la urbe. La belleza del enclave, entre bosques de pinos y el estrecho del Bósforo, y sus pintorescas casas de madera lo convirtieron pronto en un barrio de embajadas con prósperos negocios y una incipiente industria turística que, a las puertas de la Primera Guerra Mundial, atraía por barco a más de mil visitantes al día.

Cuarenta rascacielos en seis años. Levent es la parte más visible del milagro turco
El Sapphire es ecológico y está diseñado para el estilo de vida comunitario
El edificio presume del vecindario más exclusivo
"La idea era traer el verde de los bosques hasta el cielo"

La avenida que lleva el nombre de este hermoso distrito se ha convertido con el paso de los años en la arteria aorta de Estambul. Cada mañana, miles de vehículos circulan por ella hasta las oficinas del distrito financiero de Levent. Pocos saben que lo que ahora se considera el Manhattan turco fue en otra época una zona de fábricas propiedad, en muchos casos, de la adinerada burguesía no musulmana de Büyükdere.

Pero con la llegada de la República y la persecución de las comunidades griegas en los años cincuenta, muchos de los residentes de Büyükdere tuvieron que abandonar apresuradamente el país. Dejaron tras de sí sus mansiones de madera y sus fábricas, que quedaron a merced de la gigantesca urbe, que año tras año demandaba más espacio para acoger el incesante goteo de inmigrantes del campo. Levent pasó de polígono industrial a centro financiero, y de barrio de extrarradio a corazón del sistema bancario turco.

Cuarenta rascacielos se han construido en los últimos seis años, a los que se le unirán 29 nuevas torres de aquí a 2015. La carrera hacia el cielo en Levent y Maslak es la parte más visible del milagro económico turco. La mayoría son bancos y oficinas. Sin embargo, desde hace cinco años varios estudios de arquitectura turcos intentan humanizar la zona desarrollando proyectos residenciales alternativos: Levent Loft, creado sobre un antiguo bloque de oficinas, es ahora uno de los edificios de viviendas más chic de la ciudad, o el Istanbul Kanyon, un centro comercial y de ocio cuyo diseño recuerda el Guggenheim de Nueva York.

Casi todos estos proyectos llevan el sello del estudio Tabanlioglu, uno de los buques insignia de la arquitectura moderna turca. Poseedores de más de 40 premios internacionales, entre ellos el International Property Award y el Architect of the Year en 2010, el estudio predica un reencuentro con la ciudad y la búsqueda de soluciones ingeniosas para humanizar el asfalto sin renunciar al diseño. Su último proyecto, tal vez uno de los más ambiciosos, es el Istanbul Sapphire, el edificio más alto de Europa y el primer edificio ecológico del país.

Tan solo un avión puede llegar más alto en Turquía. Subir los 261 metros que separan la última planta del suelo solo lleva un minuto, casi lo mismo que tarda un Boeing en despegar. Pero a diferencia de un avión, cuando uno sube a la terraza del Istanbul Sapphire es para quedarse. Desde el mirador, situado en el piso 54, se puede contemplar la puesta de sol en Asia, los dos mares que bañan la ciudad y, en medio, el estrecho del Bósforo con sus dos puentes colgantes. En un día claro, la vista alcanza a diferenciar en la entrada del Bósforo la famosa torre de Leandro, hasta la que el héroe mitológico nadaba cada noche para ver a su amada. A más de 200 metros de altura, uno también corre el peligro de enamorarse de Estambul y no querer abandonarlo jamás.

La capital de los sultanes discurre a los pies inabarcable y caótica, y la altura supone el único remanso de paz que queda en esta ciudad que une dos continentes. Inaugurado hace un mes, el Sapphire comienza este mes a recibir a las primeras familias que podrán disfrutar a diario de estas vistas. Diseñado para el tipo de vida comunitaria al que están acostumbrados los turcos, el edificio huye del efecto impersonal que sufren muchos rascacielos. La escala humana se respeta en todo momento. Cada tres pisos hay un jardín privado que recuerda al atrio de la arquitectura estambulita del siglo XIX. Los techos de tres metros veinte y las ventanas hasta el suelo optimizan la luz del día al máximo y animan a vivir de puertas para fuera. Además, cada nueve plantas se han colocado varias áreas sociales, gimnasios, piscinas, un spa y la pista de golf a más altura del mundo.

Pero vivir aquí solo está al alcance de unos pocos. El Sapphire presume de contar con el vecindario más exclusivo de la ciudad. Banqueros y hombres de negocios se encuentran entre los compradores de las 180 viviendas de la torre. Disponibles para los que puedan desembolsar un millón de dólares por un piso de 120 metros cuadrados. Los precios suben hasta los 7,5 millones (5,2 millones de euros) por una penthouse, la joya del "Zafiro": 1.100 metros cuadrados, jardines privados y una planta que atraviesa todo el edificio, lo que da a sus residentes la posibilidad de escoger frente a qué mar quieren desayunar cada mañana. Por ahora, el 60% de los apartamentos tienen dueño y en menos de un año el Sapphire colgará el cartel de todo vendido, según las previsiones de la empresa Bersay, encargada de la gestión del rascacielos.

Crear un edificio high tech respetuoso con el estilo de vida turco es el secreto del éxito y también el mayor reto al que el estudio Tabanlioglu tuvo que enfrentarse al diseñarlo. "Queríamos devolver la vida a la ciudad", explica Melkan Gürsel, arquitecta principal del proyecto junto a su marido, Murat Tabanlioglu. Sentada en su espacioso despacho con vistas al Cuerno de Oro, explica cómo las clases altas de Estambul renunciaron a la ciudad en los años ochenta. En esta época, cientos de complejos residenciales ajardinados permitieron a los más pudientes escapar del asfalto y refugiarse en las verdes periferias. "Estambul se segregó entre los ricos, y el resto y los centros de negocios se convirtieron en desiertos a partir de las siete de la tarde", explica.

Asegura que el milagro económico ha creado una nueva clase media y alta que creció en las afueras y que ahora busca reencontrarse con la ciudad sin renunciar a la naturaleza. "Estambul carece de parques, no tiene espacio, por eso surgió la idea de traer el verde de los bosques al corazón financiero y subirlos hasta el cielo. En este sentido, el Sapphire es también un proyecto urbanístico que busca hacer la ciudad más vivible", explica.

El Sapphire es también el primer gran edificio ecológico de Turquía. Cuenta con un sistema de calefacción que absorbe la luz solar a través de vigas ultravioletas y mantiene una temperatura constante de 22 grados. Además, el sistema de doble cristal de la fachada permite reducir el consumo energético en un 25% y proporciona una ventilación natural a través de agujeros situados cada tres plantas. Todo el diseño está asegurado por un sistema que le permite resistir terremotos de hasta nueve grados en la escala de Richter, lo que convierte el rascacielos en uno de los puntos más seguros de esta ciudad, que descansa entre varias placas tectónicas.

Un equipo de 20 personas trabajaron durante seis años en el proyecto. Según el estudio, la apuesta por la innovación y la eficiencia es el sello de la casa que dejó su fundador, Hayati Tabanlioglu. Padre del actual dueño, Tabanlioglu fue una de las figuras más destacadas de la generación de arquitectos turcos de la segunda mitad del siglo XX, al que se le debe el diseño del aeropuerto de Ataturk, así como el primer centro comercial del país. La segunda generación Tabanlioglu añade a esta filosofía una obsesión por crear espacios luminosos, abiertos a un estilo de vida urbano más conciliador.

"Las soluciones nacen de dentro, de la tradición, de la ciudad. Hay que volver a la arquitectura vernácula y encontrar los espacios que se ajusten al estilo de vida de los ciudadanos", explica el estudio. En Estambul, eso significa altura, rascacielos. "Lo que ocurre en áreas como Levent o Maslak no es una competición, sino la respuesta a una necesidad urbana en una megalópolis de 14 millones de habitantes con un suelo cada vez más escaso y más caro", afirma.

Rascacielos sí, pero no torres de marfil. Por eso el Sapphire cuenta con una terraza abierta al público a la que se accede en 14 ascensores, ocho de ellos de alta velocidad y otros dos de uso exclusivo para los residentes. Además, los 36.000 metros cuadrados de la base del edificio son un área comercial de cuatro plantas que ya ha conseguido atraer a algunas firmas españolas como Mango. Finalmente, un acceso directo al andén de metro y seis pisos de parking subterráneo colocan la torre a 20 minutos del centro de la ciudad. Una ventaja, porque a pesar de los esfuerzos de la nueva generación de arquitectos, el barrio todavía cuenta con pocos atractivos para quien no quiere hacer negocios.

Levent no es Manhattan, ni pretende serlo. Aspira tan solo a convertirse en una de las muchas caras de Estambul. Una zona de negocios, de edificios altos y cada vez más un lugar donde vivir. El Sapphire busca modelar la ciudad y mimar a sus inquilinos en cada detalle. Y sobre todo, ofrecerles un estilo de vida familiar en las alturas. A pesar de los 10.000 dólares por metro cuadrado, el Sapphire cumple el refrán turco que asegura que los vecinos son más importantes que la propia casa.

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